↛Introducción

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JOHN QUERÍA QUITÁRSELO DE LA CABEZA, pero le era imposible

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JOHN QUERÍA QUITÁRSELO DE LA CABEZA, pero le era imposible.

No le sería facil procesar el que Sherlock Holmes estaba muerto. Eso estaba bastante claro, él mismo observó su cuerpo inerte y sangrante en la acera, después de que decidió lanzarse de aquel gran edificio.

Ya no más casos. Ya no más días y noches escuchando el violín de su amigo. Ya no lo vería frente a él, en aquel sillón que siempre guardaría su lugar. Ya no más visitas de Lestrade. Ya no más regaños de la Señora Hudson. Ya no más impactos de balas contra las paredes en días aburridos. Ya no más persecuciones en la calle. Ya no habría que recibir gente extraña en la sala y cuestionarlas para obtener mayor información de un caso. Simplemente, ya no más.

Paseaba por las calles de Londres, mantenía su cabeza baja, un sueter blanco y unos pantalones negros construían el atuendo de ese día. Sus manos estaban hundidas en los bolsillos de su pantalón. Caminaba lento y torpemente entre la gente, los cuales a veces lo miraban con rostros extrañados. Pero a John, no le importaba, prefería seguir hundido en su depresión y tristeza sin preocuparse de lo que dijeran las otras personas.

Arrastraba sus pies, y aunque su celular vibraba miles de veces en uno de sus bolsillos, no deseaba hacerle caso a aquellas llamadas de su actual novia, sabía que la relación iba decayendo nuevamente, y para él no era una sorpresa que aquello ocurriera. Suspiro pesadamente, quizás el amor no estaba hecho para él.

Se esforzó por levantar su mirada y observar a las personas que caminaban en dirección contraria a él, le era realmente difícil no cruzar miradas con cada persona que pasaba y no comenzar a deducir, o al menos a intentarlo. Era una pequeña costumbre que su antiguo amigo le había dejado.

Pero así como comenzaba a deducirlas, en algunos rostros volvía a ver a su mejor amigo y por un momento creía que eso era verdad, hasta que la ilusión que se acababa.

Giro su cabeza hacia la derecha, para tratar de no observar más rostros de Holmes entre la multitud. De inmediato sus ojos percibieron un cartel pegado afuera de una de las puertas de aquel barrio en el que se encontraba. Fruncio el ceño y leyó cuidadosamente las letras que habían sido escritas con plumón, aproximadamente hace una hora.

" Se solicita compañero de apartamento ".

Sonrió. Él solo ya no podía pagar la renta del lugar en el que vivía, y a pesar de que la Señora Hudson parecía no agravar el asunto, John sabía que algún momento la agradable señora le reclamaría por el dinero. Ya había tratado encontrar trabajo poniendo en práctica sus habilidades de doctor, pero ningún hospital o clínica le habían querido.

Se detuvo frente a la puerta, dudando unos segundos en su próxima decisión. Pero al final, ya estaba tocando la puerta de aquella casa. No perdía nada con intentarlo.

El seguro de la puerta fue retirado, y John tuvo que empujarla hacia adentro para lograr entrar a la residencia. Mientras sus pies entraban al lugar, miles de preguntas carcomían su cabeza. Tenía miedo de que aquella persona no lo aceptara, y si lo llegaba a aceptar, le sería muy difícil convivir con alguien normal, como él.

Alguien que no fuese Sherlock.

-Por aquí -llamó una voz femenina procedente de una parte de la casa. John aún se mantenía en el pasillo principal y tenía que seguir esa voz. Cerro la puerta y se dispuso a buscar de que lugar procedía aquella voz, aquella voz de mujer.

Caminó cuidadosamente. Se dirigió hacia la derecha y encontro a una chica sentada en uno, de los tres sofás que había en la sala. John tenía que reconocer que, aunque el espacio era pequeño, la dueña era bastante ordenada.

-Vi tu anunció, allá afuera -comento el hombre con cabello rubio cenizo, de pequeña estatura y con una tez clara-. Me preguntaba si...

John se interrumpió a si mismo, bruscamente.

La chica no había dicho ni una sola palabra desde que había llegado. Solo se había levantado del sofá antes de que John se callará y la comenzará a observar.

La mujer llevaba su cabello en una alta coleta, tenía unos magníficos rizos rubios que parecían querer alborotarse y salir del peinado que la joven tenía en ese instante. Era de la misma estatura que John, o unos centimetros más alta, realmente no podía ver eso. Vestía una falda café totalmente lisa, la cual llegaba hasta sus talones, para posteriormente dar paso a unos zapatos negros. Llevaba una blusa blanca, y los botones que había sobre ella eran de un color dorado pálido. Ella tenía una tez clara, casi pálida. Sus ojos eran de un color café oscuro. Llevaba muy poco maquillaje, sus labios tenían un rosa pálido. Ella se acercaba lentamente hacia John, el cual la miraba extrañado. Aquello le provocaba misterio acerca de la joven.

Observo el rostro de la joven, el cual no parecía cambiar de expresión en ningún momento. Seria, pero con una ligera sonrisa en su rostro.

Si ella se lo pedía, John se quedaría, le agradaba el ambiente en el que se podía vivir ahí. Con aquella extraña chica.

Pero a pesar de eso, hubo algo que a John le hizo asegurar que se quedaría.

No había sido la gran belleza de la chica, tampoco algo que ella había hecho. Habían sido palabras. Más que palabras, había sido una pregunta en concreto. De inmediato aquella pregunta le desprendió su vida pasada al lado de Sherlock, millones de recuerdos habían explotado en su mente, uno tras otro. Y lo habían devuelto a comenzar de cero. Aquella simple pregunta compuesta por dos palabras, le habían indicado que se debía quedar.

Aquella sencilla pregunta que ella le había formulado.

—¿Afganistan o Irak?

© FEAR | SherlockWhere stories live. Discover now