7. RYAN

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Se despertó con un canto gregoriano matándole el amor por la música.

Ryan abrió los ojos.

—¿Qué es eso? —susurró hablando en su idioma, se esforzaba por hablar siempre en español, pero en cuanto se despistaba las expresiones le salían de la boca en portugués y sus pensamientos en italiano.

Miró el reloj y después miró a su hermano.

Dante dormía en la cama de al lado con la boca abierta, en una postura extraña y roncando. Le tiró un cojín a la cara. Dante se despertó sobresaltado, atragantándose con su propia baba.

—¿Por qué coño tienes que hacerme eso todas las putas mañanas? —le dijo también en otra lengua, y es que a los dos les pasaba igual. Dante le miró con cara de mal genio. Ryan sonrió y fue a la cama de su hermano, casi tirándose sobre él.

—¿Por qué siempre dices tantas palabrotas?—le preguntó Ryan con una sonrisa— Te tendré que lavar la boca con jabón.

Dante le besó. Ryan sintió que su cuerpo se derretía, como siempre que su hermano le besaba o le tocaba. Siempre que pensaba en él se sentía como enamorado, que dios le perdone.
Era una mierda eso de estar enamorado.
Sobre todo cuando de quién estás enamorado es de tu hermano, y tu hermano gemelo, para rematar.

Y más, si se podía empeorar, cuando tu hermano gemelo es Dante
El arrogante. El insensible.

Ryan pensaba que a veces le odiaba más de lo que le quería, y sin embargo, todo se le olvidaba cuando le miraba como en aquellos momentos.

—Creo que me voy a duchar —le dijo de pronto, y lo dejó allí en la cama, solo, y preguntándose si su hermano le quería de verdad. Ryan tragó saliva y se puso el uniforme.

Guardó su violonchelo en su funda y lo deslizó bajo la cama. Ryan tocaba el violonchelo muy bien, le gustaba el sonido de ese instrumento desde siempre. Cuando lo tocaba recordaba a su madre, ella también tocaba.

Al abrir la puerta se encontró con el chico de pelo negro, guapo y alto que había entrado en su habitación como un torbellino.
Iba acompañado de un chico corpulento de cabello castaño y piel morena que le seguía siempre, como un perro faldero que adoraba a su amo.

Apretó los labios porque sabía que eso era exactamente lo que él parecía cuando iba con Dante. Ryan era su perro, su esclavo, siempre para satisfacer sus deseos, lo peor de todo era que disfrutaba así.
Haciendo feliz a Dante él era feliz...
¿O no?

Se dirigió al comedor para el desayuno. Llevaban allí casi una semana, era viernes y no tenía ningún plan para aquella tarde o el fin de semana. Supuso que estaría con Dante.

La puerta ya estaba arreglada. Por lo que nadie les había interrumpido durante...

Las salchichas de ese lugar no le gustaban, en realidad nada de la comida le gustaba. Ni el uniforme, ni el sitio, ni la gente. No le gustaba no poder hablar su idioma nativo y tener que esforzarse en comprender a los profesores. No le gustaba sentirse solo.

Ryan echaba de menos su hogar. Caminó por los pasillos añorando el olor de la casa de tía Carolina, echaba de menos el sol, el campo.

Si su padre no fuese un amargado le hubiese dejado quedarse allí.

Pero no, él decía actuar por su bien, por su futuro y para que se cumpliese su voluntad de que fuese un hombre de brillante porvenir le mandó a ese lugar, para recibir la mejor formación posible.

Suspiró. Apenas conocía a su padre, el gran empresario.
Era dueño de una de las industrias tabacaleras más importantes del mercado.

Pero Ryan no le conocía apenas. Su padre era un hombre mayor, frío y mantenía poco contacto con sus hijos.

BAJO LA PIELWhere stories live. Discover now