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El castillo era un revuelo completo, no dejaban de llegar invitados desde la tarde temprano, algunos que venían desde lejos y ocupaban algunas de las habitaciones del ala oeste

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El castillo era un revuelo completo, no dejaban de llegar invitados desde la tarde temprano, algunos que venían desde lejos y ocupaban algunas de las habitaciones del ala oeste. La mayoría marqueses, condes y duques con sus familias. Los alfombrados rojos estaban relucientes y Kent se había encargado de que se lustrara absolutamente todo para que el dorado resplandeciera.

Darla había pedido ayuda a Dana con algunos ramos de flores y por primera vez desde que había llegado a Leloir entró al salón de baile. Lo que sus ojos veían en aquel instante era impactante al extremo. Un techo abovedado y repleto de pinturas de ángeles, hermosas mujeres y caballeros pintados por un reconocido autor. Doseles en las puertas que hubiera jurado eran de oro, el salón amplio y precioso iluminado por el sol de la tarde, que ingresaba por amplios ventanales de cristal que ocupaban todo el alto de la pared y daban a un balcón.

Apenas si pestañeó al observar el mármol del piso y los arreglos florales preciosos que el duque había encargado. Tragó saliva aún en su ensoñación, al imaginarlo bailando el vals en aquel lugar, tomando la mano de alguna dama y mirando sus ojos cercanos, mientras la orquesta tocaba la música que había tarareando en su habitación. Un sueño precioso del que no formaría parte, salvo por el detalle de tener que atestiguar tremendo instante, de pie dos pasos detrás de la duquesa y en completa soledad. Prefirió no pensar y de inmediato repasó los ingredientes para algún remedio, como venía haciendo desde aquel instante funesto en que había oído aquella conversación que lo había cambiado todo, quizás aclarado o quizás enredado, pero que había generado una oscuridad profunda en su interior que prefería no indagar.

Apenas había dormitando durante la noche y en sus momentos de insomnio acomodó todo su equipaje en su baúl, mientras oía que alguien de puño suave golpeaba la bendita puerta labrada que estaba a dos de la suya, un murmullo suave y luego silencio. Keira había pasado la noche con él y Dana deshecha, solo había atinado a repasar absolutamente todos los ingredientes de las afecciones capilares mientras sus lágrimas se derramaban y pensaba en su padre y en cuánto lo extrañaba.

Atravesó el corredor hacia la habitación de Lady Realish, pero un dejo de voz conocida asaltó sus oídos y apretó el ceño deseando que fuese solo su imaginación y no la vida empeñada en destruir su entereza del todo. Se acercó hasta la sala donde estaban algunos de los recién llegados y para su desdicha no era su mente imaginativa, sino la realidad que la atormentaba, pues allí con una copa y riendo con Murray como si hubiera oído el chiste más gracioso del mundo, estaba Greg McFinne. Apretó el ceño pensativa mientras lo observaba con detenimiento y a su lado estaba la señorita Morrison con Cadence, quien supuso era su hermana.

La noche estaría completa y sería una digna despedida de Leloir. Apretó la frente contra el marco de la puerta y cerró sus ojos.

-¡Señorita! ¿Le parece a usted correcto husmear a los invitados? -Oyó el regaño de Lord Brown y de inmediato se enderezó y movió su cabeza en negativa. No había nada que decir que pudiera contradecir alguna de sus palabras. Estaba husmeando y era la realidad, solo bajó su cabeza. -Ocúpese de sus asuntos. -Espetó, mientras caminaba hacia el bullicio y se reunía con Murray.

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