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Permaneció de pie junto a la cama mientras la señora Realish pedía a Gabriel que le ayudara a incorporarse

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Permaneció de pie junto a la cama mientras la señora Realish pedía a Gabriel que le ayudara a incorporarse. Estaba débil y agotada por tantos días en cama. El tomó su brazo y le ayudó a sentarse como si de una pluma se tratara. Dana estaba muda por la vergüenza que cargaba, no se atrevía a mirarlo y en cambio se había concentrado en acomodar los almohadones como si de arte se tratara.

—Gracias…  Ah…  qué alivio. Mi espalda no puede más, Gabriel…

—Es porque eres tan terca, madre… 

—Quería verte, saber de ti. —Susurró con voz gastada. — ¿Es eso un pecado? —preguntó con claras intenciones de  tocar su corazón y conmoverlo.

—Sabes que no. —tomó su mano entre las suyas y la llevó hasta su boca donde dejó un beso.

—Cuéntame…  cuéntame…  —suplicó entusiasmada aunque con un hilo de voz, deseando de todo corazón que él anunciara algo importante, lo que pedía y rogaba a Dios cada día.

—Ya sabes cómo son esas reuniones parlamentarias…

—No pregunto por eso, Gabriel. —Le interrumpió. — ¿Ya la has traído? —El apretó sus labios bastante incómodo por la pregunta y dirigió una corta mirada a Dana, pues aunque estaba callada permanecía de pie en un rincón de la habitación.

— ¿A quien voy a traer? Si no he anunciado nada, no hay nadie madre. Ya lo hablamos. —La mujer tosió como si de un ataque se tratara y hasta se atragantó.
Dana le acercó a la boca un vaso con agua.

—Vas a matarme, Gabriel. Voy a morirme angustiada sabiendo que no hay esposa, no hay heredero… —Su comentario lo incomodaba como siempre, pero aquella conversación en frente de una extraña era el súmmum.

—No es momento para que te preocupes por eso ni por nada. Descansa, que prometo cuando encuentre a esa persona hacértelo saber. —Dijo con tomo adusto y molesto por su insistencia.

Dana notó que necesitaban un momento a solas y ella también deseaba abandonar aquella habitación, esconderse en un hueco profundo y oscuro donde no tuviera que volver a ver su cara nunca.

Se disculpó y salió al recibidor. Aún estaban las mesas servidas y apretó sus ojos mientras golpeaba con su palma  su sien.

— ¡Tonta, tonta, tonta! —Se dijo a sí misma apenas en un susurro y por completo arrepentida por abrir tanto la boca. Sólo oía el murmullo lastimero de la señora Realish que estaba aún muy débil, y su voz grave respondiéndole con aquel tono de persona importante. Es que volvió a rodar sus ojos no pudiendo creer que no se hubiera dado cuenta.

Minutos después la puerta se abrió y Gabriel se detuvo bajo el umbral contemplándola durante unos segundos. Dana apretó los ojos y bajo la mirada concentrándola en un punto minúsculo del piso.

Cerró tras de sí y se acercó a ella haciendo los pasos con el ritmo justo que ya sabía de memoria: “El ritmo que hace un duque al caminar” ese que había aprendido de su padre a la perfección. Era lo suficientemente firme y pausado para denotar autoridad y firmeza. Se detuvo a escasos pasos y contuvo sus comisuras que se estiraban a punto de lanzar la carcajada desde el mismo instante en que había respondido al llamado de su madre. Pobre muchacha. Imaginaba su malestar por todo lo que había dicho y estaba a punto de pronunciar la palabra que diera permiso a que ella le dirigiera la suya, pero Dana se adelantó volviendo a sorprenderlo.

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