Capítulo Siete

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Carlos, 11 años
Mateo














La bolita blanca de grandes ojos no volvió a aparecerse, estaba triste porque quizá la había asustado con mis gritos y jamás iba a aparecerse otra vez; aunque gracias a la bolita blanca ya tenía una buena razón para dejar de pensar en la plática de Padre. Mis manos se cruzaban en el asiento para recargar mi cabeza, porque hoy era un día donde no me gustaba hablar con los demás y que alguien me viera. Yo era un niño que no tenía muchos amigos, ya que decían que era muy extraño. Pero me bastaba con tener a Apolo y a Padre a mi lado.

Cumplí los once años hace siete meses; en el salón era el más grande entre todos mis compañeros. Respecto al tamaño ya era otra cosa. Padre me contó que los maestros le decían que a veces yo era muy maduro y listo, pero que al mismo tiempo actuaba muy infantil para mi edad; yo no entendí muy bien lo último, porque entonces mis maestros también actuarían de forma infantil. Se molestaban por bobadas y nos regañaban sin razón.

Pero como estaba en la escuela, no quería hablar de la escuela, así que me puse a pensar en la bolita blanca tratando de averiguar qué era. La bolita blanca podía flotar, brillaba muy bonito y sus ojos eran casi del tamaño de su cabeza. Obviamente no era un animal que conociera, así que existía la posibilidad de que fuera una especie que aún no se descubría, y si fuera así, debería de saber esconderse muy bien de los biólogos e investigadores para que no la hubiesen visto.

"Ay, es que todos son muy tontos"

Conocía a una amiga de Padre que trabajaba como bióloga en un edificio muy grande que se encontraba en la plaza central del Rosal; ella llevaba una bata blanca que le llegaba hasta arriba de las rodillas y detrás de su oreja dejaba una pluma negra por sí debía de hacer anotaciones repentinas. Se llamaba Diana y tenía treinta y dos años.

Diana era lista, así que dudaba que se le pudiera escapar una especie nueva como la bolita blanca, por eso rechacé la teoría de que fuera una especie aún no descubierta.

—¡Hola niño! —, me asusté cuando una voz que no conocía entró por mis oídos —¿Qué estás haciendo?

Se trataba de un niño que no había visto, si hoy no fuera un día donde no me gusta hablar no le hubiera mirado tan feo, pero igual lo habría hecho porque me interrumpió justo cuando iba a iniciar otra teoría.

—Estaba pensando y tú me molestaste —Dije.

—Ah, perdón. —El niño se quedó callado y yo cerré mis ojos para volver a mis teorías.

La bolita blanca podría ser un fantasma, quizá el fantasma de una mosquita buena que debe de hacer algo en el mundo antes de descansar, y eso me hizo pensar en todas las moscas que Padre ha matado. Y las moscas muertas me llevaron a recordar el libro de "El sastrecillo valiente" que a veces me leía para dormir, donde el protagonista mataba a tres moscas, que querían posarse en su pan con mermelada, de un sólo golpe. El protagonista era listo y por eso me gustaba mucho el libro.

—Mueves mucho tus cejas cuando piensas, si no supiera que estabas imaginando, ya habría llamado al maestro diciendo que estabas loco. O enfermo. —El niño volvió a hablar, pero ahora tocó mi frente con su dedo índice. Eso me incómodo, así que quite su mano.

—No hagas eso —Advertí.

El niño volvió a poner su dedo en mi frente, —¿Esto?, ¿por qué te molesta?

—Por que sí. Ya déjame —Quité su mano por segunda vez. Si el niño volvía a tocar mi frente le iba a dar un golpe en la cara, porque no me hacía caso y yo me sentía enojado.

—Nada más quería asegurarme de que fuera eso, no te pongas así. Me llamo Mateo Torres, mucho gusto —El niño llamado Mateo cambió su tono de voz a uno extravagante. Creí que era presumido, así que le saqué la lengua.

—Yo me llamo Carlos Anguiano, y el gusto no es mío ni nada por el estilo. Tú me molestas. -
La sinceridad era algo importante en la vida si no querías que todo a tu al rededor fuera una mentira fea, pero Mateo seguía sin entender que yo no quería ser su amigo y me sonrió.

—Ayer te vi dibujando, dibujas muy lindo —, como no me esperaba que dijera eso, mis mejillas se volvieron rosas y desvíe la mirada.

Yo no creía que dibujaba lindo y siempre trataba de esconder mis dibujos de los demás, porque tenía miedo de que se burlaran o dijeran algo malo que pudiera hacerme llorar. Y como era la primera vez en mucho tiempo que alguien desconocido halagaba mis dibujos no sabía que decir.

—¿Te da pena? No te tiene que dar pena, tú dibujar super. Es más, deberías de ir enseñando tus dibujos a todo el mundo para que vieran lo bonitos que son. —Mateo era sincero en sus palabras y no lo decía jugando. Entonces me arrepentí de haberlo tratado mal.

—G-Gracias. —Apreté mis labios.

—Es que eres muy tonto, Carlos. Pero yo puedo ser tu amigo y ayudarte a dejar de ser tonto, porque soy muy listo —No me gusta que me digan que soy tonto, pero lo dejé pasar de mala gana.

—No quiero amigos, dicen que soy extraño —Dije apresurado.

—¿Y qué tiene de malo? Mi mamá dice que todos somos extraños, así que supongo que ser extraño está bien.

Su comentario me agradó, porque no todos los niños piensan así.

—Sí quiero ser tu amigo. —Le dije.

Mateo sonrió y comenzó a bailar muy raro en su asiento. Pensé que eso se tenía que hacer cuando hacías un nuevo amigo, así que yo también empecé a bailar intentando imitarlo.

—Bailamos muy genial —Dijo Mateo. Yo no creía que eso era cierto, seguramente parecíamos lombrices cuando les hechan sal.—Como ahora somos amigos, te doy esto, es una plaquita donde dice que somos mejores amigos.

Me dio una plaquita, que era así:

Me dio una plaquita, que era así:

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—Pero no somos mejores amigos. Somos amigos.

—Eso es lo de menos, no seas aburrido.

Y así fue como conocí a Mateo.














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