Capítulo 10

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Mientras su hermana se reía de las gracias de Agustín en el medio de la cena, Santiago no paraba de revisar su teléfono una y otra vez. Se hallaba enojado con Tomás por no responderle, con Mateo por sumarse a la indiferencia del resto y por encima de todo con Franco. Ya que cuando no salían a bailar o reunirse en grupo, el morocho se copaba con unas cuantas pelis en su casa. Ahora nada y todo por una pelea con Sebastián. Sintió la mano de Pili que apretaba la suya y se deprimió con el gesto.

La piba tampoco la pasaba bien en esa juntada diseñada por Valentina y eso se notaba. Los dos se sentían fuera de foco, desubicados y complicados con su micromundo. Sus quilombos de pareja que no compartían con nadie. A Pilar le daba vergüenza y pudor contarles a sus amigas lo que le pasaba a Santi, le costaba asimilar que en el fondo se sentía culpable, como si algo de ella estuviera mal, roto, estropeado y le hiciera daño al pibe. Se percibía poca cosa, llana, simple y con su ego por el suelo frente a todo lo imponente que le resultaba Santiago.

Antes de chapar con él en el ya extinto boliche Costa Chaval, lo veía de lejos por el centro de la ciudad, en la costanera con su grupo de amigos, en el parque San Carlos entre risas y guitarreada. Ya lo conocía incluso cuando no habían hablado nunca. Se lo cruzó por primera vez en su escuela cuando a esta le tocó ser sede para las olimpiadas municipales de física y matemática, y a partir de ahí adquirió la habilidad de visualizarlo desde lejos para siempre.

Pilar pensó que nunca vio un pibe tan lindo como él, tan serio, tan enojado y tan seguro. Fue esa manera de imponerse mientras caminaba como visitante en una escuela que le resultaba ajena lo que la descolocó y le gustó. Desde ahí lo transformó en un amor platónico, se imaginó charlas con el chico, encuentros, citas y lo llenó de características que a ella le encantaban y que diferían de un modo excesivo con el Santi real. Las hartó a sus amigas de tanto hablar de un pibe que solo miraba desde lejos, de rellenar las canciones que tanto escuchaba con el nombre Santiago y de escribir bancos con el acrónimo del pibe.

Pilar por conversaciones que después tuvo con él, se enteró que esa vez de su escuela él no la había visto, ni todas las veces que Pilar lo cruzó por ahí. Santi supo de su existencia en el boliche y porque sus propios amigos se babeaban por ella, porque le señalaron toda su belleza y el pibe acomodó sus gustos con el de su cofradía. Así lo pensaba Pilar últimamente, ya que la primera vez que coincidieron en tiempo, saliva y espacio, solo tenía cabeza para caer en la cuenta que estaba con el chabón más lindo e inteligente de cualquier lugar. Allí empezó su idealización extrema, mientras más lo cristalizaba más endeble se hacía su propia figura, de modo que se percibía diminuta al lado del pibe.

Esa noche lo miró de reojo y lo vio pensativo como siempre, con la cara apoyada en la palma de la mano, los lentes torcidos por la posición, las cejas intranquilas porque eran el reflejo de todas sus preocupaciones, la nariz diminuta y respingada, los ojos azules que miraban lejos bien lejos de ese comedor. Pili notó como giró la cara y le sonrió apenas para dejarla tranquila, le gustó que estiró el brazo para envolverla y le dio un beso dulce y cariñoso en la cabeza. Pilar solo quería que Santi fuera capaz de vibrar como ella lo hacía con un solo abrazo suyo y le partía el alma percibir que no ocurría.

—Me parece que por estos lados están muy cansados —comentó Liliana con una sonrisa —O debe ser que yo estoy muerta del cansancio —dijo como para dar pie a su despedida.

—¿Ya te vas, Lili? Re da para mirar unas pelis, che —propuso Agustín que desde temprano estaba empeñado en ganarse a la mamá de la chica que le encantaba. A su lado notó la indignación de su amigo que de boludo no tenía nada y se daba cuenta de sus intenciones.

—Mi amor, estoy levantada desde las seis de la mañana y no dormí siesta, soy una mujer grande —se victimizó Liliana para que todos la alentasen de lo contrario y cuando lo consiguió decidió partir orgullosa —Me voy a dormir, espero que se porten bien —les aconsejó antes de besuquear a Santiago y Valentina —Como siempre, excelentes tus pizzas, pollito —lo felicitó al mayor de sus hijos.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora