~EL DÍA~

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Mis padres se conocieron un día  lluvioso, no muy romántico la verdad. Pero se enamoraron el uno del otro como dos tortolitos. Suena un poco cursi, pero ¡qué más da!. Lo importante es que desde aquel día no se han separado jamás.

A mí el amor no es algo que me atraiga tanto como para ir buscando al chico ideal, de ojos claros, rubio y listo, además de atractivo, por las esquinas. Todas mis amigas  del insti se pasean con sus novios en todo momento, se juntan y no se separan hasta que salen del instituto.
Cuando los veo me dan ganas de parar el tiempo y separarlos. Creen que van a permanecer unidos hasta envejecer, pero no saben la realidad. A las dos semanas cada uno estará lastimándose en su casa. ¡Qué pena!

Mi vida empezó a cambiar cuando todo ese royo del amor llegó a la vida de mis amigas. Antes quedábamos en el break para charlar sobre los estudios, pero eso se acabó. Cada una iba por su cuenta. Solo nos veíamos en clase y en la entrada del insti.

El resto del día era monótono, de clase a casa, comer y ¡a estudiar!. Mis padres trabajan todo el día, con lo que podía hacer descansos largos y salir a pasear. Aquella tarde decidí ir a visitar el anticuario de mi tía Regina. No estaba muy lejos, pero me daría tiempo suficiente para ir, saludar y volver a casa sin levantar sospechas.

Mi medio de transporte era una bici, sí, una bici. Así que me monté en ella y salí hacia la tienda.
Durante el camino pasé por un parque precioso, en el que mi abuela me leía cuentos de pequeña después del colegio. La echaba mucho de menos. Mientras mi mente estaba recordando a mi querida abuela, mis ojos se centraron en un único objetivo, un banco. Y, por supuesto, ¡no estaba vacío!. El joven allí sentado me miró fijamente. Yo seguía pedaleando, haciendo caso omiso a la calle. Al segundo, una señora que pasaba me gritó:

- ¡FRENA!, ¿no te das cuenta de que está en rojo el semáforo? -- dijo preocupada la mujer.

- Perdón, no me había fijado. ¡Gracias!, la próxima vez estaré más atenta. -- Respondí yo con voz temblorosa.

Giré mi cabeza buscando el banco del apuesto y misterioso joven, pero no lo localicé.

Se me hizo muy tarde. Para cuando llegué a la tienda, estaba cerrada. Miré el reloj. Aun no eran las 17:00 h.

Fue entonces cuando recordé que mi tía no abría ese día la tienda. Menudo despiste. Ahora me tocaba volver a casa por el mismo camino. De hecho fue lo mejor que hice ese día.

Me subí de nuevo a la bicicleta y me fui al parque donde vi al chico sentado en aquel solitario banco. Cuando llegué vislumbré a lo lejos, detrás de un árbol no muy alto, un joven, o eso parecía. Me acerqué unos metros más sin llamar la atención. Centré mi mirada el aquella persona y... ¡Él también me vio!. Era él, el chico que casi hizo que me saltara un cruce en rojo.

Cuando llegué a casa mis padres aun no habían llegado. Tuve suerte. Corrí directa a mi habitación, me tumbé en la cama y dije en voz baja:

- ¡Hoy es el "día"!

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