Lo que habita en el bosque (Capitulo quinto. «Descenso a la locura»)

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Parecía que llevábamos horas buscando en las entrañas del Hills, solo habían pasado quince minutos. Deseábamos cazar a nuestras presas y largarnos a nuestros hogares, no hablábamos entre nosotros y había una gran tensión que se palpaba en nuestro silencio. Un día anterior el padre Karl se apersonó en mi puerta, me advirtió tener cuidado y no llegar al límite de la zona prohibida, pese a que no soy una persona cercana a la comunidad conservadora y hemos tenido nuestros roces, ese día el padre Sanbers me dio su bendición, la recibí con suma humildad, si Dios existe lo necesitaba en ese momento.

Parecía que no estábamos en busca de osos, parecía que buscábamos algo más allá de lo que veíamos, no estábamos concentrados, nos cuidábamos de algo más. Buscábamos entre los rincones, en las copas de los árboles y en las sombras vegetales. La humedad del bosque hacía caer gruesas gotas de agua que golpeaban nuestros hombros, haciéndonos voltear violentamente a la espera de ver algún horror acechándonos. El resultado de nuestra poca atención se vio reflejada al cabo de dos horas, habíamos cazado apenas un par de liebres y un mapache, una raquítica cosecha que no servía de mucho. Estábamos decaídos y faltos de comunicación, solo una acción inusual hizo que el silencio entre nosotros de desquebrajara. Steve McTwain me alertó con su absorto comportamiento, observaba fijamente algo, voltee para descubrir que tenía petrificado a Steve. Unos metros más adelante de nosotros estaba un bello ejemplar de zorro, su lomo rojizo parecía una llama ardiente y el esplendor de su especie daba sentido al hipnotismo de mi amigo. Este miraba a McTwain, los dos mantenían contacto visual sin siquiera parpadear. El animal empezó a alejarse lentamente de nosotros, Pat O'Dohl quien era el más ambicioso del grupo, nos arengó a seguir al animal, era sumamente escurridizo pero nos animó y motivó para darle caza, su piel sería muy bien remunerada y compensaría nuestra pésima cosecha. Lo seguimos a lo largo del Hills haciéndonos olvidar nuestros previos temores, cierto es también que no reparamos en las tierras que estábamos pisando, conocíamos muy bien el bosque, pero ese día cambió su estructura de manera absurda, no era el mismo de siempre, de eso puedo estar seguro. Estábamos aún muy alejados de la parte prohibida y por tal motivo tenía la confianza de avanzar varios metros sin siquiera advertir de la cercanía de la zona maldita. En unos cuantos metros vimos como el zorro saltaba obstáculos como una audaz saeta, Pat soltaba el primer disparo, puedo jurar que había acertado pues él es un excelente mortero, pero para nuestra sorpresa el animal seguía en su salvaje huida. Metros más adelante cuando sentí un fuerte dolor en las costillas por la falta de aire, fue que el zorro paró una vez más para observarnos con diligente atención. Nosotros, que no podíamos aguantar por más tiempo el ritmo del animal, detuvimos abruptamente nuestra persecución, el tiempo de examinarnos visualmente con "él" solo duró unos segundos antes de que desapareciera entre el verde de la vegetación. Pat lo siguió detrás de los arbustos, no había nada, solo mas flora. Esto era de naturaleza imposible, pues sus huellas sobre la tierra húmeda se habrían marcado de manera clara, pero no había rastro alguno del zorro. La mirada de confusión de Pat me dio escalofríos, su rostro tuvo un cambio escabroso, sus facciones se endurecieron al ver más allá de nuestra posición, Kirk y Steve voltearon lentamente para descubrir con horror que justo a sus espaldas se encontraba algo tan común a la vista de las personas pero que significaba desgracia para aquellos que se internan en un bosque como el Hills. Justo detrás de nosotros se encontraba una larga recta con púas, sobre este, colgaban varios mensajes de advertencia, habíamos cruzado la línea divisoria del bosque, no nos percatamos como, pero estábamos en el lado prohibido del Hills.

Corrimos desesperadamente hacia el alambrado, saltamos las vallas metálicas sin tanto cuidado, Kirk se rasgó sus pantalones y yo apreté un nudo con púas del alambre, un hueco en mi mano dejaba escurrir un hilo de sangre que salpicaba el follaje verde del escenario, una vez que cruzamos nuestro obstáculo, resoplamos de alivio; pero nuestra sorpresa fue un horror indecible, estábamos una vez más del lado maldito del bosque, era imposible, cruzamos una vez más obteniendo el mismo resultado escalofriante. Steve se dejaba caer de rodillas llevándose las manos al rostro, gritaba a los cielos estar maldito. Los demás solo guardábamos silencio, en ese lugar del bosque no había Dios que oyera nuestras plegarias. No nos queríamos mover, adentrarnos más era un suicidio, volteábamos a ver hacía las profundidades de la arboleda, era difícil distinguir a la distancia, pues la neblina hacía difícil la tarea de visualización. Solo la imaginación de lo fatídico dibujaba para nosotros los peores infiernos que se podrían esconder entre las sombras de la vegetación, los arboles deformes y retorcidos tenían ojos que vigilaban nuestros movimientos y los animales, la tierra y todo lo que se posara en él, estaban malditos. Nosotros ya lo estábamos.

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