XIII, Final.

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El caliente líquido de color oscuro se deslizaba por su garganta protegiéndola del frío, la envolvía en un caluroso abrazo y se sentía como una cómoda caricia. Espiando por la ventana, esperando que llegue lo inesperado, dejándose seducir por el sabor amargo. Agregó un par de cucharadas de azúcar y revolvió, pensaba brindarle un gusto más agradable a su té. Las nubes se habían retirado temprano, era un día perfecto para estar afuera y, tal vez, hacer una caminata. Pero decidió quedarse, porque en el fondo de su corazón aún había esperanza. Hacía un largo tiempo que él no pasaba por allí, simplemente se esfumó como si nunca hubiera estado, como si todo aquello nunca hubiera sucedido. Las yemas de sus dedos chocaban con la mesa de madera, estaba impaciente, un tanto angustiada, como si un fuerte dolor se hubiera apropiado de su pecho. Ahora, ese malestar no la dejaba tranquila, esperaba que se fuera por las noches cuando extrañaba su tacto y su profunda voz. Pero nunca se extinguió.

Las cosas habían cambiado en ese último tiempo. Roxanne consiguió trabajo como sirvienta en una mansión cerca de allí. Serlo no la apasionaba en absoluto, pero era mejor que ser una prostituta; además, sus cuentas no se pagaban solas. Recibía una suma de dinero decente y no debía sentirse culpable por ello. Porque siempre lo sintió, en el fondo, su antigua profesión le generaba malestar. Aspiraba a ser alguien grande, tal vez una buena actriz que expresaba su arte en el teatro. Tal vez, bailar un poco sin la necesidad de ser provocativa, porque no era lo que disfrutaba. Poco a poco podría hacer sus sueños realidad, con algo de esmero y perseverancia. Aunque ahora trapear y lavar era lo único que tenía en mente, además de sus increíbles ojos celestes. Nunca dejó de pensarlo, se preguntaba si él lo seguiría haciendo. Ni siquiera una llamada, ni siquiera una visita.

Pero alguien tocó la puerta repetidas veces, se sobresaltó dando un brinco en el lugar. Casi corrió, se apresuro lo más que pudo para abrirla y ver quién estaba detrás de la muralla. De todos modos, lo supuso, pero aún fue una gran sorpresa cuando lo vio. Siempre tan elegante y serio, con una mirada intensa y sus esferas brillando más de lo normal porque, después de todo, los ojos no mienten. Quiso abrazarlo, darle un largo beso, pero no pudo hacerlo. Quedó petrificada, sin saber qué hacer. Se golpeó mentalmente cuando lo dejó pasar, hubiera sido una muy buena forma de recuperar el tiempo perdido.

—Tengo té —lo miró mientras ingresaban al interior de la casa—, también galletas —habló con una sonrisa en su rostro, sabía que le encantaban y esperó una respuesta por parte de él, pero sólo obtuvo más seriedad.

—Sólo vine a despedirme —aclaró su garganta sin emitir movimiento alguno.

La muchacha frunció el ceño y lo miró por largos segundos, fueron eternos para Thomas.

—¿Despedirte, Thomas? —se cruzó de brazos, indignada— ¿Vienes hasta aquí, después de un largo tiempo, sólo para despedirte? ¿Es en serio?

Miles de preguntas rondaban por su mente. Comenzaba a enojarse, no podía creer el atrevimiento que él estaba teniendo, era imposible de creer. Lo había extrañado cada día, lo recordaba todo el tiempo, pero quiso llegar cualquier día para esfumarse de su vida lo más rápido posible. Así no funcionaban las cosas, necesitaba más explicaciones.

—Es lo mejor y tú lo sabes.

—¿Lo mejor para quién? —preguntó con la voz firme, sin trastabillar—. No puedes hacer eso, desaparecer tan fácilmente de mi vida, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

—¡Intento protegerte! —exclamó de repente, mirándola a los ojos—. Siempre lo intenté, pero cada vez que te dejaba entrar a mi vida, algo sucedía. Algo malo pasaba.

—¡Pero la tormenta ya pasó, Tommy! No puedes vivir con miedo.

Ese era el punto, Thomas Shelby estaba muerto de miedo. No quería perderla, pero tampoco quería alejarla de su vida. Una decisión debía tomar y pensó que aquella era la correcta; si nadie se involucraba en su caótica vida, nadie saldría herido. Lo estuvo pensando por mucho tiempo, por las noches no dormía recordando su perfume. Podía sentirla todo el tiempo, lo perseguía hasta en sus sueños. Pero la felicidad no puede existir para aquellos que no están dispuestos a recibirla. Tapó su rostro con ambas manos, desesperado e inquieto, ya no sabía con exactitud qué estaba haciendo, qué quería lograr.

—Estoy aquí —tomó sus manos temblorosas con suavidad y sus miradas se conectaron.

Entonces se besaron, llevaban un largo tiempo sin hacerlo. Fue casi una necesidad, un instinto que no podía ser ignorado. Sus labios unidos, sus labios compartidos. Nadie podía detenerlos porque juntos eran invencibles, intocables. Pero el beso se tornaba cada vez más apasionado, más intenso. El calor ingresó por sus poros y la ropa comenzó a molestar. Poco a poco y con lentitud, las prendas fueron cayendo al suelo. Allí lo supieron, podían ser uno y todo estaría bien, el mundo no importaba cuando ellos por fin se dejaron llevar. Plantó besos húmedos en su cuello y un escalofrío recorrió su espina dorsal, querían cada vez más y más. Esta vez fue distinto, existían sentimientos de por medio, una ráfaga de inexplicables sensaciones. Él quería tenerlo todo, poseer cada parte de su ser, saborear su piel. Ella pedía lo que tanto deseaba y no podía negarse jamás. El suave tacto, sus manos cálidas rozando cada sector, cada rincón. Se sentía maravilloso, el sudor y la fricción de los cuerpos. Gemidos y respiraciones entrecortadas, aquello era fascinante. Romperían todos sus murallas hasta llegar al éxtasis. Podían encontrarse en esa cama, percatarse de lo único que era el momento. Tan efímero y real, tan sensual e irresistible. Los cuerpos se delataban, estaban hechos el uno para el otro.

—Te elijo a ti, Thomas —murmuró mientras acariciaba su pecho desnudo, las miradas perdidas en un punto de la habitación—. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr.

—Tú y yo, siempre nos volvemos a encontrar —dijo jugando con su sedoso cabellos negro—. Tal vez, esa sea una señal.

Y así era, una única señal que no podían dejar pasar. Danzaban con una canción eterna, no podían dejar de sentirse ni mirarse. Esa era la vida, tan imprecisa e indecisa, pero lograron dominarla. Sus corazones acelerados, las sonrisas sinceras, ese era el lugar. Las palabras faltaron, pero las estrellas hablaron. Es la brisa llevándose aquellas noches de soledad, transformando el silencio en minutos de tranquilidad. Tenían mucho por demostrar, vivir e imaginar.

Lazos del caos | Thomas ShelbyWhere stories live. Discover now