Los Abisales 2/2

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"Charales" era un hombre entrado en la vejez y no se dedicaba más a la pesca, enseñó el oficio a sus hijos y él se ocupaba de limpiar el pescado. Aun recordaba su expresión cuando vio el agua haciendo efervescencia en el Guadalupe. Era el único que sabía que algo no estaba bien y podría asegurar que él conocía algo al respecto.

Lo visitaba recurrentemente; siempre que volvía a casa, su vivienda era una parada obligada. Su familia era como una extensión de la mía. Y tras la muerte, primero de mi padre y después de mi hermano, nuestras familias se hicieron más cercanas. Ese día me quedé hasta tarde en su casa. Cuando ya sus hijos se habían retirado a descansar, aproveché para tocar el tema que motivó mi apresurado regreso.

Pregunté con mucho nerviosismo acerca de esa horrida mañana, en la que su rostro se petrificó al ver el borboteo por la roca que sube el río, y por qué reaccionó de forma tan perturbadora. Después de un breve e incómodo silencio en la que jamás pude hacer contacto con su mirada, fue que sus arrugados labios se abrieron, pero no dejaban salir más que un entrecortado aire de espanto. Segundos después se animó a contestar con titubeo y cierto misterio que: "Al mar hay que tenerle respeto, que este impone y cuando se manifiesta hay que escucharle." Antes de que terminara de hablar le interrumpí pues su voz tomaba matices oscuros y no deseaba atormentarme con sus lúgubres comentarios.

Le conté que en la universidad aprendí de ciertos patrones y conductas de los pescadores, que algunos tenían extraños ritos antes de ir a trabajar y me intrigaba saber si él tenía alguno; sonrió secretamente y no fue claro con sus respuestas, habló de mi hermano mayor, comentó que él sabía de muchas viejas historias de los pescadores, que por eso reaccionó de esa forma al ver la "cosa" sobre la lancha. Lo interrumpí nuevamente, pero esta vez para preguntarle acerca del tipo de historias que había escuchado mi difunto hermano. Me miró con ojos acusadores y después de una pausa contestó: "Te fuiste muy pronto de casa".

Cuando volví a mi hogar, mi madre aun me estaba esperando. Era ya entrada la madrugada, pero colocó una olla para hervir agua, preparé café y hablamos de mi hermano y de mi padre.

Me confesó saber poco de la vida de pescador de mi padre, se mantuvo alejado de ella en lo que respectaba a su profesión, siempre fue muy serio y difícilmente le vi bromear. A mi hermano y a mí nos enseñó lo que sabía de pesca, se esmeró más con mi hermano pues ya tenía otros planes para mí; gracias a papá y a Jonás pude ir a la universidad, mi papá murió de un infarto en mi primer año de Universidad, y mi hermano pareció seguirle un año después, las causas de su muerte fueron inciertas, no hubo un cuerpo que velar. Una mañana partió a pescar, solo, sin ayudantes. No volvió, el "Perdita" fue encontrado encallado en una escollera.

La policía investigó su desaparición y la de otros pescadores más en un radio de 10 kilómetros a la redonda. Mi madre con angustia me comentó el extraño comportamiento de Jonás antes de su extravío. Noches sin dormir y una terrible paranoia, se sentía perseguido por algo que jamás pudo explicar con tranquilidad, le comentó. La policía, al no encontrar evidencia ni rastros de violencia en el bote, solo una botella de Jack Daniels vacía; determinó que había tropezado y caído en altamar, pereciendo ahogado y por accidente. Su cuerpo tal vez aparecería en la costa del Oeste. Jamás emergió siquiera una prenda de vestir.

Sentí fuertes deseos de levantarme de mi asiento y entrar violentamente a casa de "Charales", por respeto al anciano solo me tomé el ardiente café y escuché los sollozos de mi madre. Él sabía algo, una mezcla de impotencia y miedo se formaron en mi estómago. Me retiré a dormir, tenía planeado volver a casa del viejo al amanecer, esta vez sería más duro con mis preguntas y exigiría respuestas.

No dormí lo suficiente esa noche, enfermé un poco del estómago y un maratón de pesadillas se agolparon en mi mente cada vez que lograba dormir profundamente. Soñé con el mar convertido en una masa negra, el agua apestaba y los peces flotaban muertos a lo largo de la costa, los peces tenían en su rostro el dibujo de una expresión diabólicamente horrenda. La arena que sentía en la planta de mis pies estaba helada y el mar rugía como bestia apocalíptica, la gente que estaba en la playa huía del mar, no querían ser tocados por las olas, murmuraban algo ininteligible. Un niño cayó a la distancia y me acerqué desesperadamente a él para ayudarlo a reincorporarse, gritaba cobardemente y sus ojos saltones parecían desorbitarse. Era mi hermano de joven. Lo tomé por los hombros y los murmullos cesaron. Por fin pude escuchar en su voz lo que los demás decían: "Los abisales vienen por nosotros". Acto seguido abrió su boca lo más amplio posible que parecía se iba a fracturar. Un grito ensordecedor hizo que lo soltara y tapara mis oídos. Desperté y el grito aun retumbaba en mis tímpanos, provenía de la casa de "Charales".

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