Capítulo 13. La casa del incendio

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Apenas una semana después, lo que tanto temía acabó sucediendo. Mi padre me pidió un momento a solas para hablar, en el salón de audiencias, y la expresión de su rostro era tan seria que pensé que Sandor había hecho algo malo, pero era mucho peor.

―Necesito que le convenzas de que participe en algo, hija mía. Últimamente ha habido serios problemas en los caminos con las recaudaciones, y el barón quiere que se solucione lo antes posible.

No pude decir nada en un primer momento. Mi padre aguardó mientras me miraba con exigencia.

―¿No quiere ir? ―pregunté sabiendo que aquello no aportaba nada.

―Dice que tiene que cuidar de ti. Le he asegurado que estarás perfectamente, pero insiste. Hija mía, muchas veces solo su presencia es suficiente como para declinar la balanza a nuestro favor, con el ahorro en vidas y recursos que ello supone. Te suplico que le convenzas de que se encargue de este problema.

Debía de estar muy preocupado para expresarse de aquel modo. Me sentí orgullosa de mi esposo, me sentí complacida por su negativa a marcharse, y me sentí triste porque había llegado el momento de tener que separarnos.

―Hablaré con él, padre. Pero tendrás que ordenarle a Kevan que se quede aquí, o de lo contrario Sandor jamás accederá.

―Gracias, hija mía.

Me costó dos días enteros doblegar a mi esposo. Primero porque aquello no era lo que yo quería, y segundo, porque no conocía todos sus temores sobre estar alejados durante al menos un mes. Solo cuando averigüé que él no deseaba dejar espacio a otros hombres, y me hube hecho la ofendida por insinuar que yo fuese a traicionarle, accedió a ceder ante el resto de cosas que le había dicho, como que me llenaría de orgullo.

Entonces, mientras le ayudaba a prepararse para su partida, fue a mí a quien asaltaron los celos.

―No me mires así o no me voy ―me advirtió.

―¿Me serás fiel, verdad?

Me miró ceñudo un instante y soltó una carcajada que me dejó más perpleja que otra cosa. Acto seguido, me atrajo para besarme y no le costó demasiado convencerme para yacer.

No pude evitar llorar al despedirle, ni terminar amenazándole como no regresara a mi lado sano y salvo. Él me miró con altivez, y luego no despegó su boca de la mía hasta que ya se habían marchado los demás. Le vi alejarse en su caballo negro, recortado contra un cielo del color de sus ojos.

Me había propuesto emplear gran parte de mi tiempo en hacer de alcahueta. Gerda seguía trabajando en su nueva propiedad y ya había logrado, ella sola, retirar todos los escombros. Kevan, por su parte, seguía sin personarse por allí pero preguntándome cada día por mi amiga. Ahora que Sandor no estaba, le pedí que me acompañase a ver a Gerda.

―No sé yo.

―¿Prefieres que vaya sola?

―No, claro que no.

Gerda estaba bastante más animada que la primera vez que la visitamos. No nos echó a ninguno ni nos miró de malos modos, pero noté que la presencia de Kevan la incomodaba.

―Hemos venido a ayudarte ―dije―. Siento no haberlo hecho antes, pero a Sandor no le agrada demasiado que venga aquí.

―No te preocupes.

No quedaba casi ninguna pared que pudiera salvarse y el techo, por supuesto, debía colocarse entero. Las puertas y ventanas habían desaparecido.

―¿Te molesta que esté aquí? ―le preguntó Kevan a Gerda.

ScarsWhere stories live. Discover now