Nadeshiko: Carta de despedida

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El aroma del té era afrodisíaco, aunque relajante. Seductor como la suavidad de la seda, o el profundo carmesí de las rosas, asemejándose a la sangre. Casi sopesaba el tormento que causaba a mis oídos el parloteo animado de mis pequeñas aves.

Robin notó que la estaba viendo, y se incorporó de su posición de relajo en la mesa, nerviosa y haciéndole una seña a Aoi para que la imitara. En el exterior la luz del sol se coló por entre los nubarrones, dando un aura dorada a la estancia. Era extraño. La mesa estaba llena de comida y el día parecía ser gentil, y aún así había despertado con una sensación de incomodidad. ¿Acaso se trataba de los puestos vacíos de aquella mañana?

─Mis princesas ─anuncié, decidiendo que prefería ocuparme de esa inquietud cuanto antes. Ambas me pusieron atención de inmediato─. Continúen comiendo, por favor. Voy a ver si Cuervo ya despertó.

─¿Desea que retire sus platos, o acabará de comer con ella? ─inquirió Robin. Tan atenta como de costumbre, no había pasado desapercibido para ella mi falta de apetito, y probablemente tampoco mi incertidumbre.

─Comeremos juntos ─respondí, esperando que eso la calmara lo suficiente para que permaneciera sentada, al menos hasta que acabara su propio plato. Sin esperar más respuesta, me dirigí a la habitación de Cuervo.

El pasillo estaba agradablemente sombrío, y al llegar a su puerta aguardé un momento tras tocar. Me confortaba sentir la humedad de esa vieja casa, y el rechinar de los tablones del piso. Cuando oí su desgarrada voz dándome permiso, entré. Aún estaba acostada, envuelta en las colchas como un insecto atrapado por una araña. Me contempló con ojos agotados, cubriéndose de la resplandeciente luminosidad que se colaba por las puertas de papel. Si en algo podíamos entendernos esa mujer y yo, era en la oscuridad.

─¿Te sientes bien? ─pregunté, cogiendo un cojín de la pila para acomodarme. Llevaba un buen tiempo con malestares, aunque seguía negándose a que llamara al doctor, y a cambiar sus malos hábitos (como saltarse el desayuno, por ejemplo).

─Estoy algo mareada ─se quejó, llevándose la mano a la frente con pesadez, tapada hasta la nariz aún.

─¿Podría ser porque bebiste bastante anoche?

─He bebido más ─murmuró, tallándose los ojos.

─¿Te sientes en condiciones de pelear hoy, o preferirías que te reporte como indispuesta?

─¿De qué hablas? ─preguntó, y de pronto me sentí irritado por lo irresponsable que era a pesar de su edad. Pareció recordar, no sin cierta dificultad, que para aquella tarde tenía una nueva batalla planeada por el Estadista. Nunca me gustó leer la arbitraria mente de los borrachos. Con un ademán despreocupado, respondió:─. No te preocupes, puedo hacerlo incluso ebria.

─No lo dudo, eres tan bella como hábil, pero si no te levantas y desayunas, vamos a llegar tarde.

─¡Que pesado te has puesto! ─se quejó, incorporándose de golpe, lo que le causó un ataque de tos. ¿Acaso se habría resfriado aquella tonta, y no me lo había dicho? Estaba decidiendo que luego de la pelea la llevaría a la residencia del doctor para que la revisara, cuando vi salpicado entre sus dedos un líquido oscuro que parecía...

─¡Cuervo! ¿Estás sangrando? ─exclamé, acercándome sin esperar su consentimiento. Ella, aún intentando controlar la tos, me dio la espalda; pero la tomé firmemente de la muñeca para que me mostrara. En efecto, su pálida mano estaba salpicada de sangre oscura, al igual que la comisura de su boca─. ¡Dioses!

─Tranquilo ─dijo, como si con esa palabra resolviera todo. Se soltó de mí, intentando esconder la mancha al cerrar la mano. Un destello fugaz, como una chispa que se enciende al choque de dos metales llegó a mi mente: no era la primera vez que le pasaba; y también que no se trataba de una herida interna producida por batalla. Armándome de paciencia, saqué del interior de mi bolsillo un pañuelo de seda, con el que le limpié los labios─. No es nada importante.

Memorias PerdidasWhere stories live. Discover now