Capítulo Nueve

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Carlos, 14 años
Los tatuajes de Mateo













Estaba mirando hacia techo repleto de estrellas de la Fortaleza de Hierro mientras giraba en la silla con ruedas del escritorio. Y cada cierto tiempo me llevaba una cucharada de arroz con leche a la boca, porque tenía una taza con decoración de flores en las manos. Lo mejor que podía hacer era pensar. Pensar en cualquier tema de interés que se hallaba en mi mente en esos momentos, porque sino me quedaría dormido, y el lugar en el que estaba no era el mejor para tener una siesta.

Como tenía la estantería de libros frente a mi, cerré los ojos para recordar algo que se me hubiera pasado de todos esos libros que me leí hace semanas, meses o años; pero todo seguía manchado en blanco, así que imaginé mi propia novela. Si yo escribiera, no sería de romance, porque las novelas de romance son demasiado predecibles y no tienen muchos caminos que tomar que te lleven a un final inesperado. Tenían pocos finales, uno donde los protagonistas se quedaran juntos, otro en donde no, y quizá alguno donde uno de los dos muriera. O ambos.

Si creara mi propio libro, me gustaría hablar de demasiadas cosas a la vez, le añadiría un toque de misterio para esas personas a las que les encanta investigar, como a mí. Y al mismo tiempo, fantasía y terror. El punto era que escribiría un libro que tuviera todo lo que me llamaba la atención, porque no escribiría algo que detesto u odio. No le vería sentido y lo dejaría apenas empezar.

Y todo eso me llevó a los protagonistas y antagonistas de las historias que he leído, donde me molesta cuando los lectores se quejan de que hay capitulos a los que se dan la libertad de llamar "rellenos", porque creo que un libro te cuenta una vida, otro mundo. Y si quieres entender bien a los protagonistas, lo mejor sería observar cómo reaccionan o piensan ante diversas situaciones, porque si quieres escribir un buen personaje, hacer que sea predecible y aburrido no es una buena idea. Pero todo eso era mi opinión.

Si yo fuera el protagonista, probablemente le aburriría a los lectores, o al menos a la mayoría, porque me pondría a pensar mucho, y los lectores quieren que las historias avancen rápido.

—¡Galletas a domicilio! —, di un brinco por el grito que escuché, además de que abrieran la puerta de la Fortaleza de Hierro de golpe; lo que causó que me embarrara la cara de arroz con leche. Seguido de eso, la carcajada de Mateo llenó la habitación. —Ay, pajarito, ¿te estabas masturbando? Porque parece que lo haces con la cara bien pegada y atenta.

Mateo comenzó a llamarme pajarito a los doce años, porque según él, mi cabello era parecido a las plumas de los pájaros bebés, decía que siempre iba sin rumbo. Y por eso mismo, un día las tonterías terminaron por hacer que me fuera a teñir el cabello de color rojo. Aunque eso era otra cosa.

—No me estaba masturbando, depravado. No es mi maldito problema que no sepas diferenciar el semen de arroz con leche —Dije, limpiando mi mejilla con una toallita húmeda que me ofreció mi mejor amigo.

—Cómo avanza la ciencia, ¿verdad? —Mateo se comió una galleta de chocolate con una gran sonrisa y yo me quedé pensando en porqué decidí hablarle a ese tipo.

—¿Qué? —Pregunté luego de ver que se lanzaba a mi cama, porque Mateo a veces venía a casa sin decirme desde antes, y casi en todas esas ocasiones es porque quería comentarme algo importante o simplemente estaba aburrido y quería joder.

—Mira nada más, uno ya no puede venir a la casa de su querido mejor amigo porque lo corren. Que agradable que eres, Carlos —Se llevó una mano al pecho asimilando estar dolido. Le miré unos segundos y después me giré para seguir mirando al techo. El plan era ignorarlo hasta que dijera a qué venía o se fuera.

Los minutos pasaban y mi mejor amigo no se marchaba, se quedaba acostado tragando sus galletas de chocolate sin decir nada. Y él sabía que cuando las personas invadían mi espacio personal sin razón alguna, me enojaba. Y lo hacía para que yo fuera quien le preguntara sobre que qué ocurría.

Era lamentable que un tonto como Mateo pudiera pensar tan bien hasta el punto de saber qué hacer para salirse con las suyas. E iba a comenzar a debatir que tan tonto podía ser, pero Mateo partió una galleta cerca de mi oído. O sea, que el insolente se dio cuenta de que me pondría a pensar en algo.

—¿Para qué viniste, Mat? —Por fin, le dije. Mateo saltó victorioso y se volvió a tumbar a la cama. Le miré amenazante para que dejara de arrugar las cobijas, pero Mateo sólo me sacó la lengua de forma infantil.

—Iba a enseñarte mi primer tatuaje —Abrí los ojos sorprendido e indignado, porque ambos habíamos quedado en que yo estaría con él cuando se tatuara por primera vez para ver su cara de sufrimiento. —Ya sé qué estás pensando, pero decidí ir solo porque no quería darte el gusto de burlarte de mi, —Y eso era razonable— ¿adivinas qué es?

Hice la pose de pensar, —Sí, es un delfín con cuernos, y además lleva un monóculo. —Mateo asintió satisfecho ante la respuesta. En realidad, era algo fácil de adivinar, porque Mateo una vez me dijo qué era lo que se quería tatuar y yo fui quien le dibujó la idea. Pero eso había sido hace un año y medio.

—¿Quieres verlo? —Elevó una ceja con cara de pervertido, así que le golpeé el hombro. —Hombre, que estoy jugando. —Subió la manga de su camiseta con rayas blancas, dejando su piel con el tatuaje expuesta. El tatuaje ya se veía más natural, por lo que supuse que se fue a tatuar hace ya un buen tiempo.

Y el tatuaje era así:

Y el tatuaje era así:

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—Oh, no sabía que guardaste el dibujo de la idea —Dije, —El que te tatuó hizo un muy buen trabajo.

—Fue el novio de mi Mamá, mi Mamá le dijo que me quería tatuar y él se ofreció a hacerme el tatuaje gratis. Yo si apoyo a que se casen. —La Mamá de Mateo se había divorciado de su esposo meses después de que apenas nos conocimos, Mateo estuvo triste al principio, pero luego se tomó mejor el tema y ya no le afectaba. Un día llegó corriendo a decirme que su Mamá tenía novio y que era muy raro, pero resultó terminar siendo un nuevo amigo para Mateo, ya que ambos se entendían muy bien en ciertas cosas. Y Mateo me dijo que el día del cumpleaños del novio de su Mamá, se atrevería a decirle "papá". Aunque para eso aún faltaban tres meses y cinco días.

—Si luego me quiero tatuar, definitivamente iré con Antonio —Así se llama el novio de la madre de Mateo.

—Me dijo que te pasara el mensaje de que hacías dibujos de puta madre, y hasta me preguntó que si tenías tiempo, te pasaras a hablar con él para ver si le dabas la mano para nuevas ilustraciones en el catálogo que tiene para tatuajes. —Eso me puso feliz, porque casi no tenía oportunidad de hacer uso de mi habilidad para dibujar. Y si le contaba a Padre, seguramente se desmayaba de la emoción.

—Suena fantástico —Le robé una galleta a Mat, quien mejor me arrojó un paquete entero a la cara. Le dije que no hiciera eso, porque no me gusta comer galletas cuando se han roto.

—Okey polilla —Dijo en broma.

El resto del día nos quedamos jugando en la computadora a esos juegos de redes sociales donde no haces más que perder dignidad o decir cosas sin sentido. Y eso nos divertía.

Ciertamente, Mateo y yo nos entendíamos muy bien.
















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Estos niños ya no son tan niños, ya tienen sus lindos catorce años :'(♡


CAPSIOSA IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora