Capítulo 1: 18

917 27 11
                                    

La música estridente había comenzado a abrumarme con firmeza, desde el momento en que el DJ había dado rienda suelta a su magia en una primera canción, y el calor que desprendía los cuerpos que bailaban a mí alrededor hacía rato que había empezado a ser asfixiante. 

A todo ello se les sumaban las parpadeantes luces que emergían de los focos en movimiento anclados al techo, culpables de mi visión ambigua y confusa, que había llegado incluso a rozar el desazón, y aún así, no podía evitar lucir la más amplia de mis sonrisas.

Demasiado tiempo esperando a cumplir 18 años como para no festejarlo como era debido. 

Al fin, las puertas del mundo adulto se abrían frente a mí: trabajo propio, salidas nocturnas hasta altas horas de la madrugada, el despojo final de esa petulante mirada fraternal de todos aquellos desconocidos que, sin saber mi nombre, habían juzgado mi tierna e infantil apariencia hasta aquel momento, el respeto propio hacia alguien que ya no podría esconderse tras las faldas de su madre como resguardo de su inmadurez... y todo aquello con lo que soñaba y esperaba con ingenuidad e inocencia de una edad como aquella.

Y entre todas aquellas cosas, estaba aquel cliché americano convertido en fiesta. 

Pese al palpable nerviosismo que corría por mi frente en forma de sudor frío, y las inseguridades propias de mi carácter, aquella noche había guardado conmigo la certera promesa de estar dispuesta a dejar todas esas banalidades atrás. Mi determinación estaba enfocada en dejar a un lado la timidez y los titubeos que, a mi parecer, no entraban en los estándares de madurez propios de alguien adulto.

Aunque quizás no se trataba de eso. 

Tal vez, lo que me empujó a caminar hacia la barra con paso firme, manteniendo el equilibrio sobre aquellos altos tacones de aguja, y queriendo lucir tan despampanante por fuera como en algún momento de las tres horas que había dedicado a prepararme me había sentido por dentro, era la secreta necesidad de sentir el cambio. 

Una señal vigente que atestiguara el comienzo de una nueva etapa en mi vida. El grito de esperanza capaz de espantar al fin a todos mis demonios.

Una vez hube hincado mis codos en el frío mármol granate de la barra, agarré una copa cualquiera de las muchas ya preparadas por el barman, y sin importarme su contenido, bebí sin freno hasta que lo único que quedó entre el cristal del vaso y mis labios, fue la truncada esperanza de encontrar frescor en aquellas gotas de lo que, en mi paladar inexperto, cobró el nombre de ginebra barata.

El calor hacía largo rato que se había convertido en un serio problema, una bruma de aire caliente condensado, encerrado entre las cuatro paredes de aquel local alquilado, adhiriéndose a la piel, humedeciendo las miradas, surcando frentes, nucas y escotes sin misericordia. 

Hurgué en mi diminuto bolso de mano hasta que hube encontrado mi móvil y comprobé, como había estado haciendo cada pocos minutos desde que el reloj de la pantalla había marcado las doce en punto, y el esperado comienzo de mi día especial se había convertido en una realidad presente, cómo, no tenía respuesta a los doce mensajes que mi considerado novio había decidido ignorar. 

Decidí guardarlo de nuevo, esta vez con la promesa de no volver a caer en una tentación como aquella, de la que poco sacaba más allá de apagar mis ganas de vivir aquella noche al máximo, y continué apoyada en aquella barra, jugando con el medallón que colgaba de mi cuello mientras esperaba con infinita paciencia a que mi amiga regresara de lo que parecía un milenio en el baño. 

El sonido de unos pasos acechándome por mi espalda se volvió una tentativa, pero no me giré. Aquello estaba demasiado abarrotado para impedir que alguien reparara en la presencia de la homenajeada. 

Beautiful liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora