Capítulo 22. Gracias a los dioses II

4.8K 545 58
                                    

Nota: este capítulo está narrado desde la perspectiva de Sandor.


Cuando escuché el sonido del cuerno, les di las gracias a los dioses por haber atendido mis plegarias. Espoleé mi caballo sin ninguna tregua, esperando verla detrás de cada árbol. Al pobre animal empezó a salirle espuma de la boca, pero no pensaba detenerme. Necesitaba ver que estaba bien más que seguir respirando.

Al entrar en su taller, buscándola para llenarla de besos, y ver que no estaba allí, sonreí porque pensé que se habría ido a reposar a nuestra alcoba. Y cuando vi que no era así, me contuve de enfadarme porque se lo había prometido. Le había prometido que controlaría mi necesidad de mantenerla a salvo.

Podía llegar a ser muy estúpido cuando se trataba de ella. Como aquella primera vez, cuando apareció con su precioso cabello lleno de flores, y me dije que podría contener mi anhelo para siempre. O como cuando me propuse tratarla como si fuera una princesa y no una mujer.

La cara de mi madre empezó a apoderarse de mi mente, impidiéndome la claridad que tanto precisaba en esos momentos. A ella ya no podía salvarla, por mucho que lo hubiera intentado y hubiera acabado marcado por ello, por mucho que aún, después de tantos años, siguiera lamentándome por haber fracasado. Pero a mi pequeña, a mi vida, y a nuestro futuro hijo, a ellos los salvaría o moriría en el intento.

Y a Ivar... Solo pensar en él me insultaba profundamente, y sentía que no había crimen capaz de compensar aquello. Aun así, en el fondo de mi atención, me regodeaba en las maneras de hacerle pagar. Fuera cual fuese la elegida al final, tenía claro que sería algo tan lento que conseguiría que desease no haber nacido.

Lo mismo me había sucedido con mi padre. Rumiar mi venganza me provocó un gran pesar, pero ni lo podía evitar ni quería realmente hacerlo. En esos días atrás, recorriendo el bosque de parte a parte, luchando no solo contra mi desesperación y mi ira, sino también contra la sospecha ajena de que ella me había abandonado, mi sueño se vio interrumpido una y otra vez por la visión de las llamas. Y por la cara de mi padre, riéndose mientras las admiraba y le gritaba insultos a su esposa.

No podría seguir adelante esta vez si algo malo le sucedía a mi pequeña. No importaría cuánto daño le hiciera al hombre que me la había arrebatado. Pero cuando por fin la vi, junto a su padre y a Kevan, lo segundo que pensé fue que necesitaba encontrar a Ivar.

Mi caballo se derrumbó en cuanto me detuve. Me había servido bien durante dos años enteros, estaba a mi lado cuando me nombraron caballero, y eso solo alimentó mi ira. Aunque me calmó bastante el abrazo de mi esposa y sus labios en mi deformidad, y habría dado una pierna por complacerla, no podía regresar sin más al castillo. No podía.

La dejé bajo la protección de su padre y seguí a Karl hasta una abertura en la montaña. Al verla, Karl me miró como pidiéndome disculpas. Él no era el único que había pensando que mi esposa se había marchado y no iba a tenérselo en cuenta. Incluso a mí me costaba creer que ella me amase y quisiera seguir a mi lado a pesar de mis muchos defectos.

Seguimos las huellas hasta alcanzar una cabaña. Enseguida salió un hombre bastante mayor que nos suplicó que no les hiciéramos ningún daño, y detrás de él, una mujer también madura que corrió a ponerse delante suya mientras me miraba como si estuviera frente a una aparición.

―Solo llevadnos a donde la encontraste ―dije.

El hombre asintió, pero ella se aferró a él y tuvieron una pequeña discusión, que atajé golpeando con mi espada el árbol más cercano.

―Lo siguiente será vuestro cuello si no obedecéis.

―Sí, mi señor ―dijo el hombre―. Enseguida. Tranquila, esposa. Volveré pronto.

Nos guio entre los árboles durante tanto tiempo que tuve que recurrir de nuevo a las amenazas. Él, sin apenas aliento, me aseguró que no faltaba mucho. De un momento a otro, vi por fin nuestro destino. Y el cuerpo de un hombre tirado en la nieve.

Me embargó una rabia tan grande que saqué mi espada y atravesé una y otra vez aquello que había sido Ivar. Los dioses me habían devuelto a mi esposa, y el precio sería tener que convivir para siempre con la vergüenza de no haber podido salvarla ni haber podido intentar siquiera resarcir tal daño.

Le arranqué la cabeza con mis propias manos. Reclamar el trofeo de una caza frustrada me resultó un completo fraude, algo más que añadir a mi deshonra, pero no quería regresar sin nada al castillo. Al menos, que el padre de mi esposa tuviese bien claro que la amenaza había sido erradicada, aun cuando de ello se hubiera encargado otro hombre.

Y como lo último que haría en este mundo sería atribuirme la gloria de otro, me llevé de vuelta a nuestro guía a pesar de sus ruegos. Mi suegro le recompensó cargando un caballo de oro, plata y víveres, y clavó la cabeza de Ivar en una pica en la entrada de la fortaleza. Luego me solicitó un momento a solas.

―Quiero pedirte disculpas ―dijo―. Mi hija me ha asegurado que fue forzada a irse, y hace un momento he hablado con Walda. Dice que la vio hablar con Ivar y que ella intentó que la dejase en paz, y que no nos contó nada porque tampoco le deseaba ningún mal a ese hombre. Ay, Elin... Gracias a los dioses todo ha acabado bien. Ve a descansar.

Ansiaba volver a ver a mi esposa, pero una parte importante de mí esperaba que ya se hubiera quedado dormida. Estaba exhausto y no me sentía tampoco con la fuerza mental necesaria como para mirarla a los ojos. Le había fallado como esposo y como hombre.

Respiraba tranquila bajo la manta. Aproveché el agua de la bañera para quitarme las señales de infernales días, y me metí con sumo cuidado en la cama. Pensé que me costaría conciliar el sueño, pero caí inconsciente poco después de cerrar los ojos.

ScarsOnde as histórias ganham vida. Descobre agora