Capítulo 28. Retiro

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Comprobé que Sheilah no había envenenado el estofado y devolví la belladona a mi taller antes de meterme con mi esposo en nuestra alcoba.

―No era mal plan ―admitió Sandor mientras yo le ayudaba a desnudarse.

―¿Qué haces con esta ropa?

―Era la mejor manera de llegar hasta aquí.

―¿Y encontraste de tu talla?

Besó mi sonrisa, mi nariz y mi frente. No pude aguantarme más, no me importaba ni su olor en esos momentos ni la suciedad que le cubría, y tiré de él hacia la cama. Y aunque por culpa de mi barriga tuvo que colocarse a mi espalda, no por ello me gustó menos. Al acabar, me aferré a él para que no se le ocurriera desvanecerse.

―¿Pasaste por Gadir? ―pregunté ahora que me sentía mucho más fuerte.

―Cerca de allí nos encontramos con unos hombres que venían de aquí. ¿Por qué?

―Ingrid. Fue allí a por comida con otras mujeres y esos malditos las atacaron, pero no sé si ella ha muerto o no.

―Enviaré a alguien a buscarla.

―Y... ¿mi padre?

Acarició mi mejilla y mis labios.

―Lo siento, mi pequeña.

Me acerqué a él todo lo posible, pero al final tuve que admitir que en verdad apestaba. Le ayudé a asearse mientras él me contaba cómo había llegado hasta allí:

―Estábamos defendiendo la capital cuando bombardearon mi barco y caí al río. En ese momento pensé que iba a morir, pero Kevan se quitó su armadura y se tiró al agua para ayudarme a llegar hasta la orilla. Karl y los demás intentaron aguantar, hasta que el navío amenazó con hundirse y decidieron seguirnos. Desde tierra pudimos ver cómo el resto de la flota agonizaba, y cómo los cañones enemigos abrían un hueco en la muralla de la ciudad.

»No queríamos ser acusados de cobardía y traición, por lo que algunos abogaron por volver al combate, pero yo no podía dejarte a tu suerte, Elin. Y como Kevan y Karl me apoyaron, los demás acabaron accediendo, aunque habría venido solo. Aprovechamos el conflicto y los ropajes de algunos de los enemigos que también alcanzaron la orilla para dirigirnos hacia aquí.

Le rodeé con mis brazos e inspiré hondo de su recobrado aroma mientras le daba las gracias, una vez más, a los dioses.

―¿Crees que es lo mejor? ―preguntó―. Podemos irnos lejos.

―¿A dónde? Lamento que tengas que adoptar su identidad, mi amor, pero es la única manera que se me ocurre de cuidar de los nuestros. A menos que aparezca mi hermana, pero ella no sé si preferirá hacerse la muerta con tal de no casarse.

―Karl le tiene el ojo echado.

―¿En serio?

―Se ha ofrecido a ir a por ella enseguida.

―Con lo de repetir la boda no tienes problemas, ¿no?

―Me casaría contigo cada día, mi pequeña.

Llené su quemadura de besos. Él se salió de la bañera y me condujo hasta la cama.

Despertar sintiendo la caricia de su aliento en mi cuello me provocó el llanto. Traté de no hacer ruido, pero mi esposo no dormía y se dedicó a acariciarme la barriga hasta que logré calmarme. Los dos sonreímos cuando nuestro pequeño dio una patada.

―Te he echado tanto de menos ―musité.

―Por eso creo que deberíamos irnos, Elin. Si sigo aquí, en algún momento ese otro rey podría reclamarme para otra guerra, o el barón que haya puesto, para cualquier cosa.

―¿Y qué propones?

―Buscar alguna aldea en la que yo pueda trabajar la tierra y tú puedas regir un pequeño dispensario. No tendrás los lujos que...

―Me encanta ―aseguré. De hecho, la idea no podía parecerme mejor―. Pero ¿qué pasa con los demás?

―Mis hombres tampoco quieren otra leva. Hay gloria en la victoria, pero la derrota... Y tampoco agrada luchar contra esas armas. Lo hemos hablado y nos acompañarán, si tú estás de acuerdo, así como todo el que lo desee. Los demás tendrán que buscarse la vida, a menos que tu hermana quiera quedarse de señora del castillo.

―Claro que estoy de acuerdo.

―Pero piénsalo bien. Tendremos que ocuparnos de todo nosotros dos solos.

―¿Me estás haciendo escoger entre tú y una escoba?

Se rio.

―Mi amor, tendré que adaptarme. Si otras mujeres limpian y cocinan, yo también.

―Piénsalo ―insistió.

―No tengo nada que pensar. Esperaremos a que vuelva Karl para tomar una decisión respecto a la boda, y después nos marcharemos de aquí.

―¿No esperamos a que des a luz?

―Faltan dos meses ―le recordé.

―¿Y si te hace mal el viaje?

―Iré en un carro. Más importante es el destino. ¿Deberíamos abandonar el reino?

―Creo que sí, pero depende del dinero del que dispongamos. Karl ha propuesto ir a su tierra. Está al norte y hace algo de frío casi todo el año, pero son gente tranquila que nunca se mete en nada.

―¿Y por qué se fue de allí?

―Se aburría.

―¿No temes que te suceda lo mismo?

―Si es así, recordaré la flota del rey hundiéndose en el río. O a tu padre, pidiéndome con su último aliento que protegiese a sus hijas.

Las lágrimas se me saltaron. Él me besó en el cuello.

―¿De cuántos fondos disponemos? ―preguntó.

―Suficiente para llegar al reino de Karl y para comprar tierras para todos, pero antes de eso tendremos que cambiar en alguna ciudad. No creo que nos acepten los lingotes.

―Por eso insistes en la boda.

―Todos vosotros necesitáis esa identidad hasta que hayamos abandonado la influencia de ese maldito rey.

Nos vestimos y fuimos a comer algo. Se habían encargado de limpiar el patio de armas y también la sala de audiencias y el comedor, de manera que parecía como si Dylan y los suyos nunca hubieran irrumpido en el castillo. Sin embargo, aunque los hombres estaban haciendo ejercicio en la zona de entrenamiento como si el tiempo no hubiera pasado, muchas de las mujeres se encontraban allí también. Sandor se quedó con ellos y yo me acerqué a Gerda, que acababa de ir a por un trago de agua.

―Ten cuidado, amiga. ¿Se lo has dicho a Kevan?

―Sí. No le gusta mucho que haga esto, pero lo necesito.

―¿Cómo estás?

―No te voy a mentir. Pero lo que pude hacerle a esos cerdos me ha ayudado, y con el tiempo y el apoyo de Kevan, todo irá bien.

―Claro que sí.

―Nunca pensé que diría esto, pero doy gracias por el esposo que tienes.

La abracé con fuerza.

―Y verás como Ingrid está bien.

La inquietud por conocer la suerte de mi hermana fue creciendo poco a poco a medida que se aproximaba el atardecer. Cuando por fin escuché el sonido del cuerno, el pulso se me volvió loco y contuve la respiración mientras se abría la puerta de la fortaleza.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora