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El sol se había escondido y el manto de la noche cubría por completo el palacio

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El sol se había escondido y el manto de la noche cubría por completo el palacio. La habitación estaba muy cálida por la fogata encendida y lady Realish permanecía agitada y temblorosa. Dana se acercó a ella y acarició su frente con cuidado. Era sin duda una mujer importante, llena de riquezas y refugiada detrás de aquellas murallas que parecían inexpugnables. Sin embargo, allí recostada con aquel sueño intranquilo no era más que un ser humano común y corriente, que sufría, sudaba y se sentía sin dudas agotada por una enfermedad que no entendía de clases sociales, de aristocracia ni de dinero.

Repasó el papel que estaba sobre su mesa, donde el doctor Hendricks había dejado detallados los cuidados que debía recibir. Acercó la hoja al candelabro de la pared y apretó el ceño al leer las cataplasmas y demás. De un momento a otro, oyó un tenue murmullo y volvió el rostro hacia la mujer que se revolvía en la cama de un lado a otro en un vano intento por levantar su cuerpo que parecía pesar toneladas a sus propios músculos. Se acercó a ella y tomó su mano notando que giró su rostro tratando de encontrar el suyo. Apretó el ceño al verla y con mucho sacrificio y mirándola directo con sus preciosos ojos ambarinos con leve tinte verdoso, que resplandecían como dos piedras en aquel rostro de piel tan clara.

— ¿Gabriel? Llama a Gabriel... —Suplicó al borde de las lágrimas. Se la veía débil y desahuciada, sus manos temblaban y sus ojos cristalinos brillaban aún más con sus lágrimas. —Ga... Gabriel... —sollozaba agitada.

—Mi señora... no se exalte... tranquila por favor... —Tomó sus manos entre las suyas y acarició su frente con dulzura.

—Quiero ver a mi hijo... Gabriel... —sollozaba mientras su voz se entre cortaba.

—Ahora iré por él... tranquila... —musitó mientras ella tosía por el esfuerzo.

Dana dejó el pequeño cuarto y se apuró a hacer sonar la campana.

Volvió junto a su cama mientras aguardaba y unos minutos después una muchacha golpeó la puerta de su habitación.

— ¿Qué necesita señorita?

—Me llamo Dana. —La muchacha asintió. —Se ha despertado muy agitada y suplica por ver a su hijo. Podría llamar al señor Gabriel.

La muchacha abrió sus ojos y la miró extrañada.

—Siempre pide por él... pero su excelencia no ha llegado aún.

— ¿El Duque? Pensé que era el señor que estaba aquí esta tarde.

—Oh no... él es el señor Brown. —Dana asintió. —Ella siempre pide por él, sobre todo cuando está tan agobiada... hace días que no duerme.

—Sí, me lo han dicho. ¿Podrías quedarte un momento con ella?

— ¿Yo?

—Sí, sólo un momento. Necesito ir hasta la cocina.

Tomó el pasillo hasta la escalera principal. Una escalinata que se extendía hacia ambos lados en cada uno de los pisos, de alfombrado rojo y barandas negras en aquel mismo diseño de hojas y flores doradas, terminadas en su superficie con madera lustrada. En el apuro no llegó hasta la escalera de servicio sino se precipitó por esta y a tientas y entre recovecos y pasillos interminables llegó a la gran estancia donde estaba la cocina. Tres lacayos, el mayordomo Kent y el cocinero la miraron con el ceño apretado, pues aparecía por la puerta principal, pero ella apenas se inmutó. El doctor Hendricks le había dado la autoridad necesaria y pensaba aprovecharla.

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