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CAPÍTULO 20

"Nosotros no somos una mentira"


Olivia's POV:

Harry parecía un niño.

—Entra o te llevo de las mechas —amenazo.

Esa soy yo regañando al apuesto muchacho en jeans negros y camisa a cuadros por tercera vez en los últimos cinco minutos afuera de la panadería.

Él caminaba en círculos a mi alrededor, estaba nervioso.

—¿Y si me dicen que no? —inquiere observándome— ¿Si no necesitan a alguien más para que les haga el pan?

Ruedo mis ojos y coloco mi mano sobre su pecho, haciendo que pare sus vueltas y se detenga frente de mí.

—Sí querrán tu pan, Harry —aseguro graciosa, tomándolo por los hombros.

—Okay —susurra— ¿Entras conmigo?

—Sí, Harry, entro contigo. 

Su palma se estiró mostrándomela, así que yo la tomé y entrelacé nuestros dedos para luego tirar de su mano y hacer que avance conmigo en dirección a la entrada de la panadería.

—Pero y si... —iba a decir.

—Cállate, Harry—escupo abriendo la puerta del local.

Al entrar a la panadería, el ambiente tenía un delicioso olor a pan recién salido del horno. Al ser las seis y media de la tarde un día viernes, habían algunas señoras haciendo la cola esperando por su pedido.

—¿A quién se supone que busque? —Harry me dice.

Tiro de su mano con cuidado acercándonos a un lado del mostrador. Ahí, una señora entre sus sesentas caminaba rápidamente con un pastel en sus manos, ella lo iba a poner en el refrigerador.

—Disculpe —llamo.

La mujer me da una rápida mirada sobre su hombro; al identificarme, me dedica una corta sonrisa y termina de poner el pastel en el congelador. Luego, sacude sus manos y se apoya detrás del mostrador, mirándonos.

—¿Cómo los puedo ayudar, jovencitos? —pregunta.

—Buenas tardes —Harry saluda—, es que sé que quizá necesiten una mano y quería saber si podía ayudar...

Ow, él es tan lindo.

—¡Claro que sí, dulzura! —ella exclama sonriente— Vengan, síganme.

Qué amable...

Harry aceptó con una sonrisa. Parece que las palabras de la mujer lo hicieron entrar en confianza, ya que esta vez fue él quien tiró de mí siguiendo a la señora. Bordeamos el mostrador y nos dirigimos por un corto pasillo hacia un almacén lleno de bolsas de harina y demás alimentos.

—Soy Bárbara —la mujer se presenta— ¿Cómo te llamas, corazón? ¿Qué edad tienes?

—Soy Harry —mi chico responde—, tengo diecisiete.

—Casi dieciocho —agrego.

Bárbara sonríe asintiendo con su cabeza. Qué dulce era.

—¿Ambos quieren trabajar aquí? —consulta.

—Oh, no, no —niego con cuidado—, yo tengo clases los sábados, pero él sí está libre. 

—Bueno, Harry, si vas a trabajar los sábados, entonces el turno sería desde las ocho de la mañana hasta el mediodía.

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