XXXII: El Compromiso de la Joven de la Capa Roja.

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¿Cuándo había sido la última vez que Mercurio perdió la cabeza por un hombre?

¿Cuándo había sido la última vez que sintió esos sentimientos que la inundaban de pensamientos tontos, que le teñían las mejillas de rojo y que le provocaban deseos tan ardientes?

Mercurio tenía varias cosas en común con Alistair y una de ellas era la mala suerte -aunque a veces era buena, eso es importante recalcar- de soñar con aquello que reflejaba sus últimos pensamientos antes de dormir. Claro que esa vez no fue de las pocas en qué su suerte fue buena. Al contrario, por andar recordando la última vez en la que sintió un amor como el que sentía por ese tímido hechicero, terminó soñando con su pasado. Solo que, más que un sueño, fue un recuerdo muy claro.

Todo iniciaba en el gigantesco palacio en la Capital de Absalón una noche repleta de estrellas, con la luna llena y centenares de personas ingresando al evento más especial que se había celebrado en los últimos años: era la fiesta por la coronación del ya Rey Andrew, un festín dónde todo el pueblo fue invitado sin importar sus condiciones sociales. Sin detenerse en vigilar las vestimentas ni los obsequios. Un evento que varios felicitaron y otros criticaron. Pero esa no fue la única decisión «alocada» del nuevo rey para la noche más importante de su vida: tenía planeado algo más. Algo muy grande y que tenía que ver con cierta joven de larguísima capa de color cereza a la que tanto amaba.

-¡Todos los presentes, escúchenme! -gritó en el momento que lo consideró oportuno, haciendo que se detuvieran todas las voces que artudían el salón principal y las melodías delicadas pero danzantes de los músicos. No quedó nadie que no lo mirara. Nadie entendía a qué se debía ese nuevo anuncio, pero al parecer se trataba de algo muy bueno. Así lo indicaba la gran sonrisa que el rey intentaba contener sin éxito-. ¡Pueblo de la Capital! ¡Invitados de los reinos aliados de Ausdich! ¡Compañeros y amigos! ¡Es un inmenso orgullo presentarles a mi prometida, al amor de mi vida, a la próxima reina de nuestro querido Absalón! ¡Ella es Mercurio, nuestra actual Hechicera Real, y estoy seguro de que todos la amarán y la admirarán tanto como yo lo hago ahora! ¡Todos, vamos a recibirla como se merece!

El salón entero, de punta en punta, quedó en silencio por unos instantes. El impacto por la inesperada novedad había sido gigante. Y como solía suceder en la mayoría de las novedades, el criterio de la gente rápidamente se dividió en dos partes:

Por un lado estaban aquellos que se emocionaron porque después de tantos años por fin tendrían una reina acompañando las decisiones de su esposo y, si era una mujer amorosa, no podían pedir más. Las reinas amorosas trataban muy bien a sus reinos y colaboraban en la abundancia mucho más de lo que uno imaginaba. La novedad no pudo haberles caído mejor. ¡Pronto tendrían una reina y debían festejarlo!

Del otro lado estuvieron aquellos que de inmediato sintieron un rechazo abismal solamente por tratarse de una Mágica. Los Mágicos no tenían buena fama en los reinos de Ausdich. Que una persona naciera con la capacidad de explotar lo que quisiera incluso sin tocarlo, o que pudiera encantar bajo un sutil canto a quien le conveniera, no les parecía lo mejor para su futuro. Los Mágicos libres eran salvajes y por eso los simples humanos debían mantenerlos al margen. Pero claro estaba que esa futura reina no aceptaría la corona teniendo un cuchillo apuntando a su espalda. Era una Mágica libre, tomaba sus propias decisiones y pronto los ordenaría a todos cuando ella debía ser la ordenada. Sus rostros de disgusto, enojo y hasta asco ilustraron su postura.

Mercurio se acercó cabizbaja al comienzo de las escaleras del segundo piso, logrando así que todo el mundo no despegara los ojos de ella. Se sentía muy nerviosa. Sabía que no todos estarían de acuerdo con su simple existencia y que seguro tendría que soportar varias caras feas, pero luego respiró profundo y se agarró con fuerzas del barandal. No era una noche para que los nervios la estropearan. Esa era su noche. Su prometido había sido el protagonista de todo el festín, pero en esos minutos la estrella sería ella. Solo su figura podía brillar. Solo sus ojos podían reflejar tanta felicidad. Solo sus labios podían expresar tanto orgullo consigo misma.

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