Capítulo 20 : Declaración

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—Elizabeth habría querido añadir que Bingley era el más estupendo de los amigos por la facilidad con la que se le podía traer y llevar, y que era realmente impagable. Pero, se contuvo. Recordó que Darcy tenía todavía que aprender a reírse de estas cosas, y que era demasiado pronto para empezar. Haciendo cábalas sobre la felicidad de Bingley que, desde luego, sólo podía ser inferior a la de ellos dos, Darcy siguió hablando hasta que llegaron a la casa. En el vestíbulo, se despidieron.

Willow suspiró.

—Si, esta es la parte donde las mujeres suspiran. —dije, burlón.

Ella sonrió. Se había desecho de las gafas una semana atrás, reemplazándolas por lentes de contacto. Aún no me acostumbraba al cambio. Y no es que no resultara agradable.

Todo lo contrario.

—Ah, es que merecían estar juntos. —comentó. —Darcy era un blandito, después de todo.

—No, Hemsley. Elizabeth desequilibró su mundo, modificó su perspectiva sobre las mujeres, o sobre ella, en todo caso. —expliqué. —Si no lo hubiera rechazado, habría sido demasiado fácil para él obtenerla.

—Elizabeth también aprendió de sus propios prejuicios.

Me encogí de hombros.

—Supongo.

Yacíamos recostados sobre un pequeño montículo de hierba en nuestro claro. El sol brillaba justo por encima de nuestras cabezas y se colaba entre las copas de los árboles tomando la forma de delgadas columnas de luz. Había margaritas y flores de dientes de león esparcidas en el campo. Se mezclaban con la hierba baja y los arbustos que crecían junto a los árboles; un millar de diminutos cuerpos elegantes destacando contra el verde. Era sábado, el primer día de no-escuela en el que quedaba con Hemsley. La razón principal se debía a que tendría un examen de Cálculo a inicios de la semana siguiente y la asignatura aún me daba problemas.

Problemas que yo exageraba para verla.

Habíamos resuelto un par de ejercicios, pero, luego de una hora, decidimos que un descanso no nos vendría mal. Willow siempre llevaba consigo mi ejemplar de Orgullo y Prejuicio para que le leyera en momentos libres como aquel. Era un sinsentido, ya que ella lo había terminado por ese ensayo que debía entregar. Sin embargo, continuaba insistiendo en que no abandonáramos la práctica; una manera algo evasiva de decir que disfrutaba la historia siempre que fuera yo quien la leyera.

—Tengo una duda. —expresó dejándose caer boca arriba en el suelo junto a mí; su larga melena desparramándose como un puñado de algas sobre la arena. El sencillo vestido veraniego que llevaba se deslizó un centímetro por encima de sus muslos y mi mirada se detuvo allí por más tiempo del necesario. —Pero no sé si seas la persona indicada para responderla. —terminó.

Me apoyé en un codo, el libro aún abierto en mis manos.

—Soy el menos sabelotodo de los dos, así que probablemente estés en lo cierto y no sepa responder.

—No creo que no sepas. Es sólo que me avergüenza.

Eso despertó mi interés.

—Vamos, Hemsley. Te he visto avergonzarte a ti misma más antes, como esa vez que te caíste en la entrada de la escuela y le mostraste el trasero a todo el mundo.

—Llevaba letardos bajo la falda. —se defendió.

—O la vez que derramaste la malteada en tu regazo y tuve que lavarte los pantalones. Fue una suerte que estuviéramos en casa. —contuve una risa. —También la vez que...

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now