Capítulo 6. La boda

8.8K 805 208
                                    

Al día siguiente, Sandor me propuso regresar al estanque y allí me volvió a besar. Solo una vez, pero en esta ocasión estuvo más tiempo e incluso me agarró del cuello con una mano. No faltaba mucho para poder comprobar cómo era ir más allá.

Ingrid me ayudó a prepararme junto a su doncella y a Walda, y me contó, pese a que me opuse a escuchar, que la primera vez me dolería y que se precisaban varios intentos para que resultase algo placentero. Me aconsejó que me esforzara por relajarme, que le dejase hacer a él, y con una sonrisa, añadió:

―Si no fueras tan mojigata, te diría que le dijeras lo que te agrada y lo que no.

Ella no me entendía. Mi padre tenía miedo de que nunca se llegase a casar, al menos no con un hombre deseable, pero eso a Ingrid no le importaba mientras pudiera mantener sus apetitos bien cubiertos. Y yo la envidiaba con toda mi alma, mucho más que a Gerda, y rezaba a los dioses por encontrar algún día el valor necesario para liberarme con mi esposo.

Sandor me esperaba junto al sacerdote en la pequeña capilla de la fortaleza. Se había puesto su armadura y llevaba el cabello decorado con pequeñas trenzas y cintas de color rojo, a juego con su capa. Me observó avanzar hacia él por la alfombra cubierta de pétalos blancos y los invitados se volvieron un barullo a mi alrededor. La ceremonia pasó muy deprisa.

Kevan se nos acercó en el comedor para darnos la enhorabuena y le lanzó una mirada pícara a mi esposo, pero él no la vio porque estaba absorto en mi persona. Incluso le distraje en un primer momento de las brillantes piernas de cordero que colocaron delante de nosotros.

Bailé con él y con mi padre. Aunque éste era un desastre en tal menester, sin duda mi esposo le superaba y con creces. Él era consciente de ello y le molestaba, pero no pude evitar reírme cuando tropezamos y me agarró para no acabar en el suelo. Nos quedamos mirándonos el uno al otro, y por un segundo, todas y cada una del resto de personas presentes parecieron desvanecerse como el humo de una hoguera.

Decidí subirme a sus pies, a pesar de que, o quizás por eso mismo, así estaba más cerca suya aún.

―¿Mejor? ―pregunté cuando empezó a moverse.

Asintió con la cabeza mientras me apretaba con sus enormes y cálidas manos. Apoyé la cabeza en su pecho, libre de la armadura, y descubrí un corazón tan apresurado como el mío.

―Prefiero que no te perfumes ―admití.

―¿En serio? ―El tono de esperanza de su voz me hizo sonreír.

―En serio.

Algún día, esperaba poder decirle que le prefería recién entrenado.

Empezó a sonar una música más alegre que requería que nos apartásemos el uno del otro. Entonces, me preguntó si podíamos marcharnos ya. Evité responder que había tardado demasiado en hacerlo. Me condujo sin ninguna prisa hasta mi alcoba, que a partir de ese momento sería de ambos, y me dejó pasar en primer lugar, cerrando la puerta despacio. Era evidente que se esforzaba por no parecer ansioso, y cómo me habría gustado decirle que yo prefería todo lo contrario.

Se acercó a mí y levantó una mano para tocar mi cabello, acariciándolo durante unos segundos antes de quitar todas las flores que lo adornaban. A continuación, se colocó detrás de mí y quitó uno a uno los botones que cerraban mi vestido. Mi anhelo creció con cada movimiento, pero también lo hizo mi miedo. Me sentí vulnerable cuando me dejó en ropa interior, porque él estaba a punto de ver mi cuerpo y yo no dejaba de pensar en qué pasaría si no le gustaba.

Me rodeó y se quitó la camisa, mostrándome su precioso torso. Necesité suspirar y no pude mirarle a los ojos.

―Voy a apagar la luz ―dijo.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora