Capitulo 8

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Lolo

Cuanto más tiempo nos desplazábamos en el auto, más sabía que no debería estar aquí con esta mujer. Pero estaba y, honestamente, no me iba a ir a ninguna parte. Iba a desayunar con Camila por la sencilla razón de que no podía ir a otro lugar. Ella me lo había pedido y yo había aceptado. No había otra opción.

―Es un poco más allá —dijo Camila, señalando una pequeña cafetería escondida en el paseo marítimo. Me reí para mis adentros. Estaba a tan sólo tres manzanas de mi estudio.

En minutos, había estacionado El Camino y salimos, con el sol empezando a asomarse. No había nadie alrededor, excepto los trabajadores del mercado organizándose para el día y los primeros compradores esperando el pescado fresco que venía en los barcos.

Camila y yo entramos en la cafetería con vistas al Sound, donde nos dejaron elegir dónde sentarnos. Los chicos que llevaban el lugar aún estaban preparándose, así que caminé por delante de Camila hasta el último rincón y me senté. El lugar estaba repleto de banderas italianas, los camareros con rasgos latinos y, sin duda, italianos también.

Me pregunté si ella había elegido este lugar porque había descifrado mi herencia o, simplemente, porque le gustaba el café.

Mientras me dejaba caer en el asiento, Camila se sentó frente a mí y echó otra ojeada a la cafetería vacía. Estábamos solas. Bien.

―Esto, ¿te parece bien? ¿Esta cafetería vacía? ―preguntó con una sonrisa burlona.

―Sí ―respondí, y sonrió más ampliamente ante mi respuesta cortante.
Y, de nuevo, se encontraba divertida por mi actitud. La mayoría de la gente ya se habría dado por vencida en tratar de hablar conmigo, pero era como si no entendiese que me gustaba estar sola. Que no quería gente alrededor... joder, simplemente quería que me dejaran estar.

―No eres alguien con quien tener una pequeña charla, ¿verdad?

Los ojos de Camila parecían cansados. Joder, sabía que los míos también, pero los de ella no perdieron su brillo juguetón cuando me miró, esperando mi respuesta.

―En realidad, no.—Se echó a reír de nuevo.

Entonces, un camarero que venía hacia nosotros, llamó a otro en la cocina para acondicionar el patio. Había hablado en perfecto italiano. Llegó a nuestra mesa, su mirada ardía cuando se fijó en Camila.

El chico se ruborizó de un color rojo brillante y agarró torpemente su bloc de notas y bolígrafo en su mano. Algo se apretó en mi estómago cuando Camila le sonrió y el hijo de puta le dirigió una ancha sonrisa.

Sintiéndome muy cabreada con ese imbécil que estaba revoloteando, me recosté en mi silla y lo fulminé con la mirada. Pronto, se encontró con mis ojos y, cuando lo hizo, los suyos cayeron de inmediato al bloc de notas y, nerviosamente, nos preguntó qué queríamos.

―Café doppio e una brioche alla crema ―pedí.

El camarero levantó la vista y, aunque su expresión seguía siendo cautelosa, preguntó:

―¿Tu parli Italiano?

―Sí ―respondí.

―¿Da dove vieni? ―preguntó, queriendo saber de dónde era.

―No, sono americano, i miei genitori sono italiani―dije, explicándole que mis padres eran italianos, no yo.

Joder, apenas había hablado italiano en años. No podía hacerlo. Sólo
hablaba italiano con la mamma y mis hermanas. Pero desde que había salido de prisión, no me parecía adecuado. La mamma se había ido. No podía ponerme a hablar su lengua materna mucho más de un par de frases sin que eso me destripara por dentro.

Sweet hope; Camren GiPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora