VI.

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El viaje en auto resultó ser un tanto incómodo, carente de una larga conversación como ella lo pensó. Sólo suspiros y miradas fijas que tenían un gran significado, pero nada de palabras tranquilizadoras ni sonrisas despreocupadas. En el fondo, ambos estaban ansiosos y nerviosos, esperaban tener una grandiosa velada y nada podía salir mal, todo estaba calculado. El camino parecía ser demasiado largo y tedioso, pero ella lo disfrutó de todos modos, tenía su compañía y eso era lo único que deseaba. La miró de reojo mientras tomaba el volante con fuerza y aquella vista le sorprendió, tanta belleza derramada en unas verdes esferas, los labios rojos y las mejillas levemente sonrojadas. Ambos elegantes, preparados para lo incierto y dispuestos a celebrar en tiempos de conflictos. Era un poco extraño, tener una cena y extensas charlas en momentos de caos y terror, pero no lo pudieron evitar. Quiso verlo, sentir su voz y hablar con él. Cuando llegaron, se apresuró para abrirle la puerta con caballerosidad, ayudarle tomándole la fría mano, caminar junto a ella. Sus brazos cruzados por el frío, andando apresuradamente mientras la suave brisa congelaba sus rostros. Los altos tacones hundiéndose en el verde y húmedo césped, se llenaban de barro ya que horas antes había llovido. A lo lejos pudieron divisar una pequeña casa alumbrada, el lugar de destino.

Cuando entraron, comprendió que, a su alrededor, cada detalle estaba cuidadosamente arreglado, listo para que ellos dos disfrutaran. En medio de la habitación, una mesa con mantel blanco, platos, copas y cubiertos. Las velas le brindaban al lugar calidez, una tenue luz alumbrando cada rincón. No podía faltar el gramófono, que ambientaba a la perfección el lugar con sus tenues y clásicas melodías. Thomas se aclaró la garganta y corrió la silla de la joven para que pudiera sentarse. Sirvió un poco de líquido color café y la acompañó.

—¿A qué se debe esta elegante reunión? —preguntó Roxanne mientras permitía que el alcohol bajara por su garganta.

—Quiero hacer un brindis —dijo elevando su copa hacia el cielo, ignorando por completo aquella pregunta—. Por la calma.

—Por la calma —continuó mientras chocaban sus copas al mismo tiempo.

En el fuego se cocinaba un pequeño pollo, supuso que esa sería la cena que estaría lista en unos largos minutos, deberían esperar. Pero no querían esperar en silencio.

—Podemos bailar luego —habló mirándola fijamente—. Sé que te gusta bailar.

—Cuántas cosas sabrá Thomas Shelby sobre mí —se preguntó, curiosa—. Más de las que yo creo.

Y eso era cierto. Tommy tenía la costumbre de averiguar más de la cuenta sobre las personas que le interesaban. Sabía muchas cosas de Roxanne, ni ella podría imaginárselo, no quisiera imaginárselo.

—De todos modos, también sé algo sobre ti —dijo señalándolo con el dedo índice—. A ti también te encanta bailar.

—Y soy un gran bailarín —contestó con esa seriedad que tanto lo caracterizaba.

—Tal vez. Pero eso lo comprobaremos más tarde —guiñó un ojo y soltó una larga carcajada.

Por momentos, se preguntó si traía a muchas mujeres a ese lugar, si las seducía de la misma manera para luego llevárselas a la cama. Quiso negarlo, quiso pensar que todo aquello era especial, que todo aquello era real. Era muy difícil comprender qué rondaba por la cabeza de ese hombre, cada una de sus palabras y actitudes eran interesantes e inesperadas. No había nadie que intimidara a Thomas Shelby, no había nadie que pudiera derribarlo. O eso creía.

—¿Vas a protegerme, Tommy?

Una pregunta que tantas veces se había hecho, una pregunta que no la dejaba dormir por las noches. En cualquier momento podían derribar la puerta de su apartamento y hacerle daño. La última vez se salvó, pero esperaba que no hubiera una próxima.

—Estás a salvo.

—No me refiero a esos simios que están afuera de mi casa —explicó como si fuera una obviedad—. Yo quiero que tú me protejas.

Y lo dijo, por fin lo dijo. Eso que tantas veces picaba su consciencia, algo que por tanto tiempo guardó en el fondo de su corazón. Hacía mucho ya que había comenzado a sentir cosas por Thomas, pequeñas cosas que tenían tanto peso en su ser. Su sinceridad con su grandeza, los detalles con la dulzura atrapada en ese rostro serio. Pero sus sentimientos también eran genuinos, él podía quererla por el peso del tiempo y tantas charlas nocturnas. Ambos cayeron sin darse cuenta, cayeron en lo más profundo y no podían salir. El juego había comenzado.

Le tendió la mano para que la tomara y así lo hizo. Sintieron aquel calor al rozar sus pieles, todo lo que necesitaban. La música era perfecta, una suave y delicada canción para bailar juntos. Colocó la mano en su hombro, él en su cintura. Los dedos se entrelazaron y comenzaron a danzar con dulzura y tranquilidad, era un momento especial. Ambas mejillas pegadas, él pudo sentir su perfume y eso le trajo miles de recuerdos. Se miraron y los ojos trasmitían un montón de emociones, ya no estaban vacíos y no les faltaba gracia. Poco a poco se acercaron para unirse en un largo y profundo beso, pero aquel beso era real. Sentían la conexión palpitando cada vez más fuerte, no había nada que pudiera pararlos. Entonces la ropa comenzó a molestar, pero Thomas no pudo seguir. Acarició su mejilla y habló.

—Necesito tu ayuda.

Lo miró consternada, pero permitió que siguiera comunicando el mensaje.

—Te encontrarás con Luca Changretta mañana por la noche, harán un trato y así podremos actuar.

—¿Qué clase de trato?

—Él te perdonará la vida, pero nos entregarás por su perdón.

—¿De qué estás hablando, Tommy? —preguntó con desconfianza, el ceño fruncido.

—Es una trampa.

Entonces lo comprendió, todo era parte del plan. Pensó que nada de aquello era cierto, todo una vil mentira para usarla como carnada. Entonces la furia corrió por sus venas.

—Me trajiste aquí sólo para usarme —dijo negando con la cabeza repetidas veces, sin poder creerlo—. Esto es una mentira y siempre lo supiste. Podrías haber obviado este juego, pero ni siquiera el beso fue real.

—No, Roxanne, sí fue real —tomó su barbilla con ambas manos y ella se soltó de su agarre, desilusionada.

—Pero sólo soy una simple prostituta, ¿cierto?

Silencio, nada para decir. Se prometió no llorar, estaba acostumbrada a decepcionarse. Dejó escapar un largo suspiro y acomodó el cabello que caía sobre su rostro.

—Olvídalo, ¿Qué tengo que hacer?

—Se reunirán en el bar “Paraíso”, tendrás que ir con tu mejor atuendo. Allí negociarás con él, tu vida por la nuestra. Necesitará una prueba.

Se sintió como miles de cuchillos clavados en su corazón.

—¡¿Una maldita prueba, Thomas?! —levantó el tono de repente— ¿Tengo que cogérmelo?

—Sólo por esta vez, lo prometo.

Y una fuerte bofetada aterrizó en su rostro, pero no dijo nada. Se lo merecía. De todos modos, lo haría, sí que lo haría. Pensó que era la única forma de acabar con esa guerra, el poder estaba en sus manos. Thomas Shelby confiaba plenamente en la chica y ella no lo decepcionaría. Triste y enfadada, se sintió acorralada, entre la espada y la pared. Por momentos, deseó olvidarse de ese hombre, no verlo nunca jamás, aunque lo que sentía no lo podía negar.

Lazos del caos | Thomas ShelbyWhere stories live. Discover now