8 - De mí, para mí

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Querida yo más vieja y sabia;

descubrí hace no mucho que el tiempo tiene el poder de cambiar a las personas, y no estoy segura de si me gustó darme cuenta de ese detalle.

Yo siempre había creído que cada uno era como era y que, si algo tenía el poder de cambiarnos, eran las vivencias que acumulábamos o las cosas que descubríamos, pero, he de confesar, jamás imaginé que el tiempo también tuviera ese dominio sobre nuestras personalidades. ¡Imagina lo asombrada que me quedé!

He adquirido manías conforme los años corrían y, ya puesta, me he convertido en la clásica madre que jamás creí llegar a ser. De aquellas que lanzan la chancla si la situación lo amerita, de las que logran que las cosas perdidas aparezcan simplemente con acercarse al lugar donde todos buscan sin encontrar. Una madre de aquellas que repiten las monsergas que sus progenitoras les decían, como «cuando seas mayor lo entenderás», «porque soy tu madre y punto» o «mi casa, mis normas». Una madre que quiere controlar hasta la hora en que llueve, vamos.

Siempre creí que yo no sería así, quizá por eso me decepcioné tanto a mí misma. Pero ahora, en este momento reflexivo en que me siento a escribir simples letras a mi yo del futuro —si es que la hubiere—, he alcanzado a comprender que eso forma parte del ciclo de la vida y es que las mujeres somos seres cambiantes, con una gran facilidad de adaptación y supervivencia, con afán por siempre lograr algo más y un gran sentimiento de responsabilidad que puede cambiar de dirección con facilidad. No todas tenemos alma de madre, ni todas queremos ser secretarias; tampoco toda señora anhela un hombre que la mantenga ni soñamos con ser la mujer perfecta, como las que salen en la película que protagoniza Nicole Kidman y que hornean galletas, sirven a su esposo a cada segundo y jamás, pero jamás de los jamases, replican o alzan la voz. No, ninguna queremos ser así; no queremos ser almas sometidas y dedicadas, ¡queremos ser libres y plenas! Las mujeres, de un modo u otro, lo que queremos es ser nosotras mismas, que nos acepten como somos y no nos desprecien por ser féminas.

Y aquí, querida yo más vieja y sabia, es donde caigo en cuenta de que estoy en deuda contigo, pues te traicioné y me convertí en un ser propiedad de otro en lugar de ser libre; permití que me ningunease, que me domase, incluso cuando soy como un potro salvaje con cualquier otra persona y puedo tener un carácter un tanto insoportable si se me lleva la contraria. A pesar de ser como tú y yo quisimos ser siempre, mis vivencias, mis experiencias, él y el tiempo, lograron cambiarme y ahora te debo tu libertad, esa que tanto ansiabas y no pudiste tener por mi culpa; esa que, cuando llegó nuevamente, lo hizo tarde.

A pesar de eso, me agarro a aquello de más vale tarde que nunca con la vana ilusión de sentirme mejor conmigo misma y que tú, querida yo, sientas algo de alivio. Quizá esto no tuviera sentido para nuestra versión joven e inexperta, pero sé que tú podrás comprender con facilidad que he descubierto —al fin— que mis decisiones y mi estado de ánimo repercuten en ti, y que si no intento ser quien soy realmente ni me permito ser feliz, tú tampoco lo podrás ser. Y sería injusto que así fuese, pues te has ganado esa calma y esa felicidad escondida tras un vaso de zumo de naranja —pues espero que, como yo ahora, sigas odiando el café— mientras observas el tiempo pasar, recordando lo que fuimos cuando chiquillas y lo que soy ahora a mis cercanos cuarenta.

Quiero que puedas recordar con orgullo cómo luchaste contra tu opresor particular y cómo defendiste a tus hijos del monstruo que él era y del que tú empezabas a resultar por su causa.

Deseo que recuerdes con algarabía el día que fuiste a comprar sola por primera vez tras la separación, y cómo llorabas lágrimas dulces mientras recorrías el supermercado al darte cuenta de que nadie te estaba gritando ni regañando por echar en el carrito algo que, no mucho atrás, no debía estar ahí.

Anhelo que puedas sentir la fortaleza que sacamos quién sabe de dónde cuando tocó trabajar, llevar la casa, cuidar dos hijos en edades complicadas y vivir con un solo sueldo que, con la llegada del Covid, quedó convertido en nada; recuerda esos momentos, mantén tu fortaleza y tu valor.

Quiero que sigas soñando con ser libre como lo soy ahora y, confío, lo seguirás siendo siempre, pues de los errores se aprende. Prométeme que lucharás por seguir siendo tú y que nadie te cambiará, ni tan siquiera el inclemente tiempo. Sé que puedes, pues todas podemos. Las mujeres somos así, al fin y al cabo, ¿verdad? Luchadoras, fuertes, decididas, orgullosas, centradas, capaces, líderes natas aunque nos hayan callado a lo largo de la historia; somos mujeres.

Y tú eres increíble, porque sigues ahí a pesar de todo lo malo. ¿No me crees? En ese caso, te voy a hacer creer; con recordarte cuatro cositas lo harás...

Rememora cuando trataban de asfixiarte, saliste de ello resurgiendo de tus restos como hubiese hecho un ave fénix. 

Recuerda cuando diste la vida a dos hijos que, aunque quizá no te adoren porque has sido dura, sí te quieren; tanto o más como te quieres tú misma. 

Piensa en cómo has salido adelante pasase lo que pasase: cuando te criaron tus abuelos por las terribles circunstancias de tus padres; cuando te pegaban en la escuela y aquellos monstruos forjaron lo que eres hoy; cuando tus fracasos amorosos se tornaron aprendizajes y recuerdos así como anhelos de un futuro mejor; cuando tus fracasos laborales se convirtieron en ahínco imperturbable y decisión inconmensurable... Recuerda tu vida, recuerda quién fuimos, quién soy y, desde ahí, no olvides ser quien quieres ser pero agradeciendo cada día de tu vida a pesar de las cosas malas. ¡Porque eres mujer, querida! Y las mujeres, podemos con lo que nos echen y, conforme el tiempo pase y nos siga cambiando, con más vamos a poder. Porque somos tan maravillosas y necesarias que no nos merecemos un día, sino todos. No en vano, nuestras luchas siempre han sido en pos de un mundo y una vida mejor, querida yo más vieja y sabia, y confío en que algún día las deudas que tengo contigo por un pasado terrible se tornen infinita felicidad nacida del orgullo y la valentía y, así, queden saldadas.

Sobre todo, no olvides que quien eres es únicamente fruto de tu propio esfuerzo, que ningún ser tiene derecho sobre ti, que nadie debe tener el control sobre tu mundo y tu cuerpo y que, si flaqueas, sólo debes recordar una cosa para volver a volar por ese cielo que te has ganado recorrer en perfecto vuelo: eres una mujer, y puedes con todo.

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Carta escrita para participar en Flores de Marzo:

2° lugar del desafío "Querida yo".

Reto #8: 1166  palabras.

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