5 - Inconmensurable

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Siempre había creído que aquello era señal del gran amor que sentía por ella, pero se equivocó o, al menos, esa era su nueva percepción del asunto.

Él se lo repetía una y otra vez, ansioso de que ella aprendiese que era lo más importante en su mundo, amplio y lleno de encuentros sociales a los que la llevaba en un intento de lucir la bella y perfectísima novia que tenía. La realidad distaba mucho de aquello, a decir verdad. Ella era muchas cosas, pero no perfecta. Tampoco se veía tan guapa como él decía que era, pero no era algo sobre lo que discutir.

El tiempo transcurría con cierta lentitud en su mundo desde que había tomado consciencia de la realidad que la envolvía, por lo que, en ocasiones, desesperaba ante algunos comentarios que parecían llegar en el momento menos acertado. En cambio, él no se percataba de nada de aquello o, más bien, fingía no hacerlo. Ella, por su parte, había comenzado  a pensar en que él se hacía el loco cuando aquellas situaciones se sucedían una y otra vez, como si de un extraño bucle se tratase.

Era ciertamente impensable para ella que él fuese capaz de aquello, pero su convencimiento aumentaba a pasos agigantados. Por ello, los bellos sentimientos que una vez sintió por aquel hombre habían ido mutando a una sensación acuciante de huir, pugnando en su interior por alcanzar una soledad que se le antojaba más que necesaria. Si a su lado ya no era feliz, ¿por qué seguir allí?

Aquel amor que él proclamaba no era tal; no para ella.

Aquella necesidad de tenerla a su lado no derivaba  del cariño y los enormes sentimientos que le llenaban el corazón; no, pues aquello era falso e inexistente. Al menos, para ella.

Aquellos abrazos que le daba, casi siempre con público, no eran más que eso, una muestra se sus supuestos sentimientos.

Él siempre se vanagloriaba de todo ello; a ella se le revolvían las tripas cuando lo hacía. Y es que todo era distinto ahora, pues  ya no se la engañaba tan evidentemente. Hasta entonces había creído en una palabra concreta, una que le parecía bella y valiosa, pues era de aquellas que no todo el mundo empleaba o conocía. Una palabra de aquellas que, como su madre decía siempre, era de las que enriquecían el diccionario: inconmensurable.

Hasta aquel momento de su vida, del transcurso de aquella relación, ella había considerado que el amor que él decía tenerle era eso, justamente eso; inconmensurable.

Poco a poco fue bajando de su nube y descubrió que era otra la que encajaba con su historia romántica: falsedad.

Cuando él la lucía como si de un objeto se tratase, no era por amor, sino por una tonta necesidad de enseñar lo que tenía. Cuando le brindaba muestras de amor en público no era más que para fardar de lo buen novio que era, sin serlo. Cuando se mostraba galán, cariñoso y considerado no era por amarla, sino porque algo quería. Siempre había una razón, nunca era un gesto de amor real. Y ella, tristemente, había demorado cerca de dos años en percatarse de ello. No podía evitar cuestionarse  cómo había podido ser tan ilusa.

No tardó tanto en ver la verdad tras tomar consciencia de que algo no encajaba, por suerte. Analizaba cada pequeña cosa y pronto descubrió que él la creía una posesión. Para él era suya, su chica, su compañera, pero también su objeto. Con la que pasaba el tiempo para él no sentirse solo. Con quien daba envidia a otros. Con quien jugaba cuando le apetecía. Era un algo, no un alguien. En aquella relación, en la terrible forma de verlo del varón, solamente eran un hombre y su posesión; ni más, ni menos. ¡Ojalá ella lo hubiese advertido antes!

Aquel amor no era grande, brillante ni sorprendente; aquel amor era inexistente y engañoso. Era de todo, excepto inconmensurable, pues eso ella únicamente lo podía aplicar al desencanto y la decepción que sentía en la actualidad.

Decidió que aquello debía terminar pero, de algún modo, llevaba tanto a su lado que no tenía idea de cómo alejarse. ¿Cómo salir de aquella relación que se había tornado la parte principal de su vida?

Sus amistades, eran las de él.

Su empleo, era a su lado.

Sus pasatiempos, curiosamente, eran compartidos.

Su hogar era uno, pues vivían juntos.

Lo único que no estaba vinculado en sus mundos eran sus familias, pero la de ella estaba en otro país, lo cual dificultaba la situación. Así pues, ¿cómo alejarse de él si todo la llevaba  a su lado?

Meditó mucho sobre ello, considerando sus opciones que no parecían ser más de dos: quedarse a su lado en una relación irreal a sabiendas de que todo era apariencia, falsedad y posesión, o marcharse sin mirar atrás y empezar de cero lejos, en otra ciudad, donde él no pudiese alcanzarla fácilmente.

¿Qué era lo correcto? 

¿Qué debía hacer?

¿Qué podría soportar con mayor facilidad?

En aquellos momentos no disponía de respuestas, únicamente tenía dudas, pero pronto, o eso esperaba, aquello iba a cambiar.

Si quería ser feliz, en algún momento, debía cambiar...

Con aquel pensamiento, accedió a su cuenta bancaria a través del teléfono y analizó la situación. Con el dinero que había ido guardando bien podría abandonar todo sin más, pero el dinero se acaba y quizá, pensó, debía buscar primero un trabajo en otro lugar.

Sí, sin duda aquello haría. Su decisión era firme, inequívoca; inconmensurable.


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