➣ CAPITULO TRES: La Nueva Compañera

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IRÁ, ENOJO, TRISTEZA, DECEPCIÓN y otras emociones similares inundaban el cerebro de John Watson ante tan sorpresivo reencuentro

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IRÁ, ENOJO, TRISTEZA, DECEPCIÓN y otras emociones similares inundaban el cerebro de John Watson ante tan sorpresivo reencuentro.

Una de sus manos, que aún era mantenida sobre la mesa, pasó de ser de una palma extendida a un puño en cuestión de segundos. Y no se necesitaba al mejor detective para saber que era lo que planeaba hacer aquel hombre de cabello rubio platinado por sucumbir a sus impulsos.

Las venas se marcaban de forma notoria en el puño cerrado del hombre, todo su cuerpo comenzaba a temblar ante la ira que cegaba sus ojos y de igual manera ante la tristeza que inundaba a los mismos.

Pero una mano suave se posó sobre aquel puño moderador de rabia, y de inmediato todos los sentimientos de John desaparecieron. Esther siempre lo mantenía dentro de sus límites y sus casillas.

—Tranquilo, John —fueron las dulces palabras que le dirigió su pareja. La rubia entendía a la perfección, que aquellas acciones producidas por ella, siempre podían tranquilizar a John Watson.

En cambio, el castaño con traje, lentes que no le eran útil a su vista y un bigote falso pintando sobre sus labios, observaba con total confusión los actos ejercidos para aquella chica que le era una desconocida. Y no se refería a que aún no había deducido todo sobre ella, puesto que ya lo había hecho, pero aún no sabía su nombre.

—Dos años, Sherlock —comenzó a decir John al mismo tiempo que entrelazaba sus dedos con los de la mujer que le acompañaba—. Dos años creyendo que estabas muerto, te lloré, estuve frente a tu tumba. Y cuando me encontré ahí, te pedí un último milagro. Te pedí que no estuvieras muerto. —Las palabras habían sido pronunciadas con la profunda tristeza y sufrimiento por el cual había pasado Watson desde la muerte de su entrañable compañero. Sherlock y Esther bajaron la mirada lentamente y al mismo tiempo, ambos sentían y comprendían el dolor en esas palabras.

—Te escuché —susurró el castaño elevando ligeramente la voz, para que John pudiese escucharlo—. Escuche tu petición, y aquí me tienes.

—Pero mi petición a llegado muy tarde —replicó el hombre de ojos azules, inyectando su mirada en la que alguna vez fue su mejor amigo—. Dos años tarde.

—Creo que el aire aquí se está volviendo muy tenso —comentó Esther tratando de alivianar ligeramente la situación, y tratando de impedir que en caso, de que surgiera un arranque de ira por parte de su pareja, fuese menos catastrófico—. Lo mejor será hablar de esto afuera.

—Yo pago —dijo John soltando la mano de la mujer de ojos verdes—. Ustedes pueden adelantarse.

La figura de Esther se levantó lentamente de su asiento y se dirigió al de su compañero, para depositar un tierno beso en la mejilla que dibujo una breve y tierna sonrisa en el rostro del rubio platinado. Posteriormente avanzó hacia la salida, y sus talones eran casi pisados por los zapatos recién comprados que usaba Sherlock.

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