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Dana sonrió aunque no entendía por qué aquella opinión sobre sí misma se le hacía tan importante

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Dana sonrió aunque no entendía por qué aquella opinión sobre sí misma se le hacía tan importante. Quiso creer que por el sólo hecho de que era el Duque de Rutland, y la importancia que aquel título le daba; por el respeto que despertaba en todos los demás; porque era sin dudas un hombre muy guapo e inteligente; y que a pesar de todo eso y siendo ella apenas una muchacha humilde con vocación de enfermera e inclinaciones por la botica, se dignara a dirigirle la palabra o a observarla.

—Es muy bonita como muchas jovencitas que conocerás a lo largo de tu vida, Connor. Pero debes esperar un poco, aun eres pequeño, ¿no crees?—El muchachito asintió de mala gana —Y considera también que a medida que crezcas y te prepares, comenzarán a importarte otras cosas aparte de la belleza. —El encanto se acabó de inmediato. Claro que era todo eso que había pensado ella apenas unos segundos antes, en que había olvidado que como tal debía ver sin dudas muchas mujeres bonitas y con preparación, con títulos que ella obviamente no cargaba. Se encogió de hombros para tratar de quitarle importancia al asunto. Finalmente dentro de sí misma sabía muy bien quién era y lo que podía esperar de la vida.

Movió su pie apenas y notó algo al costado, giró su rostro y allí estaba la piedra. Sonrió pensando que quizás durante la limpieza había ido a terminar en ese lugar bajo la cama, y de esa manera su estancia en el lugar no había sido en vano.

— ¿Vas a prestarme el telescopio?

—Olvídalo, Connor. Y Mantente alejado de esta habitación en mi ausencia. —El muchachito resopló aburrido.

— ¿Quieres que te ayude a buscar la piedra? —Dana abrió grande sus ojos rogando a Dios que dijera que no. Si llegaba asomar su rostro bajo la cama, estaría muerta.

—No... mejor vámonos que si no estoy errado, esta tarde llega Murray.

— ¡¿De verdad?! —Él asintió de mala gana y Dana se preguntó quién sería el tal Murray.

—Va a quedarse durante un corto tiempo, sus estudios le reclaman.

— ¿Muy poco?

—No lo sé... supongo que como todos los años. —pudo oír sus zapatos calzando sus pies y finalmente cuando terminó de arreglarse, ambos abandonaron la habitación.

Se mantuvo allí debajo, temerosa de que alguien pudiera abrir nuevamente y encontrarla en el lugar, pero al mismo tiempo pensó en Lady Realish y el tiempo que había permanecido en esa habitación había sido suficiente para que pudiera estar reclamando su ayuda o sintiera algún malestar.

Estiró su mano y tomó la piedra entre sus dedos. Deslizó su cuerpo y acomodó la falda de su vestido y sus cabellos revueltos. La observó un pequeño instante a la luz y allí estaba con sus incrustaciones anaranjadas y negras. Era simple, y al mismo tiempo, única por el significado que albergaba para él. Se acercó al mueble y volvió a colocarla en su sitio.

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