XXVIII: El Bando de los No Manipulados.

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Cuando Alistair y Crescencia escucharon la palabra «depósito», imaginaron que sería un lugar muy pequeño donde apenas cabían los recursos necesarios para hacer el pan. Sin embargo, se trataba de un pasillo bastante extenso. No había muchas cosas, eso sí, pero era lo suficientemente grande y oscuro como para esconder objetos de mucho valor, para refugiar a un numeroso grupo de personas o, como en esa oportunidad, para ser una excelente excusa para evitar a una persona en especial.

—¿Podríamos saber por qué nos sacó tan de repente de allá arriba, señor Wade? —exigió saber la princesa cuando terminó de bajar las escaleras, siempre y cuando haciendo un esfuerzo en sonar lo más respetuosa posible y tragándose las ganas de decirle al anciano que fuera al grano de una vez por todas—. ¿Y por qué le pidió a todos los demás que se fueran rápido? ¿Acaso estaba por suceder algo... Algo terrible?

Alistair apretó los labios al escuchar aquella última pregunta mientras colocaba, cautelosamente, su pie izquierdo sobre el último escalón que le quedaba. Esa era la misma duda que tenía él y más le valía a Wade responderla pronto. Pasar de estar conversando en medio de tantas revelaciones a contemplar cómo todo el mundo partía por la puerta o se esfumaba en su magia le había resultado extraño. Principalmente porque Mercurio venía en camino y, si todos huían de ella, era porque sucedería algo malo. La poca confianza que le había depositado el día anterior tras haber sido sanado por ella y la revelación sobre Manrique se esfumó en tan solo un segundo. Ya decía él que estaba mal confiar en ella.

Wade se detuvo unos pocos segundos antes de responder. Primero tuvo que pensar en cómo decir lo que tenía que decir. Primero miró al frente, se rascó la barbilla con la mano derecha —puesto que con la izquierda aún mantenía encendida su débil flama celeste— y, después de analizarlo, se giró a contemplar a su majestad. La luz proveniente de Ámbar, mucho más brillante que la suya, le permitió contemplar la impaciencia que emanaba la princesa por todo su rostro aunque tratara de fingir que todo estaba bien. La comprendió bastante. Él mismo se hubiera sentido igual en su lugar.

—Verán, mientras más lejos estén de Mercurio, mejor será para ustedes —contestó—. Ella no nos brinda buenas energías. Siempre anda ocultándose detrás de una sonrisa y aprovecha la información que obtiene de su gente para manipularlos y convencerlos de quedarse en esta aldea y, aunque estoy seguro de que ustedes dos están obligados a regresar al palacio, temo que los manipule de alguna u otra forma para conseguir otro objetivo. Sea cual sea, no me da una buena vibra.

Dicho eso, Wade dio inicio a su paso por el interior del depósito. Ámbar estuvo a punto de seguirlo hasta que se dio cuenta de que la princesa y su compañero se habían quedado quietos. En sus rostros se expresaba una extraña sorpresa. Ella ya había encontrado esa misma expresión en ellos dos muchas veces esa misma mañana.

—¿Manipulación? —Indagó Crescencia en voz baja, como si le costara creerlo. Escuchar que Mercurio no era tan buena como se la veía era toda una novedad para ella. O al menos lo era desde sus acciones del día anterior.

Sin embargo, para Alistair no fue una sorpresa negativa, sino un motivo de orgullo. Enseguida arqueó sus labios levemente hacia arriba. Apenas, como para no demostrar lo que sentía.

—Entonces tenía razón en desconfiar de ella... —Liberó en un murmuro—. Quién lo diría... He acertado otra vez.

Aún desde la distancia, Wade logró escucharlo y se volteó a verlo mientras levantaba una ceja. Otra que reaccionó igual fue Ámbar. Crescencia, diferente a ellos, tan solo lo observó con la misma sorpresa.

—¿Quieres que te demos un premio o algo así? —Le cuestionó el anciano enseguida—. Solo un tonto confiaría en Mercurio, aún con el paso del tiempo.

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