Capítulo 20. El extraño de ojos azules

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El hombre me condujo hasta una dependencia anexa a la cabaña. Allí, comprendí que Ivar me había traído en caballo. Me ayudó a subir al animal y tiró de él hasta el exterior. Ivar no se había movido un ápice cuando el hombre azuzó al caballo para alejarnos de la cabaña.

―¿A dónde me lleváis? ―pregunté mientras él se comía un trozo de carne desecada.

―A mi casa ―dijo como si la respuesta fuese evidente―. No te preocupes, mi mujer te atenderá como es debido. Hay que ver, no entiendo cómo puede un hombre tratar a su propia esposa de ese modo.

―No soy su esposa. Me ha secuestrado.

―¿En serio?

―Y ahora mismo mi esposo me debe de estar buscando. Por favor, llevadme a mi casa. Mi padre os lo recompensará generosamente.

Abrió los ojos como platos cuando le revelé quién era mi padre y pareció meditar sus opciones.

―Esperad a que lo hable con mi esposa ―pidió―. Ella sabrá qué hacer.

El hombre vivía en una cabaña similar a la que acabábamos de abandonar, y eso me hizo sentirme inquieta. Pero entonces vi a una mujer, más o menos de la edad del hombre, salir fuera y empezar a reñir a su esposo. No pude evitar sonreír cuando le fulminó con la mirada al verme.

―No seas así, querida ―dijo él bajándose del caballo―. No solo te traigo comida y un caballo, sino que esta jovencita es la hija de Nolan.

La mujer se llevó las manos a la boca.

―¿Te has vuelto loco? ¡Suéltala ahora mismo!

―Él me ha salvado ―intervine―. Mi padre estará muy agradecido, y también mi esposo Sandor.

Se miraron el uno al otro.

―¿Sandor el Crujehuesos? ―preguntó la mujer con cautela.

―Sí ―contesté con orgullo.

La expresión de ambos se colmó de terror. La mujer espoleó a su esposo para que me llevase de inmediato a la fortaleza.

―Déjala cerca y vuelve de inmediato ―le ordenó.

―No hay de qué preocuparse ―aseguré―. Nadie le hará nada malo, y me encargaré de que regrese con una buena recompensa.

Ella se negó a mirarme y su esposo se resistió a moverse.

―Dalla, un joven la tenía secuestrada. He dado un buen rodeo, pero asegúrate de borrar todas las huellas. Y no enciendas fuego hasta que vuelva.

―Sí, no te preocupes. Venga, vete.

El hombre se sumió en el silencio mientras atravesábamos aquel bosque. No tardé en sentir molestias, pero me mantuve callada y centré mis pensamientos en Sandor y en cómo sería cuando nos volviésemos a ver, aunque ninguno de los dos dejó de revisar lo que nos rodeaba para comprobar que Ivar no aparecía.

Pasó el tiempo y las molestias aumentaron, llegando hasta tal punto que al final tuve que pedirle que nos detuviésemos un momento. Pero necesité confesar que estaba en cinta para que cediera.

Me senté a los pies de un árbol. El hombre ató el caballo a una rama y me pasó agua y comida.

―¿Cómo os llamáis? ―pregunté.

―Vikary, y no me tratéis de ese modo. ¿Mejor?

Respiré hondo y asentí.

―Tendríais que haberlo dicho antes. No es bueno pasar tanto tiempo al trote en vuestro estado.

―Pero es la manera más rápida de llegar.

―Es preferible tardar más a que os pase algo a vos o al niño.

Tenía toda la razón, así que me centré en comer y beber. Él se sentó a mi lado y se dedicó a mirar en todas direcciones.

―¿Estás preocupado por tu esposa?

―¿Por Dalla? ¡Qué va! Ella sabe defenderse. Lo que temo es que ese joven nos vea.

―Pero no podría alcanzarnos con el caballo.

―Con un arco, sí. Y ya no vamos a seguir los dos a caballo.

―¿Cuánto falta para llegar?

―¿A mi paso? Unas dos horas.

El corazón se me aceleró. Era mucho y poco tiempo a la vez.

Esperamos unos minutos más y Vikary me ayudó a regresar al caballo. Luego desató las riendas del árbol y tiró de ellas para proseguir camino.

―¿Hablamos de algo? ―propuse―. Así se pasará el tiempo más rápido.

―Debemos guardar silencio si queremos intentar pasar lo más desapercibidos posible.

Me sentí idiota y no dije nada más.

Necesité suspirar varias veces. No creía poder aguantar mucho más el temor constante que me asediaba, por no hablar de la ansiedad por llegar de una vez por todas a la fortaleza. El alivio me embargó cuando alcanzamos una abertura en la nieve que cubría la montaña, lo bastante ancha y alta como para que pasase el caballo conmigo encima. Esperé a ver luz para sonreír.

―Ya no falta mucho ―aseguró Vikary.

Al otro lado, reconocí el hermoso bosque junto a la fortaleza. Los árboles estaban igual de pelados que los que habíamos dejado atrás y había también nieve por todas partes, pero ya era para mí como haber regresado a mi hogar. La emoción que sentí se desbordó por mis ojos y me inundó toda la cara.

―Tranquila, ya casi estamos.

Miré a mi espalda y comprendí lo difícil que era que alguien pensase que allí había una manera de cruzar la montaña. La entrada quedaba oculta tras rocas y nieve y a simple vista el paso no existía.

Apenas llevábamos unos minutos avanzando por el bosque cuando el caballo empezó a mostrarse inquieto. Vikary trató de tranquilizarlo, pero al final determinó que lo mejor era que me bajase de él. Aunque no me resistí, por precaución, la idea no me podía gustar menos. Casi había conseguido llegar y ahora tendría que esperar más tiempo, porque yo era más lenta que Vikary.

―Creo que nota algo ―explicó en un susurro mientras acariciaba al animal.

Miré en todas direcciones, pero no vi nada más que árboles y nieve. De repente, una persona grande y envuelta en pieles apareció de detrás de una roca. Comprobé horrorizada que tenía un arco tensado en las manos, pero entonces reconocí su rostro. Era uno de los hombres que solían acompañar a Sandor.

―¡Karl! ―exclamé, quitándome la capucha del abrigo.

Él destensó el arco y lo bajó al suelo. Su expresión denotaba lo sorprendido que estaba y explicaba que tardase en reaccionar, pero cuando lo hizo, volvió a tensar el arco y esta vez apuntó claramente hacia Vikary.

―Aléjate de ella ―ordenó.

―¡No, Karl! ―pedí dando un paso hacia él―. Este hombre me ha salvado. ¿Dónde está Sandor?

―Buscándoos.

Pareció recordar algo y cogió el cuerno que tenía atado a la cintura. Lo sopló dos veces con fuerza. Acto seguido, vino corriendo hacia mí y me preguntó si tenía cualquier tipo de herida. Le dije que no entre lágrimas. Karl se fijó entonces en Vikary y se colocó delante de mí como si fuese un escudo.

―Karl, que no le hagan nada. Me ha rescatado y me ha traído hasta aquí.

―Creo que debería irme ―dijo Vikary, tirando del caballo. Karl no dejó de protegerme con su cuerpo.

―Pero ¿y tu recompensa?

―No os preocupéis, mi señora. Prefiero no estar aquí cuando llegue vuestro esposo.

―Te cubrirá de oro ―aseguré.

Negó con la cabeza y se montó en el caballo. Poco después, se perdió entre los árboles.

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