Capítulo 3: La verdad

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Mis ojos parpadearon varias veces molestos por el rayo de luz que se filtraba a través de las rosadas cortinas. Mi mente intentó situarse. Reconocí el lugar sin mucho esfuerzo, mi habitación.

Los recuerdos de la noche anterior eran borrosos, dispersos en mi mente. Traté de recordar, alcohol, música, Dan a mi lado...Harry.

Poco a poco los acontecimientos de la noche anterior se hicieron más nítidos. Como no, una vez más Harry lo había estropeado todo, pero esta vez había llegado demasiado lejos.

Me incorporé dispuesta a salir de mi cama, pero un agudo pinchazo surcó mi tobillo. Una mueca de dolor atravesó mi rostro, lo observé con cautela, la hinchazón era muy leve, suspire de alivio, no estaba roto. Me alce sobre mi pie derecho como buenamente pude y entre en el baño. El agua tibia bañó mi cuerpo, destensando los músculos de mi espalda.

Envolví mi cuerpo en una toalla y cepillé mi pelo con esmero. Mi estomago grujió pidiendo alimento. Me apresuré en vestirme para bajar ansiosamente las escaleras, pequeños gemidos de dolor salían por mi boca cuando mi pie izquierdo tomaba todo el peso. Reconocí las risas de mis padres que venían de la cocina. Sonreí al escucharlos tan divertidos.

"Buenos días" sonreí con alegría. Mis padres cesaron su conversación para mirarme unos segundos

"Buenos días peque" exclamó mi padre. Rodé mis ojos en señal de protesta. Odiaba que me llamara peque.

"Buenos días tesoro, ¿Cómo has dormido?" Intervino mi madre dedicándome una hermosa sonrisa. Sus ojos verdes reluciendo con los rayos del sol que se colaban por el amplio ventanal. Su cabello castaño oscuro rozando el negro sujeto en un coletero hacia un lado. Su tez pálida bañada en una fina capa de maquillaje.

"Muy bien mamá" Hice una pausa para besar su mejilla "Aunque...no sé cómo llegué anoche a casa" admití sonrojada

"Te trajo Harry" dejó caer mi madre mientras daba un sorbo a su café

"Ayer se porto como un caballero contigo, deberías llamarle para agradecerle el gesto" Reí con ironía, mi madre frunció el ceño a disgusto, no quería que se enfadara, ella no tenía ni idea de cómo era realmente su sobrino, y no quería que se apenara al descubrirlo, de modo que bufé y asentí con desgana, su risa retumbó en mis oídos

La mano de mi padre surgió de la nada para colocar un plato con dos tostadas bañadas en mantequilla y mermelada. Besé su mejilla para agradecerle el gesto. Le observé en silencio, su pelo negro, lacio, echado hacia atrás con gomina, su tez típica de los ingleses, pálida como la nieve, sus ojos azules, profundos, claros, preciosos.

Y ahí es donde entraba yo, rubia, de pelo rizado, tez ligeramente tostada, ojos color chocolate, saltones. No compartía parecido con ningún miembro de mi familia. Algunos aseguraban que la nariz era de mi madre, y los labios de mi padre, pero me entristecía no tener los ojos de alguno de ellos.

Sobre todo me apenaba no ser como mi madre, amaba todo de ella, su belleza, su calma, su carácter tranquilo y a la vez juguetón, su sonrisa tranquilizadora, sus ojos verdes, intensos...

"¿Qué piensas?" preguntó curiosa ella

"Me gustaría parecerme más a ti" Susurré casi para mí misma. Ella rió con nerviosismo, forzando su sonrisa. Yo mordí mi tostada ignorando su gesto.

Mi padre tomo asiento junto a ella, ambos frente a mí. Sus sonrisas se habían esfumado. Mirada sería fija en mí. Algo iba mal. Prolongué el silencio unos segundos más. Mis ojos buscando desesperadamente respuestas en los suyos. La boca de mi madre entreabierta, buscando palabras para comenzar. Ninguna reproducida con sonidos.

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