➣ CAPITULO DIEZ: Cicatrices De Guerra

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LA OSCURA PUPILA DE EXPANDÍA en el inmenso mar azul que conformaba el iris, aquella expresión de ojos abiertos a modo de terror no era la única señal de la travesía en una ardua pesadilla conformada por dolorosos recuerdos

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LA OSCURA PUPILA DE EXPANDÍA en el inmenso mar azul que conformaba el iris, aquella expresión de ojos abiertos a modo de terror no era la única señal de la travesía en una ardua pesadilla conformada por dolorosos recuerdos. El pecho masculino subía y bajaba con velocidad, debajo de la fina tela de una camisa blanca a modo de pijama. El sonido de una agitada respiración rompía con la quietud de aquel solitario cuarto, en donde un antiguo soldado se convertía en prisionero de su propio pasado.

Sherlock Holmes.
Un nombre imposible de olvidar.

Las aventuras con su nueva compañera habían cesado las vivencias con su antiguo amigo, experiencias que en ese instante se tornaban llenas de amargura y melancolía. La búsqueda por la solución a los extraños y particulares conflictos que llegaban a el Departamento de Scotland Yard, no eran distracciones suficientes para una mente ahogada en el luto de una muerte.

Las heridas seguían cernidas en su clara piel y sobre las bases de un conocimiento empírico en el interior de su mente; la sutura aún estaba cerrando las cicatrices compuestas por el dolor de una feliz vida pasada cerrada con un triste final.

No había día en el que el pensamiento de John Watson no produjera variadas imágenes de sus aventuras al lado del enigmático y fallecido Sherlock Holmes, acompañadas de una intensa sensación de nostalgia y ánimos descendiendo hasta el suelo. El rubio platinado mostraba un gran esfuerzo por levantarse cada mañana de aquella cama en la que ahora reposaba su acelerado cuerpo, nunca le era sencillo salir del estado de trance en los sueños le sucumbian.

De igual manera, el cerrar los ojos cada noche no era una tarea sencilla. Sobre todo, si su profundo descanso no era cubierto suavemente por las suaves brisas de la calma y la quietud que permite la paz; por el contrario, era azotado por vociferas tormentas y fuertes infiernos que amenazaban terminar con la rígida cordura de un veterano.

Del otro lado de la puerta hecha de madera barnizada con blanca pintura, se escuchaban pasos y ruidos aún extraños y desconocidos para la cotidianidad de John.

En ocasiones extrañaba ser levantado con impactos de bala en las distintas paredes de la sala o despertar con el exquisito olor de un té de manzanilla mezclado con canela por parte de su casera.

Sus piernas bajaron lentamente de la cama y sus desnudos pies reposaron en la suavidad del forro interno de sus pantuflas, mientras que el resto de su cuerpo se despojaba de la abrigadora manta que cubría su cuerpo durante la helada oscuridad nocturna. En Londres los climas siempre predominaban en frío, los días eran totalmente extraños cuando la calidez de los rayos solares aumentaban su impacto y ascendían la temperatura.

Con pasos torpez y movimientos toscos, el hombre de cabello rubio platinado logró llegar a la entrada de su habitación y abrir la barrera que le protegía del resto del mundo exterior, para ser golpeado por el olor del que prometía ser un gran desayuno.

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