Shabná III

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Al volver a su casa, Shabná nota que algo no va bien. La pantalla del edificio no reproduce ningún mensaje publicitario y la puerta principal está abierta. Sube las escaleras con precaución y aguza el oído. Nada, no se oye absolutamente nada. Es como si de repente todas las familias que viven en el bloque hubieran enmudecido.

Suspira cansada y aprieta el sobre contra su regazo. Otra carta para Yadei, esta vez explicándole todo. El Vínculo, Daran... Todo.

Continúa hasta llegar a su puerta y la abre como de costumbre. Todo sigue en orden: la ventana que va del techo al suelo del comedor, la tele vieja un poco torcida, los dibujos de Yadei, las manchas de pintura que le dan ese toque tan especial a la casa... Pero, en medio de todo ello un hombre trajeado cruza los brazos y la observa. La mujer se queda paralizada frente a la puerta, cautelosa, examinándolo. El hombre lleva unos dispositivos en las sienes, la última versión de los ordenadores personales.

—¿Qué hace usted en mi casa? ¿Quién es usted? —pregunta Shabná con autoridad.

—Señora Mash —se acerca a la nevera y la abre—. Le estaba esperando. Me sorprende que no estuviera en casa a estas horas.

El hombre saca un bote de zumo y lo sirve en dos vasos, le ofrece uno a Shabná. Ella tuerce la cara en una mueca, no le hace ninguna gracia que actúe como si fuera su casa.

—Pensaba que a esta hora ya había vuelto de trabajar —Shabná frunce el ceño, el hombre hace un gesto señalando la silla—. Por favor, siéntese.

—Voy a llamar a la policía —hace amago de dirigir su mano al brazalete, pero el hombre sacude la cabeza.

—Eso no va a ser necesario —y el hombre enseña la acreditación del gobierno—. Me gustaría hablarle de... su hija Yadei.

Le da un sorbo al zumo y vuelve a hacerle un gesto a Shabná para que se siente. Ella obedece.

—Una tragedia, sin duda. Su hija era excepcional: un expediente académico impecable, de comportamiento ejemplar...

El hombre observa algún tipo de reacción por parte de Shabná, y ella lo sabe. Así que mantiene la compostura y, con resentimiento contesta:

—Mi hija está muerta —¿Qué contestará el agente? A pesar de saber que son falsas, las palabras duelen más de lo que hubiera imaginado y Shabná tuerce el gesto.

El hombre suelta una risa llena de sarcasmo. Se lleva una mano al dispositivo y una escena se proyecta sobre la pared. Se ve a una chica, en medio de la penumbra, junto a un joven rubio que camina de forma extraña y una mujer de cabello oscuro. A pesar de los cambios, Shabná reconocería a su hija en cualquier parte. Se la ve maltrecha, más flaca, con el cabello corto y trenzado y ropa sucia, medio quemada.

—Esto está siendo grabado por uno de nuestros drones ahora mismo. Oculto de forma estratégica —explica el hombre pausadamente—. ¿Ve a esa mujer? Es uno de nuestros efectivos. Ahora mismo, su hija posee información muy importante. Pero, en cuanto la revele... Yadei no será más que otra boca que silenciar. ¿Entiende lo que le digo?

Shabná traga saliva. Silenciar. ¿Serían capaces de matarla? ¿A una niña?

—Tengo una propuesta para usted —dice el hombre.

—¿Qué tipo de propuesta? —mastica las palabras, recelosa.

—Sabemos que está en contacto con LV... ¿O debería decir con su marido? Que... oportuno que aparezca ahora, ¿no cree?

No va a dejarse engañar.

—¿A dónde quiere llegar?

—Nuestro efectivo no pudo revelarnos la información sobre el Vínculo por problemas técnicos —el agente deja una incógnita en el aire que no piensa contestar—. En cambio, a usted no se le puede sondear la memoria. Al menos, no sin la tecnología adecuada.

Shabná se remueve incómoda en su silla.

—Quiero nombres, fechas y objetivos —el hombre se levanta—. Quiero saber cómo piensan, qué planean, con qué fin. Quiero saber hasta el nombre de la última persona implicada en el Vínculo.

El agente se apoya sobre la mesa y se inclina sobre ella, con actitud intimidante.

—¿Qué le hace pensar que yo tengo esa información? —Y es verdad, Shabná no lo sabe. A ella tan solo le importa la vida de su hija.

—Llevo más de veinte años trabajando en este caso —el hombre habla flojo, con rabia contenida—. Y usted es la única opción que me queda, ¿entiende?

—Si quiere esa información, ¿por qué no me pone un rastreador y punto? —Shabná replica enfadada.

—Si pudiera ya lo habría hecho. Me temo... que no tengo autorización judicial.

La mujer se levanta enfadada, la silla se tambalea.

—¿Y si para matar una niña inocente?

—El Exterior no es jurisdicción de los Pentágonos. Allí no hay leyes que valgan —el hombre sonríe con malicia.

Camina por la sala y mira a través de la ventana. Hace crujir sus nudillos mientras ladea la cabeza. Shabná observa impotente su figura recortada contra la luz.

—Bonitas vistas —hace una pausa—. Deme la información que necesito y su hija vivirá. Tiene dos días, más adelante ya no podré garantizar su seguridad.

La mujer está a punto de estallar. ¿Es que acaso piensa que le está haciendo algún tipo de favor? Tiembla de rabia e impotencia, pero también de miedo. Es posible que esa imagen sea falsa, pero si no lo es, su niña está en peligro. No puede ser. Ha luchado durante años para sacarla adelante y ahora no puede hacer nada. Bueno sí: traicionar al hombre que ama, a pesar de no ser capaz de demostrárselo.

—Piénselo, ¿qué vale más: la vida de su hija o la lealtad hacia su marido?

Los ojos se Shabná se llenan de lágrimas. No es justo. No puede traicionar a Daran, no justo después de haberlo recuperado. Pero su niña está en peligro y eso es lo único que le importa. Está en sus manos que sobreviva. El agente deja una tarjeta sobre la mesa y abre la puerta de salida. Antes de que se marche, Shabná le pregunta:

—¿Tiene usted hijos? —le tiembla la voz por los sollozos que amenazan con salir. El hombre no contesta—. Porque si es así espero que nunca se enfrente a algo parecido.

El agente cierra la puerta y Shabná empieza a llorar.

Lo siento mucho Daran, lo siento mucho, pero es mi niña.

La tarjeta se queda sobre la mesa, con las letras fosforitas advirtiendo:

LA ESTAREMOS VIGILANDO. NO DÉ UN PASO EN FALSO.

No hay otra opción.

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