XXX: El Río y los Árboles del Desierto.

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Ser una princesa y encontrarse lejos del palacio tenía sus ventajas. La libertad de poder elegir con quién conversar era tan solo una de ellas. Algo que para la mayoría era tan simple y fácil desde los primeros años de vida, para ella recién en ese entonces se estaba haciendo realidad. ¡Y qué bien se estaba sintiendo en ese asado, rodeada de sus dos nuevas amigas que tanto se reían y le preguntaban cosas!

—Dejáme averiguar esto bien. ¿Tu relleno de pastel preferido es la crema de fresas o la crema de cerezas? —Ámbar, que de por sí se sentía muy bien al regalarles a sus amigos sus platos dulces favoritos, se hallaba muy emocionada por sorprender a la princesa con un sencillo pastel la tarde siguiente, cuando ella y Greta acostumbraban sentarse bajo los manzanares pasando el río como todos los sábados. Aunque, claro, haciendo esa pregunta ya no sería una «sorpresa». Solo que ella no se había percartado—. Es que aunque no lo creas, no son lo mismo. Ni de cerca. El sabor cambia muchísimo. A la mayoría le da igual, ¡pero yo soy la que sabe, así que siempre recomiendo escoger bien para que no se arrepientan después!

Crescencia quedó un poco pasmada y dejó sobre su plato el pan con nueces espolvoreado con azúcar que la panadera había repartido entre los invitados durante la espera del asado. Unas cuantas migas le quedaron en los labios, pero no le molestó para nada. Es más, ni siquiera se había dado cuenta.

—¿Por qué lo preguntas? —Cuestionó enseguida y con la boca llena, mirando fijamente a la panadera—. No estarás planeando regalarme un pastel o algo así, ¿verdad?

Por poco Ámbar no se dio la cabeza contra el tronco dónde se hallaba sentada. ¡Pero qué tonta fue, arruinando lo que debía ser una sorpresa para aquella princesa que aparentemente se sentía incómoda ante los obsequios de su pueblo! Ya se las arreglaría para responderle con la verdad, inventando una buena razón para regalarle un exquisito pastel con cualquiera de esos dos rellenos más allá de un agradecimiento por ser la «salvación» que por tantos años habían esperado.

Eso pensaba de ella aquel bando de los «no manipulados». Veían a la princesa como una salvadora que, de una u otra forma, los sacaría de esa aldea. Quizás sola o con la ayuda de alguien más, particularmente la de ese pelirrojo con capa esmeralda que siempre andaba a su lado cual fiel mascota... A excepción de ese momento.

Alistair no quería invadir los primeros momentos de su mejor amiga junto a otras personas que no fueran él mismo. Ámbar y Greta le resultaban dos jovencitas muy agradables, pero no le cabía duda de que estar metido durante las conversaciones que ambas entablaban con la princesa era un acto bastante incómodo. Nada en lo que él podía meterse. Por eso decidió quedarse solo a unos pocos metros del fuego donde se asaba la carne. Sentado en un viejo tronco, contemplando las llamas anaranjadas mientras seguía analizando lo que tenía por delante. Un análisis con tantas vueltas y pensamientos intrusivos, que la cabeza no tardó en dolerle.

Intentó pensar en cómo actuaría frente a Mercurio durante el robo, en una excusa muy buena para distraerla mientras Ámbar se sumergía entre sus objetos de valor para obtener el basto dorado que necesitaban, pero le resultó imposible poder concentrarse debido a una cadena de pensamientos negativos acerca de Manrique que no habían dejado de aparecer desde el mediodía. Al final de cuentas descubrió que no le fue de ayuda sentarse solo. No le traía la paz que quería encontrar. Estando con su mejor amiga se sentía mejor porque se podía distraer fácilmente, pero estando en soledad no. Se sintió en un torbellino de pesadillas lejos de terminar. Imposible no sentirse agotado.

—No te me vayas a quedar dormido, Alistair —en medio de tantos enredos finalmente una persona le dirigió la palabra. Lo triste para él fue saber que no se trataba de alguien que esperaba, ni mucho menos de alguien que le caía bien. Frente a sus ojos tenía a Claude, quien sostenía sobre uno de sus hombros un pesado trozo de tronco en el que quería sentarse—. Ya que te veo tan... Apartado por tu compañera, ¿no quieres ir a buscar un poco más de leña para la hoguera?

La Aldea de las MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora