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Dana se sentó en la cama de aquella minúscula habitación, cogió la pequeña bolsa y dejó dentro las contadas libras que había ganado luego de aquel extenuante trabajo

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Dana se sentó en la cama de aquella minúscula habitación, cogió la pequeña bolsa y dejó dentro las contadas libras que había ganado luego de aquel extenuante trabajo. Había pagado las deudas con el dinero obtenido por la venta de las joyas, quedándole solamente lo suficiente para el viaje y algunos peniques que resonaban en la bolsita de terciopelo. La dejó a un costado sobre la mesa de noche, se quitó la cofia y se recostó hacia atrás en la cama. Estaba extenuada por tanto trabajo y jamás había imaginado que trabajar en aquella residencia fuese tan agotador. Se pasaba el día acompañando a el doctor Garrett en las sangrías y purgas, asistiendo alguna cirugía que era lo que más le interesaba pues aprendía cosas que jamás había visto u oído antes; pero el resto del tiempo se la pasaba vaciando orinales y escupideras, cambiando sábanas, compresas mojadas, administrando alguna receta que el médico dejaba y hasta haciendo compañía o leyendo a alguna paciente mayor, como la señora Wallaby, que no recibía visitas hacía ya mucho tiempo. Se lamentaba por aquellos pacientes que eran casi depositados en la residencia sin posibilidad de salir y desentendiéndose de ellos casi por completo, algo de lo que el doctor no se hacía demasiado problema, siempre y cuando el dinero por su estadía fuese pago en tiempo y forma.

La jornada comenzaba a las cinco de la mañana y acababa por la noche, con pequeños descansos para la comida o apenas un momento para dar algún paseo o acompañar a alguno de los internos que tomara aire fresco en el jardín.

El lugar estaba emplazado en una estancia a las afueras de Leicester en el condado de Leicestershire. Una antigua mansión de paredes grisáceas, desgastadas por el tiempo y los años. Eran tres pisos de pasillos interminables y tantas habitaciones como era posible. La mayoría de los pacientes permanecían internados de manera constante hasta que sanaban su dolencia o su malestar, no se les permitía abandonar el lugar, salvo por directivas propias de sus familiares que así lo dispusieran; pero Garrett mantenía con firmeza la postura de que en caso de hacerlo, no podrían regresar a retomar el tratamiento.

En la planta baja de la casa funcionaba la cocina, el recibidor, el estudio de médicos y la biblioteca. En el primer piso habían acondicionado algunas salas para cirugía y todo lo demás era internación. Alrededor de la casa todo era calma y un hermoso parque repleto de senderos, arboledas, y una laguna que se llenaba de blancos patos.

Las primeras semanas se había sentido cómoda y muy conforme por todo el tiempo que aquella actividad le demandaba, pues le ocupaba la mente enmudeciéndola por completo, obligada a guardar silencio y no recordar ni reprochar nada en absoluto. Prefería no pensar en Greg ni en sus palabras falsas que aún la lastimaban, no quería rememorar los sueños juntos, lo que había imaginado a su lado y la vida distinta que había proyectado desde el día que él se había atrevido a pedir su mano. Tal era su necesidad de no pensar en nada que cualquier instante libre en el día lo aprovechaba en ayudar a sus compañeras en alguna tarea o se detenía a leer los reportes de los pacientes, sus tratamientos, sus medicamentos y hasta llegó a cuestionarse algunas recetas con las que no coincidía en absoluto. Cualquier cosa era válida para no traer pensamientos tristes o recuerdos dolorosos. Al recostarse por las noches el cansancio era tal que simplemente se quitaba el vestido, agotada soplaba la vela del candelabro y repetía alguna receta de se padre, para así perder la conciencia por completo, segundos después.

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