VIII.

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—Hola, Rick.

Una tarde fría y lluviosa, las finas gotas habían comenzado a caer desde muy temprano. El lugar sombrío no mostraba ni un rastro de luminosidad, la neblina se esparcía y tapaba cada lápida. Unos cuantos girasoles en la tierra húmeda, eran símbolos de afecto y conmemoración. Siempre había evitado los cementeros, aquellos tristes lugares que le recordaban lo efímeras que eran las personas. Sostenía el paraguas con una mano, cubriéndose de la tormenta que se volvía más violenta.

—¿Qué se siente estar allá arriba? —sonrió mientras miraba fijamente los números marcados en la piedra. Habían pasado unos largos años—. Espero que los ángeles te estén sirviendo una buena cerveza helada.

Rick era una persona muy creyente. Siempre pensó que, cuando su momento llegara, los ángeles lo estarían esperando, mientras le servían su bebida favorita y jugaban al póker. Roxanne carcajeaba fuertemente al escuchar el relato, pues lo decía con total seriedad. Ella nunca había sido religiosa, pero guardaba las cruces de su difunto esposo y miraba hacia el cielo cuando lo recordaba.

—¿Sabes? Aquí abajo es todo un desastre, quisiera que estés conmigo.

Nada había cambiado. Tommy le aseguró protección, pero ella seguía pensando que algo andaba mal, como si aquella negociación hubiera sido en vano. Ahora estaba alerta, mirando para cualquier lado, a cada esquina, cuidándose de los posibles inconvenientes. Porque de eso se trataba, de sobrevivir.

Una silueta se posicionó a su derecha y los nervios volvieron a aparecer en su estómago, formando un nudo difícil de resistir e ignorar. Se mojaba con las gotas de lluvia y Roxanne decidió acercarse un poco más, para cubrirlo con el paraguas. Sintió su calor reconfortante, la energía que tanto la salvaba de la melancolía e incertidumbre. No se miraban, pero sí se sentían, existía una especie de aura que los rodeaba a ambos. Prendió un cigarrillo y le ofreció otro a la joven, que aceptó. Ya era costumbre el silencio y las miradas cómplices. Roxanne apoyó la cabeza en el hombro de Thomas, él sonrió sin mostrar los dientes, y aquella fue una sonrisa sincera. Estaba esperando algún indicio de la joven, algo que demostrara que no había guerra entre ellos. Pues, lo aceptaba, la había cagado y ya no había vuelta atrás. Colocó su brazo a lo largo de sus hombros, juntos ni el fuerte viento podría vencerlos.

Las lágrimas saladas comenzaron a bajar por sus mejillas y se sintió estúpida, se sintió débil y frágil. Como si no hubiera motivos para llorar, pero de igual manera lo hacía, algo andaba mal. Todo era un desastre, sentía que su vida era un desastre. Prefería irse lejos, empezar su vida de cero al lado del hombre que tanto hacía latir su corazón. Dejó caer el paraguas y el cigarrillo para tapar su rostro y Tommy la abrazó.

—Lo siento —mencionó, por primera vez, apenado—. Lo siento mucho.

No quería dejarlo, intentó soltarse, pero él forzó el agarre. Debía tenerla cerca, protegerla. Sentimientos encontrados, odio, enojo y amor al mismo tiempo. Pero Roxanne no tendría que vender su cuerpo nunca más, el dinero no sería el problema.

—Ya no tendrás que venderte, lo prometo.

Y se besaron, fue un beso desesperado, como si necesitaran esa muestra de cariño, como si sus vidas dependieran de eso. Besarse creyendo que el mañana nunca existiría, besarse pensando que el mundo está en llamas. Simplemente era agua, no importó cuando toda su ropa estaba mojada.

—Ven, quiero enseñarte algo.

Tomó su mano para guiarla hacia adelante. En un abrir y cerrar de ojos la lluvia cesó y las nubes grises desaparecieron, como si aquello hubiera estado calculado. Todo el camino estuvieron de la misma manera y, aquel gesto, les traía comodidad. Fue una larga caminata, luego de unos largos minutos llegaron y la vista la sorprendió por completo. Podía respirar el aire fresco y sentirse libre, las flores de colores decorando cada sector haciendo que ese lugar fuera único y especial. El verde era maravilloso, un lugar amplio para disfrutar. Pero contaba miles de historias, historias que se recordaban con nostalgia. Un campo con plena naturaleza, algo totalmente distinto después de la oscuridad. Compartieron el silencio por mucho tiempo, ella quería escucharlo, pero los pensamientos vagaban por su mente y no lo dejaban en paz.

—Solía tener un caballo blanco— habló de repente—. Mi madre y yo veníamos aquí para montarlo.

Se sentía reconfortante oír historias sobre la vida de Thomas Shelby, que abriera de par en par su corazón para confiarle las memorias que tanto guardaba profundamente.

—Luego, ella se fue y nada volvió a ser igual.

—¿Qué le sucedió? —preguntó curiosa, y un tanto nerviosa por la respuesta que llegaría después. Sabía que había tristeza en sus palabras.

—Se ahogó en el canal —soltó con frialdad, un tanto inseguro —. Pero no creo que sea cierto, algo más sucedió.

Y es que él no creía la historia que le contaron. Pero era un pobre chiquillo que había perdido a su madre, la mujer que tanto lo amaba y acompañaba en esa noches sombrías y de terror. Debió estar presente sin decir nada, porque, en realidad, no había nada que decir.

—Hacía mucho tiempo que no venía aquí, a veces me quedaba horas y horas pensando— recordó mientras prendía otro cigarrillo—. Escuchando a los mirlos cantar y sintiendo cómo el viento chocaba con mi rostro

—Es un lugar hermoso.

Y corrió, corrió tan fuerte como sus piernas se lo permitieron. Como si estuviera huyendo, como si los puentes se quemaran a sus espaldas. Un manto de colores que la acompañaba en esa carrera, las plantas altas que tapaban su cuerpo. Lo llamó por su nombre para que la acompañara, se acercaba con lentitud.

—¡Vamos! —chilló para que escuchara, aproximándose nuevamente para que la acompañara— Corre conmigo.

Hizo unos cuantos tirones, pero, al final, él accedió. Y ambos corrían como locos, nadie los estaba viendo, pero reían y eso era digno de una fotografía. Sentir la brisa en sus rostros, el cabello hacia atrás y sus pies que apenas tocaban en piso. El cansancio los hizo frenar, con sus respiraciones entrecortadas y el corazón latiendo a toda velocidad. Entonces, Roxanne gritó, sacó hacia el exterior todo lo que le impedía ser, no paró ni un segundo y parecía que su voz comenzaba a desgarrarse.

—¡¿Qué haces?! Deja eso ya.

—¡Vamos! Inténtalo, libera todo el dolor.

La observaba con el ceño fruncido, no comprendía totalmente qué era aquello, para qué servía. Negó repetidas veces con la cabeza y no emitió palabra alguna.

—¡Hazlo conmigo, Tommy! —lo miró de frente para llamar su atención—. Que no te importe una mierda, sólo hazlo.

Lo pensó por unos segundos, pero volvió a ceder. Ambas almas gritando, sintiéndose los reyes del mundo. Nadie ni nada los podía parar, y era esa fuerza la que los hacía avanzar. Sentirse completamente libres sin nadie que diga lo contrario. Eran grandiosos, invencibles. Podían ser los dueños de todo eso, sólo tenían que dejarse llevar. Y ya nada importaba, ni sus antecedentes ni sus pasados, allá afuera no eran nadie. Conservaban sus nombres y sus almas vacías, nada más. Pero juntos, podían ser alguien, ser todo lo que imaginaran.

Lazos del caos | Thomas ShelbyWhere stories live. Discover now