Capítulo 4 : Como la aguamarina

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Quién lo diría.

Compro unas rosquillas en el local fuera de Paradise y sigo mi camino hacia la librería, con pocas esperanzas de encontrar algo interesante. En cuanto cruzo la entrada, advierto que el lugar sigue pareciendo una gran tienda de antigüedades. Hay secciones y secciones de libros separadas por estanterías de madera y una puerta doble al fondo conduce al área que funciona como biblioteca, donde sillas y mesas se agrupan rodeadas de aparadores repletos de más libros.

La señora Pemberton, una anciana de mirada penetrante y boca ligeramente torcida, me recibe con un abrazo. Abu estaría maldiciéndola si la viera tocándome, ya que es su enemiga acérrima. Trato de no parecer recelosa por el caluroso saludo. Estoy segura de que la mujer fue la primera en fulminarme con la mirada cuando aparecí en el cementerio el día del funeral de papá.

—Querida, ¿cómo has estado? —ni siquiera espera a que responda. —Una pena lo de tu padre. Era un hombre modelo, uno de los pocos que quedan en estos tiempos, y en este pueblo.

—Ajá, ya lo creo.

—Debes sentirte terrible. Ni siquiera pudiste pasar un poco de tiempo con él antes de que sucediera. —niega con la cabeza con pesadumbre. —Hace tiempo que no te veía por aquí. Imagino que la vida en la ciudad debe ser emocionante, pero uno nunca debe olvidar de dónde viene. Estoy segura de que a tu difunto padre le hubiera gustado que lo visitaras más a menudo.

Alzo una ceja. Así que, esta es su forma de indigar sobre los conflictos familiares de los demás.

—Vengo por unos libros. ¿Me permite dar una vuelta? —digo con empalagosa dulzura.

—Oh, por supuesto. —responde sin esconder su decepción.

—Gracias.

Me alejo sin darle oportunidad a arrepentirse. Este es lado malo de regresar: la gente que intenta meterse en tus asuntos. Esa que se niega a entender que lo que pase en tu vida no es su maldito problema. Juzgan las decisiones que tomas sin tener idea de lo que te impulsaron a ello. Intentan averiguarlo a toda costa y, cuando no lo consiguen, terminan inventando una historia que encaje mejor con la fantasía que han creado sobre ti. Entonces te conviertes en la peor persona del mundo.

—¿Willow? ¿Willow Hemsley?

Alzo el rostro del libro que sostengo y encuentro un par de bonitos ojos verdes en la esquina del pasillo.

—Verónica. Wow, te ves genial. —y lo digo en serio.

Su pelo rojo es un espectáculo, lleno de ondas suaves que le enmarcan el perfilado rostro. Sigue teniendo la misma figura de muñeca y una piel libre de imperfecciones que debería servir como imagen para esas inútiles cremas faciales. Hasta parece más alta. Me siento como un duendecillo frente a ella.

—Tú también. —sonríe. Entonces su expresión decae un poco. —Siento mucho lo de tu padre. Oh, Dios seguramente has escuchado la frase un montón de veces en estos días.

—Sí, pero está bien. —me encojo de hombros.

—El tío Sten estuvo en el funeral. —explica. —Yo tuve que encargarme del negocio, sin embargo.

—No te preocupes.

Hacemos las preguntas correspondientes para una charla cordial y mencionamos la última vez que nos vimos, poco antes de que me fuera a Portland. Verónica era una de esas chicas populares de la escuela. Salía con Daven y con otros chicos al mismo tiempo porque le gustaba la libertad. La verdad es que nunca la juzgué, aunque mentiría si dijera que no envidiaba sus piernas. Es extraño, pero a diferencia del estereotipo de porrista que se creía mejor sólo por tener buen trasero, ella no veía a nadie como si estuvieran en niveles socialmente diferentes. Sólo se ocupaba de sus asuntos.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now