Capítulo 37: Mesa para cinco.

2.4K 487 747
                                    


Owen.

Creí que estaba solo. Que sin importar cuanto gritara nadie entendería mis razones, no serían incapaces de sentir algo parecido a lo que yo acumulaba.

Cuando decidí callarme pude escuchar el resto de gritos; gritaban constantemente para apaciguar el dolor. Sonaba terrible, quería llorar.

¿Cómo está tu piña colada? —Pregunté en bajo tono, avanzando lento por el edificio para seguirle el paso.

—Está deliciosa —respondió Kurt, dándole otro sorbo a la bebida que preparé—. Con alcohol todo lo du-dulce sabe mejor. Felicidad extrema.

—Ugh, no. —Me retorcí.

—No seas. —Rodó los ojos, retrocediendo un poco ante la puerta abierta del comedor para ocasionar un rechinar con sus tenis—, pe-pero gracias.

—No fue nada. Gracias a ti por insistir en que viniéramos. —Suspiré con agradecimiento, elevando la mano para señalar el camino entre las mesas.

Mis ojos tenían grandes ojeras por los desvelos de la universidad. La iluminación dentro del comedor me cegó un instante, obligándome a caminar lento para no tropezar. Sentí la necesidad de apoyarme en la espalda de Kurt, pero su mirada fría y sonrisa ladeada que se concentraba al frente me resignó; apreté los puños para entender que yo debía hacer mi esfuerzo por caminar solo.

No debo depender más de ti.

—Oh, tus dos amigos sí consiguieron traerla —soltó Kurt, deteniéndose a metros de distancia de la mesa donde comía Tain junto a Sanft y Sasu.

De verdad son mis amigos. Como Kurt se ha hecho de amistades como Arlette y la chica que se le había declarado, no había pensado mucho en mí.

Sanft y Sasu convencieron a Tain de sentarse a hablar conmigo hoy. Yo fui convencido por Kurt para charlar. Esperaba no nos tomara mucho tiempo, quería arreglar las cosas lo más rápido posible porque ella me necesitaba de la misma manera que yo a ella.

Tenemos mucho de que hablar.

—Holaaa. —Sanft me sonrió, poniéndose de pie para darme un beso en la mejilla y señalar mi lugar.

Entre todos se saludaron. Mis ojos se encontraban con los de la asiática, observándonos con desinterés. Sí uno abría la boca, bien podía ser el primero en desenvainar una espada, o quizás el primero en destrozar la cortina de hielo invisible que nos hería.

—Te cortaste el cabello, eh —murmuró ella, la primera en romperlo—. Te ves bastante guapo. Nada marihuano.

—Eres la única a la que le gustó mi decisión. —Me encogí de hombros, recordando que ni el barbero quería cortarlo.

Nos observamos nuevamente en silencio. Le sonreí sutilmente, encogiendo los ojos ante los rayos de sol en el jardín principal. Las hojas se deslizaban, amarillas y verdes, mostrando como pasaba el tiempo en lo alto hasta descansar sobre el césped.

Era difícil pedir perdón, pero debía cambiar igual que el color de esas hojas. Quizás así podía olvidar la primavera, las inseguridades de ser yo mismo y los celos hacia amistades o relaciones ajenas.

—Lo siento. —Dijimos al unísono, ambos mirando al suelo.

Elevó el mentón con asombro, mostrando la profundidad de su boca al escuchar una disculpa mía. Quise reírme, pero me contuve con un soplido tras encogerme de hombros. Dije que nadie podría cambiarme; bueno, ahora yo cambié porque quise.

—No debí usar un tema tan sensible contigo —hablé en tono firme, extendiendo mis manos sobre la mesa para buscar las suyas—. Lamento llamarte doble moral y tóxica, no estuvo bien.

El apartamento que se convirtió en zoológico. {FINALIZADO}Where stories live. Discover now