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La verdad es que la locura de los últimos meses hace que los hechos se me mezclen en una confusión de huidas, gritos, horror y sangre. Sin embargo, recuerdo con lujo de detalles los últimos días antes de que todo se fuera a la mierda, a fuerza de pensar en ellos durante los momentos de descanso, quizás como una manera de mantener la cordura.

El caso fue que Lucía se había puesto de novia. Bah, eso era lo que decía ella. Si le preguntabas, había conocido un chico en una de esas redes sociales para escritores, o lectores, no sé, y resultó que tenían gustos en común.

—Quedamos en vernos cuando él salga de clase hoy a la tarde –me dijo.

—¿Dónde? –pregunté.

—En Ciudad.

—¿A qué hora?

—A las siete.

De repente, se me despertó el instinto de hermana mayor.

—Es un poco lejos para ir a esa hora.

—Ay, Lucri, tengo veintiuno, sabés. Y vos también, no sé qué te hacés.

—¿Y él?

—...

—Lucía...

—Veintiséis.

Me pasé la mano por la cara.

—Es muy grande para vos. Te acompaño.

Empezó a quejarse de que yo era una exagerada y una amargada, que iba a terminar solterona, que el amor no tiene edad, etc. Sin molestarme en escucharla, revisé la cartera y le agregué el cargador, pañuelitos y repelente. Una nunca sabe.

—Ufa, ya me tenés harta con esa historia –le contesté –. Vamos.

Los zombis no son boyfriend materialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora