Capítulo 1 : El adiós no dicho

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¿Qué clase de ser humano soy?

El sonido de mi celular me sobresalta. Lo extraigo de la bolsa que descansa en el asiento del copiloto y abro la llamada.

—Cariño, ¿cómo va todo? —saluda Arlene, su voz sonando un tanto apagada.

—Llegaré a tiempo, no te preocupes. —la calmo. —Tuve que detenerme por gasolina y luego Piolín se recalentó en medio de la vía. Eso me retrasó.

—Oh. Bueno, a tu abuela no le hará gracia saberlo. Ha estado preocupada de que el cacharro te deje tirada.

—No es un cacharro. —puntualizo. —Es un modelo femenino y lo mantengo bien cuidado.

—Si con bien cuidado te refieres a ahogar el motor en agua cada vez que se recalienta... —deja la frase inacabada.

—La reparación es costosa, soy una mujer de pocos recursos. Además, este arreglo funciona para los dos. Yo le doy agua, él me lleva adonde quiero.

—Sólo intenta llegar en una pieza.

—Me quedan una o dos horas de viaje. Puede que menos.

—De acuerdo.

Ninguna de las dos dice nada durante los segundos siguientes. Siempre es así con mi madre. Hablamos como personas normales y, de pronto, nos convertimos en torpes desconocidas.

—Te veo pronto. —me despido al final.

—Mucho cuidado.

Cuelgo haciendo una mueca. Enterrar a mi padre y enfrentar a mi madre es un precio alto por regresar al lugar en el que pasé los mejores y peores momentos de mi vida.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Hampton Valley es un pueblo ubicado a las afueras de Oregon. No es tan pequeño como para considerarlo un pueblo fantasma, de esos donde la única señal de vida aparece al atardecer, cuando la gente enciende las luces de sus casas. Tampoco es lo bastante grande para albergar más de un centro comercial porque, ¿dónde cabría? Además, estoy segura de que los dueños de los negocios locales no lo soportarían y acabarían incendiando la propiedad por arrebatarle los clientes. Nadie sería tan estúpido de enfrentar a una horda de comerciantes enardecidos, así que sólo hay un sitio de entretenimiento que nos da la ilusión de vivir en una metrópolis y una feria local con atracciones pasadas de moda que sólo abre en verano.

Paso más allá del aviso de Bienvenidos a Hampton Valley y pronto me encuentro recorriendo la vía principal hacia el centro del pueblo. Aparte del color de los edificios, nada ha cambiado. Al menos no mucho. La tienda de comestibles sigue pareciendo un club de strippers con esas luces de neón que nada tienen que ver con lo que venden. Los dos únicos bares continúan siendo una mezcla de pubs y restaurantes en los que puedes emborracharte como una cuba o tener una cena romántica (todo en un mismo acogedor ambiente). También diviso la oficina de correos, la estación de policía y el único dispensario médico que encontrarás cerca.

Al centro comercial le pusieron nombre y ahora hay un enorme letrero justo sobre la estructura de cinco plantas con la palabra Paradise escrita en brillante carmesí. El taller mecánico sufrió una remodelación y tiene un aspecto más profesional, mejor que los cuchitriles que normalmente visito en la ciudad para intentar arreglar mi auto. Mochee's, la cafetería donde los estudiantes de secundaria suelen compartir primeros besos, tiene ahora un jardín delantero, y la librería, cuya función es también la de una biblioteca, exhibe los mismos libros que cuando me marché.

Una sensación de añoranza se esparce por mi interior mientras lo contemplo todo. Los bancos sobre las aceras, los faroles más viejos que todas las abuelas del pueblo y los almendros con sus flores rosáceas posados en algunas esquinas. Han pasado siete años desde que me fui y no hay un sólo día que no haya extrañado las pequeñas cosas de Hampton. Entonces era una chica con una imperiosa necesidad de dejar todo atrás, no porque odiara el pueblo. Nunca fui de las que estuviera desesperada por hacerse un camino en la ciudad. No. La razón es más simple y es la misma que hoy me trae de vuelta: mi padre.

El Día Que Las Estrellas Caigan ✔ (Destinados I)Where stories live. Discover now