Capítulo 17 -El primer encuentro-

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—Que así sea, que celebremos la victoria sobre cientos de montañas formadas con los cráneos de nuestros rivales.

Asiento y, sin decir nada, ando hacia una de las entradas y salidas de La Gladia. Doscientas Vidas se pone a mi lado y me acompaña en silencio hacia el interior de la construcción. Un par de nuestros guerreros sonríen cuando pasamos por su lado; en la cara se les refleja la alegría de la victoria. Sin detenerme, les devuelvo la sonrisa y camino hacia las escaleras que conducen al interior de los palcos.

Intuyo que el Gárdimo se ha encerrado allí junto con la guardia personal. Antes de que se activara La Gladia, antes de que me viera obligado a dar muerte a Gháutra, él y Los Altos Señores reían y disfrutaban a costa de nuestro sudor, a costa de nuestra sangre. Es hora de devolverlos a la realidad.

Llegamos a una puerta gruesa de una aleación de color oscuro. Poso la mano sobre ella y cierro los ojos. Me concentro y observo desde dentro de mi mente lo que se oculta tras el metal.

—Geberdeth, prepárate —digo, abriendo los párpados.

—Eso está hecho. —Sonríe y blande las hachas.

Antes de dejar la mente en blanco, pienso:

«Recuerda, Vagalat, recuerda lo que te dijo El Caminante: "silencio"».

—El mundo en silencio... —murmuro—. El mundo está compuesto de silencio —susurro, mientras el aura carmesí me recubre el cuerpo.

Noto cómo la mano se calienta, noto cómo la recorre el fuego que nace en el alma. Al mismo tiempo que los ojos me brillan, el metal de la puerta se carga con la energía del interior de mi ser.

Retrocedo un paso y digo:

—Geberdeth, detrás de mí. —Espero unos segundos, pienso en la aleación haciéndose añicos y esta estalla.

Los fragmentos vuelan a nuestro alrededor, pero ninguno impacta ni contra mí ni contra mi amigo. De algún modo, los controlo y los desvío.

Doy unos pasos y contemplo al Gárdimo temblando. Recorro la estancia con la mirada y veo suplicar a algunos de Los Altos Señores.

—¿Vais a protegerlos? —pregunto a una decena de soldados que sostienen las armas con el pulso tembloroso—. ¿Vais a perder la vida por esta escoria? —Manifiesto a Dhagul y sentencio—: Pensadlo rápido, yo tengo bastante paciencia, pero mi amigo no.

Doscientas Vidas se adelanta, choca el metal de un hacha contra la otra y suelta:

—La perdí hace mucho. Os aconsejo que, si no queréis ser recordados como fanáticos enamorados de estos sucios corruptos, tiréis las armas y salgáis corriendo. —Sonríe y añade—: De ese modo, tanto yo como estas preciosidades olvidaremos que os hemos visto. —Besa las hojas de las hachas y empieza a contar. Antes de llegar al tres, los soldados arrojan las armas al suelo y huyen.

—Perfecto —digo, acercándome al Gárdimo—. ¿Por qué?

—¿Qué quieres decir? —pregunta asustado.

Lo golpeo con la empuñadura de Dhagul en la nariz, se la rompo, se la toca y gimotea.

—¿Por qué has servido a los Ghurakis? —Lo cojo de la melena castaña y dirijo la cabeza contra una mesa—. ¿Por qué has enviado a inocentes a la arena? —Vuelvo a hacer que la frente impacte contra la madera hasta que se astilla—. ¿Por qué has disfrutado con el dolor de los esclavos? —Lo arrastro unos metros, le miro la cara ensangrentada y poso la punta de Dhagul en la garganta—. Contesta.

—Yo... no... —El suelo se mancha de orina.

—Te voy a dar una última oportunidad de que salves tu miserable vida. Contesta a mi pregunta, ¿por qué has ayudado a los Ghurakis?

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Where stories live. Discover now