Carlos

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Episodio II Connie

"Imagino con mi mente, tú imaginas con la tuya. Así que no vivamos en el mundo que otro murmura"











Antes de salir a las calles del Rosal, me gusta hacer un juego. Al lado de los faroles que están frente a la tienda de telas de la señora Paulina, hay un camino de baldosas, aunque la mayoría de ellas repletas de musgo en las esquinas. En lo personal, me gusta cómo se ven, pero a veces escucho a la señora Paulina comentar sobre que sería mejor retirar todo y hacer un nuevo camino.  La cosa es, que las reglas del juego son simples. Se debe de pensar en cualquier número que termine en tres, luego restarle uno y sumarle dos, después se cuentan las baldosas del camino y se le resta el número que escogiste, ya con la suma y resta; si el resultado es negativo, tendrás que saltar por todo el camino hasta llegar a las calles del Rosal, pero si es positivo, tendrás que dar dos vueltas y correr hasta las calles del Rosal. Y si se da la casualidad de que sea cero, tendrás que caminar normalmente.

En esta ocasión, el resultado me dió treinta y cuatro, y las baldosas son cuarenta, así que me preparé para saltar por todo el camino. Las veces en que mi padre me acompaña hasta la escuela, es lo mismo, con la diferencia de que Padre también debe de participar en el juego y me ha dicho que le gusta. Dice que es entretenido y le hace pensar.

—¿Alguien me puede decir si vieron al conejo? Niños, sabemos que todos lo queremos mucho, por eso mismo estoy preocupada de que no esté en su jaula. Así que saldremos al patio a buscar a nuestro conejito, ¿bien? —La maestra Frida tenía los cabellos desordenados y unas ojeras grandes bajo sus ojos cafés, le gustaba usar broches dorados para recoger su flequillo y que no tapara su rostro. Era amable y casi nunca se enojaba con nosotros.

—¡Yo lo vi en los juegos! —Mis compañeros se amontonaban frente al escritorio. Yo me quedé sentado mientras arrugaba mis labios. Si yo fuera un conejo, probablemente me iría a buscar comida o algo por el estilo.

—¿Tú lo has visto, Carlos? —Una niña, de la cual no recordaba su nombre, me tocó el hombro. Como no sabía, negué. Todos mis compañeros estaban con los ojos llorosos y la maestra Frida trataba de decirles que el conejo iba a estar bien.

Quería mucho al conejito de la escuela, que se llamaba Connie, pero no saldría a buscarlo con los demás, pues sabía que me pondría a llorar si no encontrábamos a Connie. Connie era pequeño, sus orejas siempre estaban hacia abajo y sus ojos bien abiertos, era color blanco con manchas negras. Se quedaba dormido la mayor parte del tiempo y sólo se levantaba para hacer bolitas de popo parecidas a un cereal que Padre me compra.

—¿Quieres quedarte aquí, Carlos? —La maestra Frida me miró con una sonrisa

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—¿Quieres quedarte aquí, Carlos? —La maestra Frida me miró con una sonrisa. Yo corrí a darle un abrazo como agradecimiento por comprender. —Si quieres dibujar, puedes tomar mi bolso, ahí tengo muchos colores que pueden gustarte. Si necesitas algo, me llamas, ¿bien?

CAPSIOSA IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora