20. Enfrentando al desamor

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Los miércoles eran mis días más atareados porque tenía turno en la cafetería por la mañana, en la tarde con Vero y en la noche cantaba en el club

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Los miércoles eran mis días más atareados porque tenía turno en la cafetería por la mañana, en la tarde con Vero y en la noche cantaba en el club. El miércoles anterior había estado con James en la florería, pero no quería abusar de la confianza de Vero llevándolo de nuevo, así que justo cuando estaba saliendo de mi turno de la cafetería de doña Juana, lo llamé para informarle aquello.

—Hola, James.

Temía que su actitud pudiera ser un poco tensa por la conversación que habíamos mantenido en la plaza; a veces sentía que me decía todas esas cosas pesimistas precisamente para que yo me alejara porque le desagradaba en parte mi presencia, pero procuraba desmentirme aquello al verlo animado cuando me acompañaba.

¿Cómo amaneces?

Bien. Oye, llamaba para decirte que hoy no tengo casi tiempo... mejor dicho, no tengo tiempo. Más tarde estaré con Vero y en la noche en Canela y Miel. Si quieres puedes ir al bar un rato, pero no es obligación.

Veré si alcanzo a ir. Alicia ha llegado de sorpresa así que hoy estaremos juntos.

—Oh, está bien. Si no puedes venir... —Me mordí el labio, de repente dubitativa—. ¿Te veré mañana?

Los latidos que tardó en contestar no me presagiaban nada bueno. Me lamenté de pensar que quizás lo de su amiga era un invento y que solo lo usaba para librarse de mí. Yo iba ya caminando hacia mi casa para almorzar antes de irme a la florería y conté diez pasos desde mi pregunta hasta que respondió:

No sé cuánto tiempo se vaya a quedar Alicia, así que ya te diré mañana.

El típico "no nos llames, nosotros te llamaremos". Intenté que en mi voz no sonara la decepción.

—De acuerdo. Que te vaya bien hoy entonces.

Colgué la llamada al no recibir más respuesta; suspiré al guardar el teléfono y comencé a buscar en mi bolso las llaves de casa pues solo me quedaban dos cuadras para llegar. Cuando crucé la esquina escuché que me llamaba una voz poco deseable: Dante. Lo ignoré pero no apresuré el paso ni me detuve, mi plan era ser el árbol de la indiferencia, que él no se diera cuenta de que en las noches aún de vez en cuando pensaba en nuestra relación y lloraba.

Llegó a mi lado e intentó tocarme el brazo, me alejé sin sutileza y al menos entendió la señal pues bajó su mano.

—Hola, Zoe.

—Hola, Dante.

Hubo un par de pasos de silencio y me sorprendí de que su primera frase después fuera un reclamo.

—¿Me bloqueaste de las redes sociales?

Reflexioné en que quizás eso fue lo que le detonó su repentino deseo de hablar conmigo; quizás estaba pendiente de mis estados y publicaciones y cuando ya no pudo se inquietó. Era un maldito cínico.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora