X: Un Peculiar Despertar.

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El Hechicero Real abrió sus ojos verduscos, idénticos a dos espléndidas esmeraldas, ni bien sintió una leve molestia caer sobre ellos. A medida que fue reincorporando conciencia, deseó evitar el contacto que obtuvo con los rayos del sol que accedían desde, probablemente, una ventana.

Estiró sus brazos y piernas, sintiendo cierta incomodidad en su espalda. Enseguida reconoció que se encontraba sobre una superficie plana como si del suelo se tratara. Extrañado, se sentó con sumo cuidado. Apoyó sus manos sobre dicha superficie, confirmando que se trataba de una simple tela colocada sobre unos tablones de madera. Fue entonces cuando abrió enormemente sus ojos, olvidando que quería evitar herirlos ante la intensa luz del sol.

Tras percibir los rayos solares por segunda vez, se quejó con molestia y bajó su mirada a sus pies. Ambos se encontraban apoyados sobre la madera, siendo cubiertos por una fina tela marrón que parecía transparentarse por su baja calidad. Y fue ese último detalle lo que más captó su atención.

«Esta no es mi habitación, mucho menos el palacio».

Elevó su mirar al instante, recibiendo de nuevo la luz del sol en sus ojos, por lo que soltó otra queja y se movió hacia su derecha. Su visión se incorporó lentamente a la normalidad una vez que dejó de recibir molestias, permitiéndole ver un lugar que, a simple opinión, le pareció muy monocromático.

«Marrón enfrente, marrón arriba, marrón abajo».

Todo era de madera. Una pequeña cabaña de tablas revestidas con barro que le causó una mala primera impresión a medida que la estudiaba. Lo primero que vio fue una antigua mesa de madera cuyas patas estaban a punto de partirse en pedazos. En el lateral izquierdo de la misma pudo hallar dos sillas igual de estropeadas que le inspiraron muy poca confianza. Se imaginó a él mismo sentándose ahí y cayendo en el mismísimo instante a causa de aquella fragilidad, sin olvidar el grito que daría al sentir un montón de astillas clavarse en su piel. Detrás del juego de mesa había una pared en la que un pequeño cuadro, con una ilustración que no pudo apreciar bien, le dio la sensación de estar a un soplido de caer de un clavo flojo. Tampoco sonrió con alivio al ver el cadáver de un zorillo tirado a un lado de lo que parecía ser la puerta de la cabaña. Podía asegurar que, si se acercaba allí, sentiría un olor desagradable.

Aún sin reconocer el lugar tomó la decisión de levantarse. Había estado en sitios semejantes algún tiempo atrás, pero su memoria era exquisita y sabía bien que esa cabaña no era algo que había estado buscando como en muchos de sus viajes.

Entonces, ¿cómo llegó hasta ahí?

Trató de hacer memoria sobre lo que había sucedido antes de dormir.

Quizás había estado de viaje y tomó la decisión de pedirle la cabaña a un patrón para pasar la noche. Quizás el clima era tormentoso y no tuvo más opción que resguardarse.

O quizás, solo quizás, no era nada de eso.

Quizás fue un accidente.

Quizás él no buscó estar ahí.

Quizás sucedió algo que no podía recordar con facilidad.

Quizás no estaba solo.

Se dio media vuelta para averiguar qué podía encontrar de su lado derecho, el cual aún no había logrado estudiar. Halló a otra persona acostada sobre otra manta, durmiendo de costado y cubierta hasta la cabeza con una frazada de color vino. Entonces optó por acercarse, llegando a sentir un leve temor a medida que avanzaba hacia aquel desconocido.

«¿Acaso he andado con compañía?»

Primero tocó su hombro izquierdo, dándole unos leves golpecitos para evitar asustarlo. No obtuvo reacción. Entonces le tocó la cabeza, intentando ser suave para darle un cómodo despertar. Nada otra vez. Extrañado, le golpeó con un poco más de fuerza el hombro, pensando que la poca intensidad era el problema, pero el sujeto no se dignaba a despertar. Por su lenta respiración podía asegurar que se encontraba muy tranquilo, sumergido en un mundo de sueños.

La Aldea de las MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora