IV.

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Pasos en el callejón que cada vez se sentían más fuertes, más próximos. Los zapatos generando todo un eco que erizaba su piel. Sabía muy bien que no estaba sola, alguien más la acompañaba en esa fría noche estrellada. Entonces se apresuró, necesitaba llegar lo antes posible a su apartamento y, sin mirar atrás, aceleró. Pero, como era de esperarse, aquella persona también lo hizo, sintió que no tenía escapatoria alguna. En el solitario lugar no circulaba nadie, cuando es demasiado tarde las personas duermen tranquilamente en sus respectivos hogares. Correr fue lo único que se le ocurrió, correr como si no existiera un mañana y como si su vida dependiera de eso. En ese entonces, el miedo ya formaba parte de su cuerpo, pero no un miedo paralizante, si no un miedo que la empujó hacia el vacío para que, por fin, pudiera reaccionar. No debía tropezar, no debía equivocarse ni fallar. No era sólo una persona la que la perseguía, eran dos. De repente, justo antes de llegar a destino, disparos comenzaron a escucharse, disparos dirigidos solamente hacia ella. Gritos de socorro, gritos desesperados. Alguien debió escucharla, porque una anciana pudo salvarla, aunque una de las balas aterrizó en su hombro y costado derecho. Un dolor desgarrador, excesivo y difícil de soportar. Tendida en el frío suelo, con lágrimas saliendo de sus ojos y con miles de preguntas que debían ser respondidas. Los disparos se habían escuchado desde lejos, por lo que la policía no tardó en llegar; pero fue demasiado tarde, aquellos sujetos se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos.

Despertó dos días después, con un gran malestar. Maldijo en voz alta y abrió los ojos con dificultad, se retorció por el daño que tenía en la parte superior del cuerpo. Dos jóvenes corpulentos descansaban sentados en la entrada de la puerta y Roxanne no pudo evitar fruncir el ceño. ¿Qué estaba pasando? O, mejor dicho, ¿Qué había pasado? Se removió en el lugar y soltó un gemido por el dolor, sentada pudo ver las cosas con más claridad: se encontraba en un hospital, con dos “guardianes” que dormían sin inmutarse. Las vendas cubrían sus heridas no tan profundas y su cuerpo estaba envuelto por la blanca ropa del lugar.

Las puertas se abrieron de par en par, la joven se estremeció y los dos hombres se pusieron de pie al instante. Thomas Shelby caminó con presencia y seriedad, recorrió su rostro adolorido y, frente a frente, no dijo ni una palabra. Ella habló con dificultad.

—¿Qué mierda está pasando?

Intentó moverse unos cuantos centímetros más, pero fue en vano.

—Quédate quieta, el doctor dijo que debías descansar.

—Me importa un carajo lo que diga el doctor —dijo de repente, indignada—. Necesito una explicación ya mismo, Tommy.

Él giró para encontrarse con los rostros curiosos de aquellos chicos, que pretendían escuchar un poco más de la conversación.

—Esperen afuera —dijo, soltando un suspiro.

Las paredes grises, sin color ni alegría. La habitación sin nada que destaque, simplemente un lugar triste y carente de entusiasmo. Observó el gran cartel que decía “no fumar” y revisó en los bolsillos de su traje. Le ofreció un cigarrillo y ella negó girando su cabeza, entonces puso el objeto entre sus labios, lo encendió y comenzó a fumar mientras exhalaba el humo repetidas veces. Roxanne comenzaba a inquietarse, ya estaba algo harta de esa situación y su impaciencia crecía más y más.

—Te dispararon porque matamos a alguien —explicó—. Y no descansarán hasta vernos a todos muertos.

La muchacha conocía a la perfección el historial de la familia Shelby, entendía con qué clase de personas trataba y qué eran capaces de hacer. Pero sabía que no tenía nada que ver con eso, nunca se había metido con la mafia ni mucho menos causaba problemas. Simplemente era una prostituta que no planeaba cambiar su estilo de vida.

—No lo entiendo, Thomas —dijo mientras la furia se apoderaba de su ser—¡Yo no formo parte de ese circo que tú manejas!

—Tu vida también está en juego, Roxanne —expresó sin perder la paciencia—. Y deberás entenderlo, porque ahora es parte de tu realidad.

—¿De qué hablas? Eres un egoísta, no puedes meterme en tus líos.

—¡Mi hermano está muerto! John está muerto —levantó el tono de repente—. Yo no pedí esto…

Ojo por ojo, así funcionaba la realidad. John Shelby estaba muerto, su primo Michael gravemente herido y aún se encontraba inconsciente. El caos comenzaba nuevamente y, ahora, la joven formaba parte de ese juego despiadado. La familia se había vuelto a unir, a pesar de que estuvieron juntos en la horca (con excepción de Thomas, que siempre se salía con la suya). En esos momentos debían ser buenos aliados, aunque el odio y rencor corriera por sus venas. No hay noches de descanso para esas almas caóticas. Si bien la pena y nostalgia lo despertaba por las noches, no lo expresaba en absoluto.

Le entregó un arma cargada, pues la necesitaría. Si bien Roxanne nunca entró en contacto con una de esas, debía defenderse cuando el momento decisivo llegara.

Lazos del caos | Thomas ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora