14. El puente de los suspiros

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—Estoy harta —se quejó mi hermana, con la tez pálida y algunas gotas de sudor en su frente—

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—Estoy harta —se quejó mi hermana, con la tez pálida y algunas gotas de sudor en su frente—. Me vendieron que las náuseas del embarazo eran solo los dos primeros meses y me estafaron.

Mi mamá y mi hermano la miraron con una lástima divertida en los ojos. Yo, que estaba más cerca, le palmeé la mano.

—No todos los embarazos son iguales, Lala.

—Llevo cinco meses vomitando seis veces al día, lo tengo más que claro.

—Míralo así —intervino mamá—, cada vez que vomitas es un mareo menos, así que es un paso más cerca de que todo acabe.

Pese a las quejas, los viernes eran felices para mí porque mi turno en la pastelería terminaba a las siete y llegaba temprano a casa, además de que al día siguiente no trabajaba así que era un "descanso" prolongado.

—Este será mi único hijo —musitó Lala con aburrimiento, mirando con tristeza nuestros platos en la cena porque a ella todo le daba náuseas pese a querer comer—, es mucho esfuerzo.

—Eso decía yo con Jonah y luego llegaron tres más —objetó mi madre.

—Las mujeres de antes eran masoquistas —concluyó—. Yo no. Este y ya.

—Yo estoy de acuerdo —concedió Jonah—, uno es suficiente. Y tomaré a mi sobrino como hijo propio así que con él o ella será suficiente, yo no tendré.

—Estuve pensando nombres. —Lala cambió de tema—. Si es niña Scarlett, si es niño Julián. ¿Qué opinan?

—Son bellos —dijo mamá—. Y como desees llamarlo está bien.

—¿Cómo escogiste tú nuestros nombres? —pregunté.

—Al azar. Con tu padre, cuando ya mi panza estaba a punto de explotar, tomábamos un periódico, cerrábamos los ojos y apuntábamos una página. El primer nombre que apareciera en esa columna, se quedaba. No leíamos la noticia completa, solo el nombre y ya. No éramos complicados.

Jonah y Alejandra rieron mientras yo negaba con la cabeza. Ni siquiera me apeteció preguntar si la Zoe de ese periódico era una buena o mala persona, total y mi madre ni lo recordaría.

—Casi lo olvido —anunció Jonah, buscando en su mochila, al espaldar de la silla del comedor, una bolsita plástica que puso sobre la mesa—. Traje chocolates. Un compañero del trabajo vende, los hace su mamá y son muy... —Lala vio que Jonah sacaba uno de su empaque y se lo metía a la boca, le dio una arcada y salió corriendo al baño. Mi hermano frunció los labios hacia abajo—. Upps, perdón.

—Ya más tarde se le antojará —apostó mamá—. Gracias, hijo.

Me levanté de mi silla riendo y tomé los platos de ellos y el mío; ya habíamos terminado de cenar. Puse en mi boca uno de los chocolates de Jonah y me encaminé a la cocina.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora