Capítulo I. David.

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                  David no sabía muy bien cómo entró en el club. Al principio, le parecía algo estúpido, tonto y ridículo. Él no necesitaba ayuda. Él estaba bien. O al menos eso creía.

                Cuando una mañana al llegar a clase, su tutora le anunció que le habían metido en un programa de integración social se quedó pasmado. No entendía por qué. Pero en seguida se paró a pensar. No tenía amigos. Bueno, tenía a Clara. Ella era su mejor amiga, no necesitaba a nadie más. La conocía desde siempre. Era su confidente, era su compañera, lo hacían todo juntos. Eran David y Clara, y para qué más.

                Pero Clara tampoco tenía más amigos. Y según ella, tampoco los necesitaba. Ellos estaban contentos los dos solos, ¿por qué tenían que obligarlos a meterse con una panda de marginados que no conocían de nada?

                —Es por tu bien — le dijo su tutora, al entregarle el papel que debería de entregarle a sus padres para informarles (y que tiraría nada más salir de la clase) —. Para que te socialices. Para que te abras al mundo.

                —Cómo si a usted le importase lo más mínimo — odiaba a esa mujer. Odiaba su manía de gritarle que tenía que esforzarse más, que tenía que dejar de estar en las nubes. Y ahora, quería ser "buena" con él —. Y además, yo ya tengo amigos.

                —¿Seguro? — le miró con desaprobación ante su contestación mientras que se sentaba en el pupitre —. Deberías de mirar a tu alrededor, David, y darte cuenta de que estás solo. Necesitas alguien. Todos lo necesitamos.

                Antes de atravesar la puerta que daba al pasillo para ir a la siguiente clase, David le sacó el dedo corazón a aquella horrible mujer, que le miró anonadada. Hizo una bola con aquel pedazo de papel y lo dejó caer en el pasillo.

                Alguien gritó su nombre desde detrás. Alguien que venía jadeando. Clara.

                —¡Oye, tú! — dijo, recuperando el aliento —. ¿Dónde estabas? Ahora tenemos que ir a biología. Vamos a llegar tarde por tu culpa.

                —Qué más da — contestó David —. De todas formas no íbamos a hacer nada. Y si llego tarde dale las gracias a nuestra querida tutora. Me ha metido en un estúpido programa de integración social. Creo que voy a comprar muchas botellas de vodka antes de que empiece.

                —Ah, era eso — Clara abrió su mochila y sacó un papel sucio y arrugado —. A mí también me ha metido. No lo entiendo.

                Le tendió el papel, ya desdoblado. Era una nota de información exacta a la que había tirado David hace unos segundos.

                —Al menos ahora podremos comprar el vodka a medias — dijo Clara.

                —¿Ves? Por eso no necesito más amigos.

                Ambos rieron y pusieron camino a clase de biología.

                Eso había pasado ya hace tres semanas. Al principio, el programa de integración social era una chorrada. Y realmente, lo era. Solo reunían a un grupo de chicos marginados en aquella sala de paredes blancas en las que una luz mortecina les iluminaba las caras, y les ponían diapositivas y vídeos de adolescentes marginales.

                "Como si esto nos fuera a servir de algo", pensaba David.

                A la semana siguiente, uno de los monitores les entregó un cuaderno a cada uno.

El club de las sonrisas rotas.Место, где живут истории. Откройте их для себя