XI.

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De un color negro y con todos los vidrios manchados, algo percudida, demostrando que no se usaba hace un largo tiempo. A lo lejos la vio y corrió con todas sus fuerzas, el shock y la desesperación le nublaban la visión, pero debía actuar con rapidez. Una cabina telefónica era lo único que necesitaba en esos momentos y la había encontrado. Fue difícil marcar los números porque sus manos temblaban sin parar, pero lo logró, debía esperar que alguien atendiera. Después de tres tonos, escuchó su profunda voz y las palabras tardaron en salir, simplemente no sabía qué decir. La sorpresa los había golpeado a todos.

—Thomas, tuvimos problemas —apretó con fuerzas el teléfono, la respiración entrecortada y gotas de sudor cayendo por su frente—. Se está muriendo.

Miles de preguntas llegaron después, la desesperación y la necesidad de apresurarse. No pudo recordar cada detalle, pues tiempo les faltaba y espacios en blanco llenaban su mente. ¿Qué había pasado en realidad? No podría explicarlo con exactitud. De todos modos, lo primordial era salvar su vida. Llegaron al hospital más cercano, el vehículo iba a toda velocidad. La sangre en sus manos, sangre por todos lados. Toallas pintadas de un rojo fuerte y quejidos desgarradores. No soportaba el dolor, quedó inconsciente. Los gritos serían difíciles de olvidar, quedarían marcados en su cabeza hasta el día de su muerte. Fue un gran caos, disparos y mucha confusión. Unas cuantas balas fueron capturadas por el cuerpo de Roxanne, pero ninguna llegó a su corazón, como era de esperarse. Pero el grupo que acompañaba a la joven se apresuró, los doctores no permitieron que se quedaran en la sala. Era una urgencia.

—¡Por favor, esperen afuera! —levantó el tono una de las enfermeras al ver que la situación se tornaba cada vez más grave.

Aberama Gold protestó repetidas veces. Él estaba a cargo de Roxanne y Michael y la vida de uno de ellos peligraba. Era un gitano, un hombre con mala reputación que no seguía las reglas. Otro asesino más. Tommy no debía pagarle grandes sumas de dinero, ya que no era lo que Aberama buscaba. Quería ayuda para su hijo, Bonnie Gold, que aspiraba ser un gran luchador. Entonces, mientras su padre protegía a un par de jóvenes, el muchacho se dedicaba a las peleas para convertirse en alguien. Estaba arreglado, aquel día donde Arthur Shelby fingió su muerte, Bonnie distraía al público con sus fantásticos movimientos. Ahora frotaba sus manos con nerviosismo, algo inquieto daba vueltas por los pasillos. Esperaba al único hijo de Polly Gray, que buscaba velozmente una cabina telefónica. Aquella noticia debía ser entregada a Thomas: los habían traicionado, el conductor hizo arreglos con los italianos e intentó matar de un disparo a todos, pero en especial a Roxanne. En realidad, el trato era llevarlos hasta el paradero de Luca Changretta, allí arreglaría cuentas con la mujer. El resto no le importaba, pero Thomas y Roxanne estaban en la mira. Cuando los pasajeros se alertaron y el camino se hacía cada vez más conocido, supieron que se trataba de un engaño. Reaccionaron lo más rápido posible, pero el traidor tomó un arma y los disparos comenzaron, dañando únicamente a la pelinegra. Terminó siendo historia, lo mataron de un balazo. Entonces, Aberama tomó las riendas de la situación y todo trascurrió en cámara lenta. Gritos silenciosos, latidos fuertes que cada vez eran más lentos, se escuchaban a la lejanía. Estaban cerca de Small Heath, serían una presa fácil de encontrar, aunque en esos momentos sólo una era la preocupación.

Las puertas se abrieron de par en par, su rostro denotando preocupación e intranquilidad. Ni siquiera los miró a los ojos, sólo aceleró su paso y entró en la habitación. Allí la vio, tendida en la camilla, con la piel pálida y los labios sin color; sus mejillas ya no brillaban más y no podía ver sus luminosos ojos verdes. Aquella imagen le partió el alma en mil pedazos, verla tan frágil como una rosa, sus pétalos caían de a poco, dejando de existir. Estaba paralizado, millones de sentimientos y recuerdos regresaron a su cuerpo. No quería perderla, necesitaba tocarla y saber que todo estaba bien, saber que esta vez también sobreviviría. Pero no era tan fácil.

—¡Señor! —habló uno de los médicos—. Debe esperar afuera, estamos haciendo nuestro trabajo.

Pasaron largas horas, él seguía allí. No había comido ni prendido uno de sus cigarrillos. En esos momentos, necesitaba un buen trago, pero no pudo moverse ni un sólo centímetro. Debía acabar lo antes posible con Luca Changretta, no podía permitir otro accidente como ese. Escuchó ese ruido temido, como si su corazón hubiera dejado de latir. Cuando el doctor salió de la sala y lo vio allí sentado, después de tanto tiempo de espera, una mueca le mostró. Negó con la cabeza y tocó su hombro, dándole varia palmadas para reconfortarlo. No existieron palabras, no había nada que decir, aquello había sido un desastre imposible de revertir.

Pero siempre recordaría los ojos de Roxanne, su risa contagiosa y la mirada que tanto lo atrapaba. Todo resultó ser efímero, el tiempo de felicidad y las horas para cambiar. Podría ver su rostro blanco como el papel sin ningún detalle de tranquilidad, nada volvería a ser igual. Prefería ignorar la realidad, alejarse de todo el caos y seguir hacia delante, abandonar el hospital y no volver nunca más. De todos modos, ya era demasiado tarde para volver el tiempo atrás. Pero aquella historia trágica no terminaría aún, quedaban ciertas cuestiones pendientes. La vendetta debía finalizar.

Lazos del caos | Thomas ShelbyWhere stories live. Discover now