VII.

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Paraíso

Un cartel luminoso que resaltaba en medio de la oscuridad nocturna, la miraba hambriento pidiéndole a gritos ingresar. De eso se trataba, otra función más. Un rojo fuerte brillando sin parar, lo observaba con el corazón roto, los sueños partidos y las ilusiones extintas. Debía entrar a lo que parecía ser el paraíso, pero, en realidad, estaba adentrándose en el mismísimo infierno. El vestido negro escotado y los hombros cubiertos por el frío. Abrió las puertas de madera de par en par y pudo jurar que todo se detuvo, las charlas cesaron sólo para mirarla y la música se silenció para que todos pudieran reírse de ella, señalarla con el dedo y decirle “puta”. Pero todo estaba en su imaginación, cada persona se divertía por su cuenta y las conversaciones fluían con normalidad. Todo transcurrió en cámara lenta, sus pasos resonando en lo más profundo de la inmensidad, la silueta danzando al compás de la agitada música. Todo estaba calculado, todo estaba bien pensado. Y allí la vio, acercándose con sensualidad y serenidad, tan bella y jovial.  Un tatuaje en el cuello tan característico y los anillos de oro, con el traje elegante y el perfume sofisticado. El sombrero arriba de la mesa redonda, golpeteaba las yemas de sus dedos impaciente.

Cuando estaban frente a frente, se puso de pie para besarle la mano.

—Signorina —murmuró con una marcada tonada italiana.

—Signore —contraatacó ella mientras asentía, el juego había comenzado.

Roxanne pidió la misma bebida que él estaba consumiendo, seguía los pasos al pie de la letra y nada podía salir mal. Debió tomar cada recomendación de Thomas, no había lugar para fallar. Se cruzó de piernas y dejó sus hombros descubiertos, para que cada rastro de piel se luciera a la perfección. Luca Changretta la observaba fijamente sin emitir mueca alguna, pero internamente el fuego comenzaba a encenderse. En cambio, el frío dominaba a la joven, que no era más que una buena actriz. Ese era su trabajo.

—Michael Gray está fuera del hospital y la familia Shelby lista para atacar.

—¿Entonces?

—Tengo una propuesta —dijo, acercando su silla para estar próxima a él—. Deberás perdonar mi vida, pero yo te entregaré a cada uno de ellos.

—¿Y cómo sabré que dices la verdad? —preguntó interesado, con la mirada al frente y dejando que la bebida se deslizara por su garganta.

—Conoces mi historia, sabes a la perfección que yo no pertenezco a esa lista —habló encogiéndose de hombros—. Sólo soy una simple prostituta.

Sus propias palabras dolieron. Pero Roxanne sí que era algo más que una “simple prostituta”, era una mujer fuerte y luchadora, alguien que se merecía todo el respeto del mundo. Pero si quería terminar con todo aquel embrollo, debía mentir, debía aparentar. De todos modos, estaba acostumbrada, solía fingir orgasmos, fingir interés y fingir felicidad. ¿Tan miserable era? ¿Tanto dolor guardaba su corazón? En realidad, no. Aunque le costara reconocerlo, Thomas Shelby le generaba millones de sentimientos gratos, la hacía soñar, Roxanne llevaba mucho tiempo sin soñar. Estaba enredada en una gran confusión, porque quererlo significaba adentrarse a ese mundo tan depravado y desastroso, un mundo donde el caos era su mayor aliado. Aún así, estaba dispuesta.

—Todos tenemos nuestras razones —explicó mientras colocaba un cigarrillo entre sus labios y lo encendía—. Y la injusticia es una de las mías.

—¿Sabes? Mi madre solía decir que una mujer persuadida es el arma más peligrosa de todas —la miró de frente y sonrió sin mostrar los dientes.

Roxanne era un huracán con ojos bonitos. Comprendía que toda esa guerra los hacía estúpidos, y sería esa estupidez la que terminaría matándolos. Se sentía como estar bailando con el diablo, tratando con la oscuridad. De alguna forma, los problemas siempre terminaban devorándolos.

—Y te ves tan convencida, con el humo del cigarrillo y tu ceño fruncido —él se acercó más y más, sin trastabillar ni vacilar.

—Cuando el caos es la única partida que existe, debes aprender a ser un buen jugador.

Y el desenlace fue obvio, de esperarse. Las respiraciones tan cerca, el tabaco y el sabor a alcohol. Aquellas almas no se unieron, pero sus labios sí. Debían buscar un lugar para sellar el trato y lo encontraron, el apartamento de Roxanne que quedaba a unas pocas calles de allí. Cuando atravesó la puerta y su ropa desapareció, supo que no quería volver más a ese lugar que llamaba hogar. Era como una negociación y, por más que le pesara, entendía lo que debía hacer. Fingir nuevamente, fingir cada pizca de placer y sensualidad. Cuerpos desnudos y las gotas de sudor, calor en medio del frío y satisfacción. Los besos húmedos se extendían por todo su cuerpo, simplemente se dejó llevar. Piel con piel, el suave tacto, simplemente se permitió gozar. Pero entre medio del placer, su corazón no paraba de llorar, eran sentimientos que no podía negar. Pronto el caos terminaría y ella podría rehacer su vida, aquello fue la gota que colmó el vaso. Pensaba y pensaba, pero a la vez disfrutaba. Se sentía sucia, sola y excedida, como una hereje. Después de todo, estaba lista para empezar de cero.

Lazos del caos | Thomas ShelbyWhere stories live. Discover now