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El silencio mecía sus pensamientos alborotados que apenas podía ordenar ante su cálido aliento tan cercano

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El silencio mecía sus pensamientos alborotados que apenas podía ordenar ante su cálido aliento tan cercano. Apoyó sus manos en su pecho para apartarse, pero Gabriel rozó sus labios. No fue un beso, sólo una caricia cálida con sus labios en los suyos, y ella se estremeció. La oscuridad lo llenaba todo y no podía verle, pero de alguna manera sentía su mirada sobre ella, como si sus ojos la atravesaran.

—No me aparghtes... —musitó y sus palabras la conmovieron. Sintió sus manos acariciando su espalda a través de la fina tela de su camisón y parecían quemar, arder. —Te neghcesito, Dana. —Musitó. Oír su nombre de aquella manera dulce y suave, la inquietó, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Gabriel la giró como si su peso fuera nada, la puso de costado sobre la cama y la abrazó tan fuerte que por momentos le costó respirar. Apoyó su frente en la suya y enredó sus pies.

—Tienes los pies helados... —Dijo sorprendida y él sonrió.

—He deseadgho hacer estgho todo el díagh... —Musitó, y ella replicó su sonrisa mientras la rodeaba por completo. —No voy a forghzarte... no quiergho que te sientghas oblighada, sólgho qughe sepghas qughe lo desgheo... qughe te haghs metighdo dentrogh de mi y no sé cóghmo, pergho te adueghñaste de toghdo, o me haghs embrujaghdo con tughs brebaghjes... No segh qughé pensghar—Rio ante sus palabras y no se movió en absoluto. Sabía que debía apartarse en aquel mismo instante, pero su cuerpo y su corazón deseaban estar allí entre sus brazos aunque murieran allí. Parecía no importarles.

Gabriel quedó en silencio, sólo besó su mejilla una y otra vez, como si pidiera permiso para acercarse. Luego sus labios una vez y luego otra, con dulzura y lentamente. Inspiró profundo y se quedó abrazándola con sus pies enredados y la lluvia copiosa resonando en los cristales.

Sabía que debía ganarse su corazón despacio, suavemente; desplazar al doctor con cuidado, sin obligarla, cuidando sus palabras y su corazón, ganando su confianza. No quería su cuerpo solamente, no quería calmar la necesidad que le apremiaba, ni todo lo que sentía al estrecharla. Quería todo de ella, sus pensamientos, su corazón y sus besos. Él era Rutland, y si se había enamorado por primera vez, no iba a conformarse con migajas. Lo quería todo.

Se quedaron en silencio e inmóviles. La tensión de Dana se fue evaporando, diluyendo con el paso de los minutos y lo bien que se sentía recostada tan cerca de Gabriel.

Su espalda se relajó por completo al notar que su respirar había cambiado y que finalmente él se había dormido. Su cabello rozaba su frente y sus pies cálidos templaban los suyos. Cerró sus ojos lamentando que él fuera tan hábil, que tuviera vasta experiencia con las mujeres y que supiera a la perfección desbaratar todo lo que ella pudiera hacer para apartarle.

Levantó su mano con cuidado y rozó su rostro aunque no podía verle, acarició su frente y se acercó un poco más a él. Mordió su labio inferior y suspiró sabiendo que no se dormiría en absoluto. El sueño había huido desde el mismo instante en que su piel la había rozado.

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