Capítulo Once

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Carlos, 14 años
La música que suena











Salir de la ducha y cambiarme dentro del baño era terrible, porque no podía identificar el sudor de las gotas de agua; y eso me parecía asqueroso. Lo peor del caso era que, una vez me ponía la camiseta, volvía a sentir el calor asotar cada parte de mi cuerpo. Así que tenía la necesidad de correr al ventilador y dejar mi cuerpo frente a él por minutos.

Padre a veces se molestaba y me regañaba, ya que apenas me secaba un poco el cabello, recogía los mechones que caían en mi frente con una liga, y Padre decía que me enfermaría si seguía tendiendo ese mal hábito. E igual Padre se llevaba toda la razón, pero para su buena suerte, las ligas con las que enredaba mi cabello eran muy frágiles, y eso era porque las sacaba de los paquetes de pan integral o las bolsas de galletas caseras que compraba camino a la escuela. Así que se rompían fácilmente.

—Hey, pajarito —Mateo me llamó del otro lado de la línea, su voz sonaba emocionada.

—¿Mm? —Respondí, intentando prestar atención a la televisión y a la llamada al mismo tiempo.

—¿Quieres venir a mi casa? Estoy aburrido, y me quedé pensando en el juego del otro día que no alcanzamos a acabar. —Normalmente le diría que sí a mi mejor amigo, pero hoy no podía aceptar su invitación. Estaban transmitiendo un documental sobre mi pintora favorita, André Rosal, y no quería perdérmelo.

—Luego, Mat —Dije antes de colgar. Acomodé el rostro sobre mis brazos, dejando el celular en la mesita de noche para que no me interrumpiera con notificaciones.

Las luces de La Fortaleza de Hierro estaban apagadas y solamente los tonos coloridos de la televisión daban visibilidad de las cosas que había dentro. Jugaba con los dedos de mis pies esperando a que el documental diera inicio, aburrido da la gran cantidad de comerciales que salían.

Lo divertido de la situación era que yo ya sabía toda la historia de André Rosal, porque me puse a investigar sobre ella cuando apenas conocí sus pinturas. Lo que me atrapó de sus cuadros era la manera en que podía expresar su imaginación y sueños en cada uno de ellos, dejando que entraras a su mente por unos instantes, casi permitiendo que compartieran la cama en una noche estrellada; quedando sin escape del aura misteriosa y terrorífica que recorría las mantas. Viajabas a sus pesadillas.

Y sus pinturas no eran lo único interesante de André Rosal, sino que su vida también era un paraíso de intriga; André murió en su casa de cinco apuñaladas en el pecho, las cuales le bañaron de sangre en aquella escena trágica, pero el horror no terminaba allí, pues quien cometió el crimen dibujó una cara sonriente entre el desastre sangriento de su torso.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2020 ⏰

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